– No lo lograreis -dijo Susurro. Golpeo el mapa que tenia sobre las rodillas-. Edmunds ya lo penso, pero cuando vio la isla, se olvido de ello. Mirad, si os acercais por el oeste -senalo la curva de la «U»- hay un pequeno puerto que podeis utilizar. Pero para cruzar hasta el puerto principal de Matanceros por tierra, debereis escalar el monte Leres, y pasar al otro lado.

Hunter hizo un gesto de impaciencia.

– ?Es dificil escalar ese monte?

– Es imposible -aseguro Susurro-. Un hombre normal no podria hacerlo. A partir de aqui, de la cala occidental, el terreno asciende suavemente unos ciento cincuenta metros. Pero esta cubierto de una selva densa y calurosa, repleta de pantanos. No hay agua potable. Habra patrullas. Si ellas no os descubren y no moris a causa de las fiebres, llegareis al pie del penasco. La ladera occidental de Leres es una pared de roca vertical de unos cien metros. Ni siquiera un pajaro podria posarse en ella. El viento es incesante y tiene la fuerza de un huracan.

– Si lograra escalarla -dijo Hunter-, ?despues que encontraria?

– La ladera oriental es muy suave y no presenta ninguna dificultad -explico Susurro-. Pero nunca alcanzareis la vertiente del este, os lo aseguro.

– Pero si la alcanzara -dijo Hunter- ?debo temer las baterias de Matanceros?

Susurro se encogio de hombros.

– Apuntan al agua, capitan Hunter. Cazalla no es tonto. Sabe que no puede ser atacado por tierra.

– Siempre hay una forma.

Susurro se mecio, en silencio, un largo rato.

– No siempre -dijo finalmente-. No siempre.

Don Diego de Ramano, conocido tambien como Ojo Negro o simplemente como el Judio, estaba encogido en su banco de trabajo del taller de Farrow Street. Entornaba los ojos a la manera de los miopes mientras miraba la perla que sujetaba entre el pulgar y el indice de la mano izquierda. Eran los unicos dedos que le quedaban en esa mano.

– Es de una calidad excelente -dijo. Le devolvio la perla a Hunter-. Os recomiendo conservarla.

Ojo Negro pestaneo rapidamente. Tenia la vista debil y los ojos rosados como los de un conejo. Le lagrimeaban casi constantemente; de vez en cuando se los secaba. En el ojo derecho tenia una gran mancha negra cerca de la pupila, de ahi su apodo.

– No me necesitabais para que os dijera esto, Hunter.

– No, don Diego.

El Judio asintio y se levanto del banco. Cruzo el estrecho taller y cerro la puerta de la calle. Despues cerro las persianas de la ventana y volvio con Hunter.

– ?Y bien?

– ?Como estais de salud, don Diego?

– Mi salud, mi salud -repitio don Diego, hundiendo las manos en las profundidades de los bolsillos de su ancho bluson. Era susceptible con su mano izquierda mutilada-. Mi salud es indiferente, como siempre. Tampoco me necesitabais para que os dijera esto.

– ?El taller marcha bien? -pregunto Hunter, mirando por la habitacion. Sobre las mesas toscas habia joyas de oro a la vista. El Judio llevaba casi dos anos vendiendo en esa tienda.

Don Diego se sento. Miro a Hunter, se acaricio la barba y se seco los ojos.

– Hunter -dijo-, me estais poniendo nervioso. Hablad con claridad.

– Me preguntaba si todavia trabajabais con polvora -aventuro Hunter.

– ?Polvora? ?Polvora? -El Judio miro por la habitacion, frunciendo el ceno como si no entendiera el significado de la palabra-. No -dijo-. No trabajo con polvora. Despues de esto no. -Senalo su ojo ennegrecido-. Y tampoco despues de esto. -Levanto la mano izquierda casi sin dedos-. Ya no trabajo con polvora.

– ?Creeis que podria haceros cambiar de opinion?

– Jamas.

– Jamas es mucho tiempo.

– Jamas es lo que quiero decir, Hunter.

– ?Ni siquiera para atacar a Cazalla?

El Judio gruno.

– Cazalla -repitio en tono grave-. Cazalla esta en Matanceros y no se le puede atacar.

– Yo pienso hacerlo -dijo Hunter en voz baja.

– Como el capitan Edmunds, el ano pasado. -Don Diego hizo una mueca al recordarlo. Habia participado en la financiacion de la expedicion y habia perdido su inversion de cincuenta libras-. Matanceros es invulnerable, Hunter. Que la vanidad no enturbie vuestros sentidos. La fortaleza no puede tomarse. -Se seco las lagrimas de la mejilla-. Ademas, alli no hay nada.

– En la fortaleza no hay nada -dijo Hunter-. Pero en el puerto si.

– ?El puerto? ?El puerto? -Ojo Negro volvio a mirar al vacio-. ?Que hay en el puerto? Ah. Deben de ser las naos del tesoro perdidas en la tormenta de agosto, ?me equivoco?

– Una de ellas.

– ?Como lo sabeis?

– Lo se.

– ?Una nao? -El Judio pestaneo mas rapidamente aun. Se rasco la nariz con el indice de la mano izquierda mutilada, signo inequivoco de que estaba reflexionando-. Seguramente esta llena de tabaco y canela -dijo lugubremente.

– Seguramente esta llena de oro y perlas -le rectifico Hunter-. De otro modo habria intentado volver a Espana aun a riesgo de ser capturada. Si fue a Matanceros fue solo porque el tesoro es demasiado valioso para correr riesgos.

– Tal vez, tal vez…

Hunter observo al Judio cuidadosamente. El comerciante era un gran actor.

– Supongamos que teneis razon -acepto finalmente-. A mi no me interesa. Una nao en el puerto de Matanceros esta tan segura como si estuviera atracada en Cadiz. Esta protegida por la fortaleza y la fortaleza no puede tomarse.

– Es cierto -dijo Hunter-. Pero las baterias de canones que custodian el puerto pueden destruirse, si vuestra salud es buena y os avenis a trabajar con polvora otra vez. -Me halagais.

– Nada mas lejos de mi intencion.

– ?Que tiene que ver mi salud con esto?

– Mi plan -dijo Hunter- tiene sus inconvenientes.

Don Diego fruncio el ceno.

– ?Estais diciendo que debere ir con vos?

– Por supuesto. ?Que esperabais?

– Creia que queriais dinero. ?Quereis que vaya?

– Es esencial, don Diego.

El Judio se levanto bruscamente.

– Para atacar a Cazalla -dijo, repentinamente emocionado.

Se puso a caminar arriba y abajo.

– He sonado con su muerte cada noche durante diez anos, Hunter. He sonado… -Paro de pasear y miro a Hunter-. Vos tambien teneis vuestras razones. -Las tengo -dijo Hunter. -Pero ?puede hacerse? ?De verdad? -De verdad, don Diego.

– Entonces estoy deseando oir el plan -dijo el Judio, entusiasmado-. Y estoy deseando saber que polvora necesitais.

– Necesito un invento -dijo Hunter-. Debeis fabricar algo que todavia no existe.

El Judio se seco las lagrimas de los ojos.

– Contadme -dijo-. Contadmelo todo.

El senor Enders, el cirujano barbero y artista del mar, aplico con delicadeza la sanguijuela al cuello de su paciente. El hombre, echado hacia atras en la silla, con la cara tapada con un pano, gimio cuando la bestia viscosa le toco la carne. Inmediatamente, la sanguijuela empezo a hincharse de sangre.

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