madera.
– Excelencia -rogo Hacklett-, ?no estais de acuerdo con que lo que empieza como una expedicion de tala de madera, aun y reconociendo el acierto de lo que decis, puede convertirse con suma facilidad en una empresa de pirateria?
– ?Con facilidad? Con facilidad no, senor Hacklett.
A Su Excelsa Majestad Carlos, por la gracia de Dios, de la Inglaterra e Irlanda, rey, defensor de la fe, etc.
Hacklett releyo la carta, la considero satisfactoria y llamo a un criado. Anne Sharpe respondio a su llamada.
– Nina -dijo el-, quiero que te ocupes de que esta carta salga con el proximo barco con destino a Inglaterra -y le dio una moneda.
– Mi senor -dijo ella con una pequena reverencia.
– Tratala con esmero -anadio Hacklett, frunciendo el ceno.
Ella se guardo la moneda en la blusa.
– ?El senor desea algo mas?
– ?Eh? -dijo el, algo sorprendido. La provocativa muchacha se estaba humedeciendo los labios con la lengua y le sonreia-. No -respondio secamente-. Puedes retirarte.
Ella se marcho.
El solto un suspiro.
12
A la luz de las antorchas, Hunter supervisaba el cargamento de su barco en plena noche.
El importe del derecho de amarre en Port Royal era elevado; un navio mercante cualquiera no podia permitirse quedarse mas de unas horas cargando o descargando, pero el pequeno balandro de Hunter se paso doce horas largas anclado, y a Hunter no le costo un solo penique. Al contrario, Cyrus Pitkin, que era el dueno del muelle, se mostro encantado de cederle el amarre, y para animar al capitan a aceptar tan generosa oferta le obsequio ademas con cinco barriles de agua.
Hunter los acepto educadamente. Sabia que Pitkin no lo hacia por magnanimidad; esperaba algo a cambio cuando regresara el Cassandra, y lo obtendria.
Del mismo modo, acepto un tonel de cerdo salado del senor Oates, un agricultor de la isla. Y acepto un barrilete de polvora del senor Renfrew, el armero. Todo se realizo con ceremoniosa cortesia, pero con el ojo muy atento a la relacion entre lo recibido y lo esperado.
Entre estos intercambios corteses, Hunter interrogo a todos los miembros de su tripulacion y pidio al senor Enders que los examinara, para asegurarse de que estaban sanos antes de subir a bordo. Hunter tambien reviso todas las provisiones: abrio todos los toneles de cerdo y de agua, olio el contenido y metio la mano hasta el fondo, para comprobar que realmente estaban llenos. Probo el agua de todos los barriles y verifico que todas las galletas fueran frescas y no tuvieran gorgojo.
En una larga travesia oceanica, no era posible que el capitan efectuara estas comprobaciones personalmente. Este tipo de travesia exigia toneladas de agua y comida para la tripulacion, y gran parte de la carne se transportaba viva, mugiendo y graznando.
Pero los corsarios viajaban de un modo diferente. Sus pequenos barcos iban cargados de hombres y las provisiones eran escasas. Un corsario no esperaba comer bien durante un viaje; a veces ni siquiera llevaban comida, y las naves zarpaban esperando obtener provisiones cuando abordaran otro barco o invadieran una ciudad.
Los corsarios tampoco iban exageradamente armados. El Cassandra, un balandro de poco mas de veinte metros, estaba dotado solo con cuatro canones medianos, unos canones giratorios mas pequenos que las culebrinas, colocados a proa y a popa. Este era su unico armamento, asi que no podia hacer nada contra un buque de guerra, aunque fuera de quinta o sexta categoria. En contrapartida, los corsarios contaban con la velocidad y la maniobrabilidad -ademas de una quilla poco profunda- para esquivar a sus adversarios mas peligrosos. Podian aprovechar el viento mucho mejor que un gran navio de guerra, y podian entrar en puertos y canales poco profundos donde un barco mayor no podia perseguirlos.
En el mar Caribe, donde raramente se navegaba sin avistar alguna isla rodeada de arrecifes de coral cercanos a la superficie, se sentian bastante a salvo.
Hunter superviso la carga del barco hasta casi el amanecer. 1)e vez en cuando, los curiosos se amontonaban, y el se apresuraba a echarlos. Port Royal estaba repleto de espias; los asentamientos espanoles pagaban bien los chivatazos de expediciones como aquella. De todos modos, Hunter no deseaba que nadie viera los extranos suministros que estaba cargando a bordo: las numerosas cuerdas, los garfios plegables y las extranas botellas que el Judio habia embalado en cajas de madera.
De hecho, las cajas del Judio estaban envueltas en tela encerada y se colocaron bajo la cubierta, fuera de la vista de los marineros. Como habia dicho Hunter a don Diego, aquel era su «pequeno secreto».
Al romper el dia, el senor Enders, todavia lleno de energia y con su incansable paso oscilante, se acerco a el y le dijo:
– Disculpad, capitan, pero hay un pordiosero con una pata de palo que ha estado casi toda la noche dando vueltas por el almacen.
Hunter miro hacia el edificio, todavia en tinieblas a la luz tenue del alba. Los muelles no eran un buen lugar para pedir limosna.
– ?Le conoceis?
– No, capitan.
Hunter fruncio el ceno. En otras circunstancias, habria ordenado que llevaran al hombre ante el gobernador y le habria pedido que encerrara al mendigo en la prision de Marshallsea algunas semanas. Pero era tarde; el gobernador aun estaria durmiendo y no le complaceria que le despertaran.
– Bassa.
El Moro aparecio a su lado con todo su corpachon.
– ?Ves a ese mendigo de la pata de palo?
Bassa asintio.
– Matalo.