– El crimen de Raphael era un gran filtro cuadrado -aventuro Josette.

– Si.

– Y hoy ha saltado en pedazos.

– Si, Josette.

Paf, paf, paf, y estallido, penso.

– Pero queda otro -prosiguio-. Y no podemos avanzar mas de lo que lo hemos hecho.

– No hay final para los subterraneos, comisario. Estan concebidos para ir de un lugar a otro. Todos conectados entre si, de sendero en sendero, de puerta en puerta.

– No siempre, Josette. Ante nosotros se levanta el filtro mas impenetrable.

– ?Cual?

– El de la memoria estancada, en el fondo del lago. Mi recuerdo atrapado bajo las piedras, mi propia trampa, mi caida en el sendero. Ningun pirata sabria abordarlo.

– Filtro a filtro y uno tras otro, es la clave del buen hacker -dijo Josette agrupando las brasas desparramadas en el centro del hogar-. No se puede abrir la puerta numero nueve antes de haber descerrajado la numero ocho. ?Lo comprende, comisario?

– Claro, Josette -dijo amablemente Adamsberg.

Josette seguia alineando los tizones a lo largo del tronco inflamado.

– Antes del filtro de la memoria -prosiguio senalando una brasa con el extremo de las pinzas-, esta el que le hizo beber en Hull, y ayer noche.

– Defendido tambien por una barrera inexpugnable.

Josette movio la cabeza, tozuda.

– Ya se, Josette -suspiro Adamsberg-, que fue usted a dar una vuelta por el FBI. Pero no se pueden hackear los filtros de la vida como si fueran los de estas maquinas.

– No hay diferencia -replico Josette.

El extendio los pies hacia la chimenea, haciendo girar lentamente en el aire la varita, dejando que el calor de las llamas se filtrara a traves de sus zapatos. La inocencia de su hermano volvia a el con un lento movimiento de bumerang, sacandolo de sus marcas habituales, modificando su angulo de vision, abriendole parajes prohibidos donde el mundo parecia cambiar, discretamente, de textura. Ignoraba, a ciencia cierta, que textura. Pero sabia que, antes, y hasta ayer mismo, nunca habria revelado la historia de Camille, la muchacha del norte, a una fragil hacker con zapatillas deportivas azules y doradas. Sin embargo, lo hizo; desde sus origenes hasta su conversacion de borracho de la noche anterior.

– Ya ve usted -concluyo Adamsberg-. No hay paso.

– ?Puedo recuperar la varita? -pregunto timidamente Josette.

Adamsberg le tendio la rama. Ella reactivo su punta en las llamas y reanudo sus temblorosos circulos.

– ?Por que busca ese paso si usted mismo lo cerro?

– No lo se. Sin duda porque de ahi procede el aire, y sin aire llega la asfixia, o la explosion. Como la catedral de Estrasburgo con las ventanas obstruidas.

– Ah, caramba -se extrano Josette deteniendo su gesto-. ?Han tapado la catedral? ?Para que?

– No se sabe -dijo Adamsberg con gesto evasivo-. Pero lo han hecho. Con dragones, lampreas, perros, sapos y el tercio de un gendarme.

– Ah, bueno -dijo Josette.

Dejo la varita sobre el morillo y desaparecio en la cocina. Regreso con dos vasos de oporto y los dejo, temblorosa, en el brocal de la chimenea.

– ?Sabe usted su nombre? -pregunto sirviendo el vino y derramando un poco junto a los vasos.

– Trabelmann. Un tercio de Trabelmann.

– No, hablo del hijo de Camille.

– Ah. No me informe. Estaba ebrio.

– Tome -dijo tendiendole el oporto-. Es suyo.

– Gracias -dijo Adamsberg tomando su vaso.

– No hablo del vaso -corrigio Josette.

Trazo algunos circulos incandescentes mas, apuro su vino y devolvio la varita a Adamsberg.

– Ya esta -dijo-, voy a dejarle. Era un filtro pequeno pero deja pasar el aire, demasiado tal vez.

LVII

Danglard tomaba notas rapidamente mientras escuchaba a su colega quebeques.

– Arrancamelo lo antes posible -respondio-. Adamsberg ha dejado en pelotas la andadura del juez. Si, y ahora todo tiene sentido, se ha hecho solido. A excepcion del crimen del sendero que sigue sin tener cabida. De modo que no abandones… No… Bueno, arreglatelas… El mensaje de Sartonna no tendra ningun valor, es solo una reconstruccion. La acusacion lo hara pedazos. Si… Seguro… Puede librarse todavia, dale duro.

Danglard dijo unas palabras mas y colgo. Tenia la nauseabunda impresion de que todo iba a depender de un hilo. Perderlo o ganarlo todo en aquella jugada. Le quedaba muy poco tiempo, y poco hilo.

LVIII

Adamsberg y Brezillon habian acordado una cita en un discreto cafe del distrito 7, a primera hora de la tarde. El comisario se dirigia hacia alli con la cabeza gacha bajo su gorro polar. La noche anterior habia permanecido despierto mucho tiempo, despues de la partida de Josette, dibujando circulos aereos y ardientes en la oscuridad. Desde que hojeo descuidadamente aquel periodico en la Brigada, le parecia haber atravesado sin respiro todo un tumulto, haberse lanzado a las tormentas en una balsa sacudida por los vientos de Neptuno, desde hacia cinco semanas y cinco dias. Como una perfecta hacker, Josette habia dado en el blanco y le extranaba no haberlo comprendido antes. El nino habia sido concebido en Lisboa y era hijo suyo. Aquel descubrimiento habia apaciguado una borrasca al tiempo que levantaba un soplo de inquietud que jadeaba y silbaba en el cercano horizonte.

«Es usted un verdadero gilipollas, comisario.» Por no haber comprendido nada. Danglard habia permanecido sentado como un fardo triste y pesado sobre su secreto. Camille y el, ambos rigidos y en silencio, mientras huia a lo lejos. Tan lejos como Raphael se habia exiliado.

Raphael podia sentarse ahora pero el tenia que seguir corriendo. Filtro tras filtro, habia ordenado Josette, calzada con sus gruesas zapatillas azul celeste. El filtro del sendero seguia siendo inaccesible, pero el de Fulgence estaba a su alcance. Adamsberg empujo la puerta giratoria del lujoso cafe, en la esquina de la avenida Bosquet. Algunas damas tomaban el te, otras un pastis. Descubrio a su Brezillon acomodado, como un monumento gris, en una banqueta de terciopelo rojo, con un vaso de cerveza en la mesa de madera brillante.

– Quitese ese gorro -le dijo enseguida Brezillon-. Parece un campesino.

– Es mi sistema de camuflaje -explico Adamsberg dejandolo en una silla-. Tecnica polar que oculta los ojos, las orejas, las mejillas y el menton.

– Dese prisa, Adamsberg, ya le he hecho un favor aceptando esta entrevista.

– Pedi a Danglard que le informara de las consecuencias de la exhumacion. La edad del juez, la familia Guillaumond, el matricidio, la mano de honores.

– Lo hizo.

– ?Cual es su opinion, senor?

Brezillon encendio uno de sus gruesos cigarrillos.

– Favorable, salvo en dos puntos. ?Por que se echo el juez quince anos mas? Es evidente que cambio de nombre despues del matricidio. Y en el maquis, la operacion era facil. Pero ?la edad?

– Fulgence valoraba el poder y no la juventud. Diplomado en derecho a los veinticinco anos, ?que podia

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