– Si haces lo que te ordene.

– Lo juro por las llagas de Cristo, capitan.

– Pues mantente alerta -dijo Hunter, y salio de la posada a la calle embarrada.

El ambiente nocturno era calido y quieto, como lo habia • ido durante el dia. Oyo los acordes suaves de una guitarra y, en algun lugar, risotadas de borrachos y un solitario disparo. Entro en Ridge Street para ir a la Cabra Azul.

La ciudad de Port Royal estaba dividida en barrios improvisados y distribuidos alrededor del puerto. Cerca de los muelles se encontraban las tabernas, los burdeles y las casas de juego. Mas alla, apartadas de la actividad tumultuosa del litoral, las calles eran mas tranquilas. Las abacerias y las panaderias, los artesanos de los muebles y los fabricantes de velas, los herreros y los orfebres estaban alli. Mas lejos aun, en el lado sur de la bahia, habia un punado de viviendas privadas y posadas respetables. La Cabra Azul era una de estas ultimas.

Hunter entro y saludo a los hombres que bebian en las metas. Reconocio al mejor medico de la isla, el doctor Perkins; a uno de los concejales, el senor Pickering; al alguacil de la prision de Bridewell, y a algunos otros caballeros respetables.

Normalmente, los corsarios no eran bien recibidos en la Cabra Azul, pero Hunter era una excepcion y se le aceptaba de buen grado. Era una forma de reconocer que el comercio del puerto dependia del flujo constante de los botines que conseguian los corsarios. Hunter era un capitan habil y valiente y, por consiguiente, un importante miembro de la comunidad. El ano anterior, sus tres expediciones habian significado mas de dos cientos mil pistoles y doblones para Port Royal. Gran parte de ese dinero habia ido a parar a los bolsillos de esos caballeros y por eso lo saludaron como se merecia.

La senora Wickham, que regentaba la Cabra Azul, fue menos afable. Era viuda y hacia unos anos que se habia juntado con Susurro. Al ver llegar a Hunter, supo que habia ido a verle. Senalo con el dedo una puerta del fondo.

– Alli, capitan.

– Gracias, senora Wickham.

Hunter se dirigio a la habitacion de atras, llamo y abrio la puerta sin esperar respuesta; sabia que no contestaria nadie. La habitacion estaba oscura, iluminada solo por una vela. Hunter pestaneo para adaptarse a la penumbra. Oyo un chirrido ritmico. Finalmente, vio a Susurro, sentado en un rincon, en una mecedora. Susurro empunaba una pistola cargada y apuntaba a la barriga de Hunter.

– Buenas noches, Susurro.

La respuesta fue un siseo bajo y aspero.

– Buenas noches, capitan Hunter. ?Venis solo? -Si.

– Entonces entrad -siseo de nuevo la voz-. ?Un trago de matalotodo? -Susurro apunto a un tonel que tenia a su lado y le servia de mesa. Habia unos vasos y una pequena garrafa de ron encima.

– Con gusto, Susurro.

Hunter observo a Susurro mientras servia los dos vasos de liquido oscuro. Sus ojos se adaptaron a la penumbra y pudo ver mejor a su companero.

Susurro, de quien nadie conocia su nombre autentico, era un hombre grande y robusto, con unas manos desproporcionadas y palidas. Antano habia sido un capitan corsario prospero que trabajaba por su cuenta. Pero entonces fue a Matanceros con Edmunds. Susurro fue el unico superviviente, despues de que Cazalla lo capturara, le cortara la garganta y lo diera por muerto. De algun modo Susurro habia logrado sobrevivir, pero habia perdido la voz. Esto y la gran cicatriz blanca en forma arqueada bajo el menton eran un recordatorio de su pasado.

Desde su regreso a Port Royal, Susurro se habia escondido en aquel cuarto trasero; todavia era grande y vigoroso pero habia perdido el coraje, el temple. Vivia asustado; nunca soltaba la pistola y siempre tenia otra al lado. Hunter vio que brillaba en el suelo, al alcance, junto a la mecedora.

– ?Que os trae por aqui, capitan? ?Matanceros?

Hunter debio de parecer sorprendido porque Susurro se echo a reir. La risa de Susurro era un sonido horripilante, un resuello muy agudo, como una olla hirviendo. Al reir echo hacia atras la cabeza, mostrando la cicatriz blanca en toda su longitud.

– ?Os he sobresaltado, capitan? ?Os sorprende que lo sepa?

– Susurro -dijo Hunter-, ?lo sabe alguien mas?

– Algunos -siseo Susurro-. O lo sospechan. Pero no lo comprenden. Me he enterado de la aventura de Morton durante su travesia. -Ah.

– ?Vais a ir, capitan?

– Hablame de Matanceros, Susurro.

– ?Quereis un mapa? -Si.

– Quince chelines.

– Hecho -dijo Hunter.

Sin embargo, pensaba pagarle veinte, para asegurarse de su amistad y comprar su silencio. Por su parte, Susurro comprenderia la obligacion que comportaban los cinco chelines adicionales. Y sabria que Hunter le mataria si hablaba con alguien de Matanceros.

Susurro saco un pedazo de tela encerada y un poco de carbon. Con la tela sobre las rodillas, dibujo un esbozo rapido.

– La isla de Matanceros, que en la lengua del virrey significa literalmente matarife -susurro-. Tiene forma de «U», asi. La boca del puerto -golpeo el lado izquierdo de la «U»- es punta Matanceros. Ahi es donde Cazalla ha construido la fortaleza. En esta zona el terreno es bajo. La fortaleza no esta a mas de cincuenta pasos sobre el nivel del mar.

Hunter asintio y espero mientras Susurro tragaba un poco de ron.

– La fortaleza es octogonal. Los muros son de piedra, de diez metros de altura. Dentro hay una guarnicion del ejercito espanol.

– ?De cuantos hombres?

– Unos dicen que doscientos. Otros dicen que trescientos. He oido incluso que cuatrocientos, pero no lo creo.

Hunter asintio. Debia contar que fueran trescientos soldados.

– ?Y la artilleria?

– Solo en dos lados de la fortaleza -dijo Susurro con su voz rasposa-. Una bateria de canones apuntando al mar, al este. Y otra bateria hacia el otro lado del puerto, al sur.

– ?De que canones se trata?

Susurro solto su horripilante risa.

– Que interesante, capitan Hunter. Son culebrinas, canones de veinticuatro libras, fundidos en bronce.

– ?Cuantos?

– Diez, tal vez doce.

Era interesante, penso Hunter. Las culebrinas no eran un armamento muy potente y ya no solian utilizarse a bordo de los barcos. En su lugar, casi todas las flotas de guerra habian adoptado los canones cortos.

La culebrina era un arma que habia quedado anticuada. Las culebrinas pesaban mas de dos toneladas, y sus canones de hasta cinco metros de largo las hacian mortalmente precisas a larga distancia. Podian disparar proyectiles pesados y se cargaban rapidamente. En manos de artilleros bien adiestrados, las culebrinas podian disparar a razon de una vez por minuto.

– Veo que esta bien armada -dijo Hunter-. ?Quien es el encargado de la artilleria?

– Bosquet.

– He oido hablar de el -dijo Hunter-. ?Es el hombre que hundio el Renown?

– El mismo -siseo Susurro.

Asi que los artilleros serian hombres expertos. Hunter fruncio el ceno.

– Susurro -dijo-, ?sabes si las culebrinas estan fijas en tierra?

El antiguo corsario se mecio un buen rato.

– Estais loco, capitan Hunter.

– ?Por que?

– Estais pensando en atacar por tierra.

Hunter asintio.

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