un paroxismo de terror. La serpiente de coral avanzo. En ese momento, don Diego salto y le aplasto la cabeza contra el suelo con la culata de la pistola; simultaneamente, Lazue se puso de pie y salto hacia atras gritando.
Don Diego golpeo varias veces a la serpiente aplastando su cuerpo en la tierra blanda. Lazue se volvio y vomito espasmo- dicamente. Sin embargo, Hunter no le presto atencion. Despues de que ella gritara, se habia vuelto inmediatamente hacia la ladera de la montana, hacia los soldados espanoles.
Sanson y el Moro habian hecho lo mismo.
– ?Lo han oido? -pregunto Hunter.
– No podemos arriesgarnos -contesto Sanson. Hubo un largo silencio, interrumpido solo por las arcadas de Lazue-. Ya has visto que llevaban viveres y mantas.
Hunter asintio. El significado estaba claro. Cazalla los habia mandado para que buscaran a los piratas en tierra, y para que vigilaran si el Cassandra se acercaba por el horizonte. Un solo disparo de mosquete del grupo alertaria a los del fuerte. Desde su posicion elevada, verian el Cassandra a millas de distancia.
– Yo me encargo -dijo Sanson, sonriendo ligeramente.
– Llevate al Moro -ordeno Hunter.
Los dos hombres se marcharon furtivamente tras los pasos de los soldados espanoles. Hunter se volvio y miro a Lazue, que estaba palida y se secaba la boca.
– Estoy a punto para la marcha -dijo.
Hunter, don Diego y Lazue cargaron el material a la espalda y empezaron a descender.
Ahora seguian el rio que desembocaba en el puerto. Cuando lo habian encontrado, el rio era tan solo un hilo de agua que se podia salvar sin dificultad. Pero enseguida se habia ensanchado, y la selva que crecia en las orillas era mas densa e intrincada.
Encontraron la primera patrulla espanola a ultima hora de la tarde: ocho espanoles, todos armados, remontaban el rio silenciosamente en una barca. Estaban serios y lugubres. Eran hombres preparados para la batalla. Al caer la noche, los altos arboles junto al rio adquirieron tonos azul verdosos, y la superficie del rio se volvio negra, agitada solo de vez en cuando por el paso de un cocodrilo. Pero habia patrullas por todas partes, que se movian a paso de marcha a la luz de las antorchas. Tres largas canoas transportaban soldados rio arriba, y sus antorchas proyectaban largas y temblorosas estelas de luz.
– Cazalla no es tonto -dijo Sanson-. Nos estan esperando.
Se encontraban a tan solo unos cientos de metros de la fortaleza de Matanceros. Los imponentes muros de piedra se alzaban sobre ellos. Habia mucha actividad, dentro y fuera del fuerte. Pelotones de veinte soldados armados patrullaban la zona.
– Tanto si nos esperan como si no -dijo Hunter-, debemos cenirnos al plan. Atacaremos esta noche.
23
Enders, el barbero cirujano y artista del mar, estaba de pie al timon del Cassandra y observaba las grandes olas que se volvian plateadas al romper contra el arrecife del cayo de Barton, a cien metros a babor. A lo lejos podia ver la mole negra del monte Leres, imponente en el horizonte.
Un marinero se acerco a popa.
– Han dado la vuelta a la clepsidra -dijo.
Enders asintio. Habian transcurrido quince clepsidras desde el crepusculo, lo que significaba que eran casi las dos. El viento soplaba del este, con una fuerza de unos diez nudos; su embarcacion surcaba veloz el agua, por lo que en una hora llegarian a la isla.
Miro fijamente el perfil del monte Leres. Enders no podia distinguir el puerto de Matanceros. Tendria que doblar la punta meridional de la isla antes de avistar la fortaleza y el galeon, suponiendo que siguiera anclado en el puerto.
Para entonces, tambien estaria al alcance de los canones de Matanceros, a menos que Hunter y su grupo los hubieran inutilizado.
Enders miro a su tripulacion, de pie en el puente descubierto del Cassandra. Ningun hombre hablaba; observaban en silencio el contorno de la isla, que se agrandaba frente a ellos.
Todos sabian lo que estaba en juego y todos conocian los riesgos: dentro de unas horas, o serian inimaginablemente ricos o con toda probabilidad estarian muertos.
Por enesima vez aquella noche, Enders se pregunto que suerte debian de haber corrido Hunter y los demas y donde estarian.
A la sombra de los muros de piedra de Matanceros, Sanson mordio el doblon de oro y lo paso a Lazue. Ella lo mordio y se lo paso al Moro. Hunter asistio al solemne ritual, que todos los corsarios creian que traia suerte antes de un ataque. Por fin, le llego el doblon; lo mordio, sintiendo el sabor del metal. Despues, a la vista de todos, lanzo la moneda por encima de su hombro derecho.
Sin decir palabra, los cinco hombres salieron en direcciones distintas.
Hunter y don Diego, con cuerdas y garfios al hombro, avanzaron furtivamente en direccion norte rodeando la fortaleza; debian detenerse a menudo para dejar pasar las patrullas. Hunter echo una ojeada a los altos muros de piedra de Matanceros. Las partes mas elevadas eran lisas, con un borde redondeado para hacer mas dificil la escalada. Pero esas habilidades de construccion no serian suficientes para echar abajo su plan; Hunter estaba seguro de que sus garfios encontrarian los puntos de apoyo que necesitaban.
Cuando alcanzaron la pared norte del fuerte, la mas alejada el mar, se detuvieron. Diez minutos despues, paso una patrulla; el ruido metalico de sus armaduras y armas resono en el sosiego nocturno. Esperaron hasta que los soldados se perdieron de vista.
Entonces Hunter corrio y lanzo el garfio por encima del muro. Oyo un debil chasquido metalico cuando cayo en el interior. Tiro de la cuerda y el hierro volvio a caer en el suelo a su lado. Maldijo y espero, escuchando.
Todo estaba en silencio; no habia ningun indicio de que alguien lo hubiera oido. Lanzo el garfio por segunda vez, y lo vio volar por encima del muro. Volvio a tirar. Y tuvo que apartarse cuando el hierro cayo de nuevo al suelo.
Lo lanzo por tercera vez y esta vez el garfio se agarro a algo, pero casi inmediatamente oyo el ruido de otra patrulla. Rapidamente, Hunter trepo por la pared, jadeando y empujado por las voces cada vez mas cercanas de los soldados provistos de armaduras. Alcanzo el parapeto, se agacho y recupero la cuerda. Don Diego se habia ocultado en la maleza.
La patrulla paso bajo los ojos de Hunter.
Hunter solto la cuerda y don Diego trepo, murmurando y blasfemando en espanol. Don Diego no era fuerte, asi que su ascenso se hizo interminable. De todos modos, por fin llego arriba y Hunter lo izo y recogio la cuerda. Los dos hombres, agachados sobre la piedra fria, miraron alrededor.
Matanceros estaba en silencio en la oscuridad; las hileras de tiendas debian de estar ocupadas por cientos de hombres dormidos. Era emocionante estar tan cerca de tantos enemigos.
– ?Guardias? -susurro el Judio.
– No veo ninguno -dijo Hunter-, excepto alli.
En el lado opuesto de la fortaleza habia dos figuras armadas de pie. Pero estaban vigilando el mar, escrutando el horizonte en busca de naves que se acercaran.
Don Diego asintio.
– Habra un guardia en el polvorin.
– Probablemente.
Los dos hombres estaban casi justo encima del cobertizo de madera que Lazue creia que podia ser el polvorin. Desde donde estaban agachados no podian ver la puerta de la barraca.
– Primero deberiamos ir alli -dijo el Judio.
No llevaban explosivos, solo mechas. Pretendian coger los explosivos del polvorin de la fortaleza.
En silencio, rodeados por la oscuridad, Hunter salto al suelo y don Diego lo siguio, parpadeando para adaptarse a la penumbra. Dieron la vuelta a la barraca buscando la puerta.