No vieron a ningun guardia.
– ?Dentro? -susurro el Judio.
Hunter se encogio de hombros, se dirigio hacia la puerta, escucho un momento, se quito las botas y empujo suavemente la puerta. Miro hacia atras y vio que don Diego tambien se estaba descalzando. Hunter entro.
El interior del polvorin estaba revestido de cobre por todos los lados y unas pocas velas cuidadosamente protegidas iluminaban la habitacion con un brillo calido y rojizo. Era sorprendentemente acogedor, a pesar de las hileras de barriles de polvora y los saquitos ya preparados para introducir en los canones, todos marcados con pintura roja. Hunter se movio silenciosamente por el suelo de cobre. No veia a nadie, pero oia a un hombre que roncaba en algun lugar del polvorin. Avanzando oculto por los barriles, busco al hombre; finalmente encontro a un soldado dormido, apoyado en un barril de polvora. Hunter pego un fuerte golpe al hombre en la cabeza; el soldado gimio y cayo desplomado.
El Judio entro, echo un vistazo a la habitacion y susurro:
– Excelente.
Inmediatamente se puso manos a la obra.
Si la fortaleza estaba silenciosa y dormida, el pueblo de barracas improvisadas que alojaba a la tripulacion del galeon, en cambio, estaba en plena ebullicion. Sanson, el Moro y Lazue atravesaron discretamente el pueblo, pasando junto a ventanas por las que vieron a soldados bebiendo y jugando a la luz amarilla de los faroles. Un soldado borracho salio dando tumbos, tropezo con Sanson, se disculpo y fue a vomitar contra la pared. Los tres siguieron caminando hacia la barca atracada a la orilla del rio.
Aunque de dia el pequeno muelle no estaba vigilado, en aquel momento tres soldados estaban apostados alli, charlando y bebiendo en la oscuridad. Estaban sentados en un extremo del muelle, con los pies colgando sobre el agua, y el suave sonido de sus voces se fundia con el chapoteo del agua contra las estacas de madera. Daban la espalda a los corsarios, pero los tablones de madera con los que estaba construido el muelle hacian imposible acercarse en silencio.
– Lo hare yo -dijo Lazue, quitandose el bluson. Desnuda hasta la cintura, con el punal escondido a la espalda, empezo a silbar una melodia mientras echaba a caminar por el muelle.
Uno de los soldados se volvio.
– ?Que pasa ahi? -pregunto y levanto el farol. Abrio los ojos, estupefacto, al ver lo que debio de parecerle una aparicion: una mujer con los pechos al aire caminando tranquilamente hacia el-. ?Madre de Dios! -exclamo.
La mujer le sonrio.
El correspondio a la sonrisa en el mismo instante en el que el punal atravesaba sus costillas hasta el corazon.
Los demas soldados miraron a la mujer con el punal goteando sangre. Estaban tan atonitos que apenas opusieron resistencia cuando ella les mato; el pecho desnudo de Lazue quedo manchado de sangre.
Sanson y el Moro corrieron, saltando sobre los cadaveres de los tres hombres. Lazue se puso de nuevo el bluson. Sanson subio a uno de los botes e inmediatamente se dirigio a la proa del galeon. El Moro solto los demas botes y los empujo hacia el puerto, donde flotaron a la deriva. Despues, el Moro subio a un bote con Lazue y se dirigieron hacia la popa del galeon. Ninguno de los tres dijo una sola palabra.
Lazue se apreto el bluson contra el cuerpo. La sangre de los soldados le empapo la tela y sintio un escalofrio. Se puso de pie en el bote y miro hacia el galeon mientras el Moro remaba con movimientos fuertes y rapidos.
El galeon era grande, de poco menos de cincuenta metros, pero estaba casi todo a oscuras, con solo unas antorchas que destacaban el perfil. Lazue miro a la derecha, donde vio a San- son remando en la otra direccion, hacia la proa del galeon. Su cuerpo se recortaba contra el fondo iluminado del animado pueblo de chabolas. La mujer se volvio y miro a la izquierda, a la linea gris de los muros de la fortaleza. Se pregunto si Hunter y el Judio estarian ya dentro.
Hunter observaba mientras el Judio llenaba delicadamente las entranas de la zarigueya de polvora. Parecia un proceso interminable, pero el Judio se negaba a apresurarse. Estaba en cuclillas en el centro del polvorin, con un saco de polvora abierto a un lado, y canturreaba una melodia mientras trabajaba.
– ?Cuanto falta? -pregunto Hunter.
– No mucho, no mucho -contesto el Judio, imperturbable-. Sera estupendo -dijo-. Ya lo vereis. Algo digno de ver.
Una vez llenas las entranas, las corto en varios fragmentos y se las guardo en el bolsillo.
– Bien -dijo-. Ya podemos empezar.
Poco despues, los dos hombres salieron del polvorin, encorvados por el peso de las cargas de polvora que llevaban encima. Cruzaron el patio principal de la fortaleza a hurtadillas y se pararon bajo el macizo parapeto de piedra sobre el que descansaban los canones. Los dos vigias seguian alli.
Mientras el Judio esperaba con la polvora, Hunter trepo por el parapeto y mato a los vigias. El primero murio en absoluto silencio y el otro unicamente solto un pequeno gemido al caer al suelo.
– ?Diego! -siseo Hunter.
El Judio aparecio en el parapeto y miro los canones. Metio una baqueta en una de las culatas.
– Que maravilla -susurro-. Ya estan cargados de polvora. Juguemos un poco. Tomad, ayudadme.
El Judio empujo otro saco de polvora en el interior de la boca de uno de los canones.
– Ahora la bala -dijo.
Hunter fruncio el ceno.
– Pero ellos introduciran otra bala antes de disparar.
– Por supuesto. Dos cargas, dos balas, estos canones les explotaran en la cara.
Rapidamente, pasaron de una culebrina a otra. El Judio anadia una carga de polvora y Hunter introducia la bala. Cada bala emitio un sonido sordo y retumbante al resbalar dentro de la culata del canon, pero no habia nadie cerca para oirlo.
Al terminar, el Judio dijo:
– Ahora tengo cosas que hacer. Vos debeis meter arena en todos los tubos.
Hunter bajo del parapeto. Recogio un poco de tierra del suelo de la fortaleza y echo un punado dentro de cada boca de las culebrinas. El Judio era listo: aunque los canones llegaran a disparar, la arena de las culatas impediria que apuntaran bien, y danaria tan gravemente el interior que nunca mas volverian a ser precisos.
Cuando termino, vio que el Judio estaba agachado sobre una curena de canon, trabajando debajo de la culata. Por fin, se incorporo.
– Este ha sido el ultimo.
– ?Que habeis hecho?
– He metido una mecha bajo la culata. La acumulacion de
calor cuando intenten disparar incendiara estas mechas. -Hunter lo vio sonreir en la penumbra-. Sera prodigioso.
El viento rolo y la popa del galeon viro hacia Sanson. El frances ato el cabo al espejo de popa dorado y empezo a escalar por el mamparo posterior hacia el camarote del capitan. Oyo el vago eco de una cancion espanola. Escucho las palabras obscenas, pero no llego a distinguir de donde procedia la voz; parecia flotar a la deriva, esquiva y debil.
Se introdujo en el camarote del capitan a traves del portillo de un canon. Estaba vacio. Salio al puente de artilleria y bajo la escalerilla que llevaba a la zona donde dormian los marineros. Tampoco encontro a nadie alli. Contemplo las hamacas vacias, meciendose suavemente con el movimiento del barco. Docenas de hamacas y ni rastro de marineros.
A Sanson aquello no le gusto nada: un barco sin guardias significaba un barco sin tesoro. Temio lo que todos habian temido pero nadie se habia atrevido a pronunciar: que habian descargado el tesoro y lo habian guardado en otra parte, quiza en la fortaleza. Si era asi, sus planes serian inutiles.
Por lo menos, Sanson esperaba encontrar una minima tripulacion y algunos guardias. Fue a la cocina de popa y se animo un poco. La cocina estaba vacia, pero habia pruebas de que se habia cocinado recientemente: un estofado de buey en una gran caldera, algunas verduras, un limon cortado rodando arriba y abajo sobre la superficie de madera.
Salio de la cocina y siguio avanzando. A lo lejos oyo los gritos del centinela en la cubierta saludando la llegada de Lazue y el Moro.