– Vas cogiendo hasta que reunes una mano completa. Sin chapurrar, si es posible.

– Si chapurras, te empitono. Eso decia mi abuela, que era la hostia. «Le dije al chapucero, si chapurras, te empitono.»

– De acuerdo. Ahora ya sabes jugar. Si tanto te apasiona, te dejare el reglamento.

Camille fue a sentarse al fondo de la habitacion, con un libro. A esperar que pasara. Adamsberg levantaba pequenas pilas de fichas que se derrumbaban y volvia a empezar, mascullando, secandose los ojos de vez en cuando, como si aquellos desplomes le causaran una gran pesadumbre. El alcohol le arrancaba emociones y divagaciones, a las que Camille respondia con un leve gesto. Tras mas de una hora, cerro su libro.

– Si te encuentras mejor ahora, vete -dijo ella.

– Primero quiero ver al tipo de los perros -afirmo Adamsberg levantandose con rapidez.

– Bueno. ?Como piensas hacerlo?

– Sacandolo de su escondrijo. Un tio que se esconde y que no se atreve a mirarme de frente.

– Es posible.

Adamsberg recorrio el estudio con pasos vacilantes, luego se dirigio hacia la buhardilla.

– No esta arriba -dijo Camille guardando las fichas-. Puedes creerme.

– ?Donde se esconde?

Camille abrio los brazos en un gesto de impotencia.

– Aqui no -dijo.

– ?Aqui no?

– Eso es. Aqui no.

– ?Ha salido?

– Se ha marchado.

– ?Te ha abandonado? -grito Adamsberg.

– Si. No grites y deja ya de buscarle.

Adamsberg se sento en el brazo del sillon, bastante despejado ya por los remedios y la sorpresa.

– Carajo, ?te ha abandonado? ?Con el nino?

– Eso pasa.

Camille terminaba de meter las fichas del Mah-Jong en su caja.

– Mierda -dijo sordamente Adamsberg-. Realmente no tienes suerte.

Camille se encogio de hombros.

– No hubiera debido marcharme -proclamo Adamsberg sacudiendo su cabeza-. Te habria protegido, habria sido una muralla -afirmo abriendo los brazos y pensando, de pronto, en el boss de las ocas marinas.

– ?Te aguantas de pie ya? -pregunto dulcemente Camille, levantando los ojos.

– Claro que me aguanto.

– Entonces vete ahora, Jean-Baptiste.

LIV

Adamsberg llego a Clignancourt por la noche, sorprendido de poder mantener casi recto su manillar. El tratamiento de Camille le habia avivado la sangre y despejado la cabeza, y no tenia ganas de dormir, ni le dolia el craneo. Entro en la casa oscura, coloco un tronco en el hogar y contemplo como se inflamaba. Ver de nuevo a Camille le habia perturbado. Se habia marchado de un brinco y volvia a encontrarla en aquella situacion imposible, con aquel cretino que se habia esfumado, con corbata y de puntillas en sus embetunados zapatos, llevandose sus chuchos. Ella se habia lanzado a los brazos del primer imbecil que le habia hecho creer cualquier cosa.

Y ahi estaba el resultado. Carajo, ni siquiera habia pensado en preguntar por el sexo del nino, ni por su nombre. No lo habia pensado en absoluto. Habia hecho pilas con las fichas. Le habia hablado de dragones y de Mah-Jong. ?Por que queria, a toda costa, encontrar aquellos dragones? Ah, si, por lo de las ventanas.

Adamsberg movio la cabeza. Las borracheras no le sentaban bien. Hacia un ano que no veia a Camille y se habia plantado alli como un bruto empapado en vino, le habia exigido que sacara el Mah-Jong y ver al nuevo padre. Igualito que el boss de las ocas marinas. Tambien lo emplearia para atestar la catedral, graznando como un impotente imbecil desde lo alto del campanario.

Se saco el reglamento del bolsillo donde lo habia metido y lo hojeo con un dedo entristecido. Era un antiguo reglamento amarillento, del tiempo de aquellas abuelas cojonudas. Los circulos, los bambues, los caracteres, los vientos y los dragones, lo recordaba todo esta vez. Recorrio lentamente las paginas, buscando aquella mano de honores que, segun mama Guillaumond, su esposo era incapaz de hacer. Se detuvo en «Figuras particulares», muy dificiles de obtener. Como la «Serpiente verde», una sucesion completa de bambues acompanada por un trio de dragones verdes. Para jugar, para divertirse. Siguio con el dedo la lista de Figuras y se detuvo en «La mano de honores»: compuesta por trios de dragones y vientos. Ejemplo: tres vientos del oeste, tres vientos del sur, tres dragones rojos, tres dragones blancos y un par de vientos del norte. Figura suprema, casi inaccesible. Papa Guillaumond tenia razon en que aquello le importara un pepino. Como a el le importaba un pepino el reglamento que tenia en la mano. No hubiera querido tener ese papelucho, sino a Camille, esa era una de las cosas de su vida. Y el la habia jodido. Como se habia jodido en aquel sendero, como habia jodido su caceria del juez, que terminaba en un callejon sin salida, en Collery, en los origenes del blanco dragon materno.

Adamsberg se inmovilizo. El dragon blanco. Camille no le habia hablado de eso. Recupero el reglamento que habia caido al suelo y lo abrio con rapidez. Honores: dragones verdes, dragones rojos y dragones blancos. A los que Camille habia llamado «virgenes». Los cuatro vientos: Este, Oeste, Sur y Norte. Adamsberg apreto la mano sobre el fragil papel. Los cuatro vientos: Soubise, Ventou, Autan y Wind. Y Brasillier: el fuego y, por lo tanto, un perfecto dragon rojo. Al dorso del reglamento, escribio rapidamente los nombres de las doce victimas del Tridente, anadiendo a la madre, es decir, trece. La madre, el Dragon Blanco original. Apretando los dedos en su lapiz, Adamsberg intentaba descubrir las piezas del Mah-Jong alojadas en la lista del juez, en su «mano de honores». La que el padre nunca habia podido obtener y que Fulgence reunia furiosamente, devolviendole la dignidad suprema. Con un tridente, como la mano del padre al tomar las fichas. Fulgence agarraba a sus victimas con sus tres dedos de hierro. ?Y cuantas fichas se necesitaban para componer la mano? ?Cuantas, carajo?

Con las palmas humedas, volvio al comienzo del reglamento: deben reunirse catorce fichas. Catorce. Faltaba pues una ficha para terminar la serie del juez.

Adamsberg releia los apellidos y los nombres de las victimas, buscando la ficha oculta. Simone Matere. Mater como «maternal», como la madre, como un dragon blanco. Jeanne Lessard como lezard, el lagarto, un dragon verde. Los demas nombres se le escapaban. Imposible encontrar en ellos sentido alguno. Ya se tratara de un dragon o de un viento. No sabia que hacer con Lentretien, con Mestre, con Lefebure. Pero tenia ya cuatro vientos y tres dragones, siete piezas de trece, demasiado para ser una casualidad.

Y advirtio de pronto que, si no andaba errado, si el juez procuraba reunir las catorce fichas de la mano de honores, entonces Raphael no habia matado a Lise. La eleccion de la joven Autan delataba la mano del Tridente y liberaba la de su hermano. Pero no la suya. El nombre de Noella Cordel no evocaba honor alguno. Las flores, recordo Adamsberg, Camille habia dicho algo de las flores. Se inclino sobre el reglamento. Las flores, honores anadidos que se conservan al tomarlos, pero que no entran en la composicion de la mano. Adornos en cierto modo, algo fuera de serie. Victimas suplementarias, permitidas por la ley del Mah-Jong y que por lo tanto no era necesario atravesar con el tridente.

A las ocho de la manana, Adamsberg esperaba en un cafe a que abrieran la biblioteca municipal, mirando sus relojes, impregnandose del reglamento del Mah-Jong, repasando los nombres de las victimas. Naturalmente, habria podido apelar a Danglard, pero su adjunto se habria encabritado, sin duda, ante ese nuevo extravio. Le habia hecho pasar por un muerto viviente, luego por un centenario, y ahora por un juego chino. Pero un juego chino muy conocido cuando Fulgence era nino, hasta en el campo y en casa de la abuela de Camille.

Ahora sabia por que, en su embriaguez, habia exigido con insistencia aquel juego a Camille. Habia pensado ya

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