Al caer la noche, estaban a menos de medio kilometro del campamento espanol. La vegetacion era mas frondosa, asi que decidieron pasar la noche junto a unos grandes cactus. No encendieron fuego, y comieron solo unas plantas crudas antes de echarse sobre la tierra humeda. Estaban muy cansados, pero tambien ansiosos, porque desde su posicion podian oir vagamente las voces de los espanoles y percibir los olores de las hogueras donde estos estaban cocinando. Echados bajo las estrellas, aquellos sonidos y aquellos aromas les recordaron que la batalla era inminente.

22

Hunter se desperto con la conviccion de que algo iba mal. Oia voces espanolas, pero esta vez estaban cerca, demasiado cerca. Tambien escuchaba pasos, y el crujido del follaje. Se sento, estremeciendose de dolor; el cuerpo le dolia incluso mas que el dia anterior.

Echo una ojeada a su reducido grupo. Sanson ya estaba de pie, espiando entre las frondas de las palmeras en la direccion de donde llegaban las voces. El Moro se estaba levantando en silencio, con el cuerpo en tension y movimientos perfectamente controlados. Don Diego estaba apoyado sobre un codo, con los ojos muy abiertos.

Solo Lazue seguia echada boca arriba. Y estaba completamente inmovil. Hunter le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba para que se levantara. Ella movio la cabeza casi imperceptiblemente y dibujo un «no» con los labios. No se movia en absoluto. Su cara estaba cubierta por una fina capa de sudor. Hunter hizo un movimiento hacia ella.

– ?Cuidado! -susurro ella, con voz tensa.

El se detuvo y la miro. Lazue estaba boca arriba con las piernas ligeramente separadas. Sus extremidades estaban extranamente rigidas. Entonces, el capitan vio una cola con rayas rojas, negras y amarillas que desparecia por una de las perneras de Lazue.

Era una serpiente de coral; el calor del cuerpo de la joven debia de haberla atraido. Hunter la miro a la cara. Estaba rigida, como si estuviera soportando un terrible dolor.

Por detras, Hunter oyo las voces espanolas cada vez mas fuertes. Varios hombres pisaban y apartaban la maleza. Hizo un gesto a Lazue para que esperara y se acerco a Sanson.

– Son seis -susurro Sanson.

Hunter vio a un grupo de seis soldados espanoles, cargados con mantas, comida y armados con mosquetes, que subian la ladera hacia ellos. Los soldados eran jovenes y por lo visto se tomaban la expedicion como una diversion; se reian y bromeaban.

– No es una patrulla -susurro Sanson.

– Dejemos que pasen -dijo Hunter.

Sanson lo miro severamente. Hunter senalo a Lazue, que seguia rigida en el suelo. Sanson comprendio inmediatamente. Esperaron a que los soldados espanoles pasaran de largo y siguieran subiendo. Despues fueron junto a Lazue.

– ?Donde esta? -pregunto Hunter.

– Rodilla -dijo ella en voz baja.

– ?Subiendo? -Si.

Don Diego interrumpio.

– Arboles altos -dijo, mirando alrededor-. Tenemos que encontrar arboles altos. Alli. -Dio una palmada al Moro-. Ven conmigo.

Los dos hombres se metieron entre la maleza hacia un grupo de guayacos situados a pocos metros de distancia. Hunter miro a Lazue y despues a los soldados espanoles. Todavia estaban a la vista, cien metros mas arriba. Si cualquiera de ellos decidia volverse, los descubriria.

– La temporada de apareamiento ha pasado -dijo Sanson. Miro a Lazue frunciendo el ceno-. Pero quiza tengamos suerte y encontremos algun polluelo. -Se volvio a mirar al Moro, que estaba trepando a un arbol, mientras Diego lo observaba desde abajo.

– ?Donde esta ahora? -pregunto Hunter.

– Mas arriba de la rodilla.

– Intenta relajarte.

Ella puso cara de exasperacion.

– Malditos vosotros y vuestra expedicion -dijo-. Os maldigo, a todos.

Hunter miro la amplia pernera del bombacho. Bajo la tela, veia el ligero movimiento ascendente de la serpiente.

– Madre de Dios -dijo Lazue y cerro los ojos.

Sanson susurro a Hunter.

– Si el Moro no encuentra un polluelo, podemos levantarla y sacudirla.

– La serpiente la mordera.

Ambos sabian lo que esto significaba.

Los corsarios eran hombres duros y curtidos; consideraban la mordedura venenosa de un escorpion, una viuda negra o un mocasin acuatico poco mas que un pequeno inconveniente. De hecho, una de sus diversiones preferidas consistia en esconder escorpiones en la bota de un companero. Pero habia dos animales venenosos que infundian respeto y temor a todos ellos. El fer-de-lance no era cosa de risa, pero la pequena serpiente coral era lo peor de todo. Nadie sobrevivia a su timida picadura. Hunter podia imaginar el terror de Lazue mientras esperaba en la pierna la diminuta picadura fatal. Todos sabian lo que ocurriria inevitablemente: primero sudores, despues temblores, a continuacion un entumecimiento gradual que se extenderia por todo su cuerpo. La muerte llegaria antes de la puesta de sol.

– ?Y ahora?

– Arriba, muy arriba. -Su voz era extraordinariamente baja; apenas audible.

Hunter volvio a mirar y vio una ligera ondulacion de la tela en la entrepierna.

– Dios santo -gimio Lazue.

De repente se oyo un chillido bajo, casi un gorjeo. Se volvio y vio a Diego y al Moro, que regresaban. Ambos sonreian. El Moro llevaba algo entre las manos. Hunter vio que era un polluelo de aguzanieves que gorjeaba y agitaba el blando y plumoso cuerpecito.

– Rapido, un trozo de cuerda -dijo el Judio.

Hunter busco un pedazo de canamo que ataron a las piernas del polluelo. Colocaron al polluelo en la abertura de los bombachos de Lazue y lo ataron al suelo, donde gorjeo y se agito inutilmente.

Esperaron.

– ?Sientes algo? -pregunto Hunter.

– No.

Miraron al polluelo de aguzanieves. El animalito se resistia con desesperacion, pero empezaba a estar agotado.

Hunter miro a Lazue.

– Nada -dijo ella. De repente, abrio los ojos.

– Se esta enroscando…

Todos le miraron las perneras. Habia movimiento. Bajo la tela se formo lentamente una curva que luego desaparecio.

– Esta bajando -dijo Lazue.

Esperaron. Subitamente, el polluelo se agito aun mas y chillo con mas fuerza que antes. Habia olido a la serpiente de coral.

El Judio saco su pistola, quito la bala y el cebo y la agarro por el canon, con intencion de usar la culata como martillo.

Esperaron. Veian como avanzaba la serpiente, que ya habia sobrepasado la rodilla y bajaba por la pantorrilla, centimetro a centimetro. Les parecio interminable.

De repente, la cabeza aparecio bruscamente fuera de la pernera con la lengua extendida. El polluelo chillo en

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