El tal Velazquez no habia pintado un halo en torno al rostro del Senor. Y el color del cuerpo era de una palidez mortal, en tonos grisaceos. Era muy realista, pero a menudo Cazalla echaba de menos un halo. Le sorprendia que un rey tan piadoso como Felipe no hubiera exigido al pintor que lo anadiera. Quiza al monarca no le gustaba el cuadro; quiza era por eso por lo que lo habia enviado a uno de sus capitanes militares en Nueva Espana.

En los momentos de desanimo, otra idea ocupaba la mente de Cazalla. Era muy consciente del abismo que separaba los

placeres de la vida en la corte de Felipe de la dureza de la de los hombres que le mandaban el oro y la plata de las colonias para costear esos lujos. Algun dia volveria a la corte, y viviria sus ultimos anos en la abundancia. A veces pensaba que los cortesanos se reirian de el. A veces, en sus suenos, los mataba en sanguinarios y furiosos duelos.

El ensueno de Cazalla fue interrumpido por el balanceo del barco. Penso que estaria bajando la marea; lo que significaba que no faltaba mucho para el amanecer. Pronto se pondrian en marcha de nuevo. Entonces mataria a otro pirata ingles. Cazalla tenia intencion de matarlos, uno por uno, hasta que alguno le contara realmente que pretendian.

El barco continuo moviendose, pero habia algo anormal en ese balanceo. Cazalla lo supo instintivamente: el barco no se balanceaba alrededor de la cadena del ancla; se movia lateralmente; algo no encajaba. En aquel momento oyo un suave crujido y el navio se estremecio y se inmovilizo.

Con una maldicion, Cazalla corrio a la cubierta principal. Alli se encontro, a pocos centimetros de la cara, las frondas de una palmera. Varias palmeras, todas alineadas en el litoral de la isla. El barco habia varado. Grito rabioso. La tripulacion, presa del panico, se reunio en torno a el.

El primer oficial llego corriendo, temblando.

– Capitan, han cortado el ancla.

– ?Quienes? -grito Cazalla. Cuando estaba enfadado, su voz se volvia aguda como la de una mujer. Corrio a la otra borda y vio el Cassandra, escorado por un viento favorable, dirigiendose a mar abierto-. ?Quienes?

– Los piratas han escapado -informo el oficial, palido.

– ?Escapado! ?Como pueden haber escapado?

– No lo se, mi capitan. Los guardias estan todos muertos.

Cazalla golpeo al hombre en la cara; este cayo con los brazos y las piernas extendidos sobre el puente. Estaba tan furioso que no podia pensar con claridad. Miro fijamente el mar hacia el balandro que huia.

– ?Como han podido escapar? -repitio-. Por los clavos de Cristo, ?como han podido escapar?

El capitan de infanteria se acerco.

– Senor, estamos embarrancados. ?Mando desembarcar a algunos hombres para que empujen?

– La marea esta descendiendo -dijo Cazalla.

– Si, mi capitan.

– Entonces, imbecil, ?no podremos reflotar hasta que la marea vuelva a subir! -grito Cazalla, blasfemando.

Eso significaba doce vueltas de reloj. Pasarian seis horas antes de que el enorme buque pudiera empezar a liberarse. E incluso entonces, si estaba muy varado, podria ser que no lo consiguieran. Estaban en fase de luna menguante; cada marea era menos intensa que la anterior. Si no se liberaban en la siguiente marea, o como mucho la siguiente a esta, permanecerian varados al menos tres semanas.

– ?Imbeciles! -chillo.

En la distancia, el Cassandra viro agilmente hacia el sur y desaparecio de su vista. ?Rumbo al sur?

– Van a Matanceros -dijo Cazalla. Y temblo, presa de una rabia incontrolable.

A bordo del Cassandra, Hunter estaba sentado a popa planificando la ruta. Le sorprendia no sentir fatiga en absoluto, a pesar de no haber dormido durante dos dias. Alrededor, los miembros de su tripulacion estaban echados sobre cubierta, desperdigados; practicamente todos estaban profundamente dormidos.

– Son buenos marineros -dijo Sanson, mirandolos.

– Sin ninguna duda -coincidio Hunter.

– ?Alguno de ellos ha hablado?

– Uno.

– ?Y Cazalla le creyo?

– Ni por asomo -contesto Hunter-, pero tal vez ahora haya cambiado de opinion.

– Al menos les llevamos seis horas de ventaja -dijo San- son-. O dieciocho, si tenemos suerte.

Hunter asintio. Matanceros estaba a dos dias de navegacion contra el viento; con aquella ventaja probablemente llegarian a la fortaleza antes que el barco de guerra.

– Navegaremos tambien de noche -dijo Hunter.

Sanson asintio.

– ?Tensad ese foque! -grito Enders-. ?No os durmais!

La vela se tenso, y con la fresca brisa del este, el Cassandra surco las aguas hacia la luz del alba.

TERCERA PARTE . Matanceros

20

Por la tarde, el cielo estaba estriado de nubes que se volvieron oscuras y grises al caer el sol. El aire era humedo y tempestuoso. Fue entonces cuando Lazue avisto el primer madero.

El Cassandra navego entre docenas de ejes rotos de madera y restos de un naufragio. Los marineros lanzaron cuerdas y subieron algunos fragmentos a bordo.

– Parece ingles -dijo Sanson, cuando izaron a cubierta una pieza del espejo de popa pintado de rojo y azul.

Hunter asintio. El navio que se habia hundido era de proporciones considerables.

– No hace mucho -dijo. Escruto el horizonte buscando signos de supervivientes, pero no hallo ninguno-. Nuestros amigos espanoles han salido de caza.

Durante los siguientes quince minutos las piezas de madera no dejaron de golpear el casco del barco. La tripulacion estaba inquieta; a los marineros no les gustaba ser testigos de tanta destruccion. Rescataron otro travesano y a partir de el Enders dedujo que el barco era un mercante, probablemente un bergantin o una fragata, de al menos cincuenta metros.

Sin embargo no encontraron ni rastro de la tripulacion.

Al caer la noche, el aire se volvio mas tenebroso y se levanto un viento de borrasca. En la oscuridad, gotas calientes de lluvia empezaron a golpear la madera de la cubierta del Cassandra. Los hombres pasaron la noche empapados e incomodos. Sin embargo, el dia amanecio despejado, y con la luz vieron su lugar de destino en el horizonte.

En la lontananza, la cara occidental de la isla de Matanceros parecia muy inhospita. Su contorno volcanico era aspero y dentado, y exceptuando la vegetacion baja de la costa, la isla parecia arida, marron y yerma, con retazos de formaciones rocosas de un gris rojizo aqui y alla. Solia llover poco en la isla y por su situacion en la parte mas oriental del Caribe, los vientos del Atlantico azotaban su unica cima incesantemente.

La tripulacion del Cassandra asistia sin el menor entusiasmo a su aproximacion a Matanceros. Enders, al timon, fruncio el ceno.

– Estamos en septiembre -dijo-. En esta epoca, la isla esta todo lo verde y hospitalaria que puede llegar a ser.

– Si -coincidio Hunter-. No es un paraiso. Pero hay un bosque en la costa oriental y agua en abundancia.

– Y mosquetes papistas en abundancia -dijo Enders.

– Pero tambien oro papista en abundancia -anadio Hunter-. ?Cuanto falta para atracar, segun vuestros calculos?

– Con viento favorable a mediodia como muy tarde, os lo garantizo.

– Dirigios a la cala -ordeno Hunter, senalando con la mano.

Ya podian ver la unica entrada de la costa occidental, una estrecha ensenada llamada cala del Ciego.

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