– Bueno -dijo Hunter, sentandose en una silla del camarote-, las cosas no son siempre lo que parecen.

– Hace tiempo que lo se, creedme -contesto la muchacha-. Viajaba a bordo del mercante Entrepid, comandado por el capitan Timothy Warner, de quien Su Majestad el rey Carlos tiene una elevada opinion como combatiente. Imaginaos mi sorpresa al descubrir que las rodillas del capitan Warner temblaban mas que las mias cuando nos enfrentamos a un buque de guerra espanol. Era un cobarde, en definitiva.

– ?Que fue del barco?

– Lo destruyeron.

– ?Cazalla?

– Si, el mismo. A mi me llevaron como trofeo, pero hundieron el barco a canonazos con toda la tripulacion, por orden de Cazalla.

– ?Murieron todos? -pregunto Hunter, arqueando las cejas. No era tanto porque le sorprendiera, cuanto porque ese incidente le proporcionaba la provocacion que sir James necesitaria para justificar el ataque a Matanceros.

– No lo vi con mis propios ojos -prosiguio lady Sarah-. Pero presumo que si. Estaba encerrada en un camarote. A continuacion, Cazalla capturo otro navio ingles, pero no se que suerte corrieron.

– Creo -dijo Hunter, con una ligera reverencia- que lograron huir y salvarse.

– Tal vez si -dijo ella, sin comprender la alusion de Hunter-. Y ahora, ?que hareis conmigo, vosotros, malhechores? Ya que doy por hecho que estoy en manos de piratas.

– Charles Hunter, corsario libre, a vuestro servicio. Nos dirigimos a Port Royal.

Ella suspiro.

– Este Nuevo Mundo es tan confuso… No se nunca a quien creer, asi que me perdonareis si desconfio de vos.

– Por supuesto, senora -dijo Hunter, sintiendo irritacion por aquella mujer altanera a quien habia salvado la vida-. Solo habia bajado a interesarme por vuestro tobillo…

– Ha mejorado mucho, gracias.

– … y preguntaros si estabais bien, en cuanto a todo lo demas.

– ?Ah, si? -Sus ojos centellearon-. ?Por casualidad no querreis saber si el espanol abuso de mi y vos podeis seguir libremente su ejemplo?

– Senora, yo no…

– Bien, puedo aseguraros que el espanol no se llevo nada de mi que no estuviera ya ausente. -Solto una risa amarga-. Pero lo hizo a su manera.

Bruscamente se volvio en la silla. Llevaba un vestido de corte espanol que habia encontrado en el barco, y que tenia un profundo escote en la espalda. Hunter vio en los hombros de la muchacha algunos feos cardenales.

Ella se volvio de nuevo y lo miro a la cara.

– Ahora quiza lo entendereis -dijo-. Aunque tal vez no. Guardo otros trofeos de mi encuentro con la corte de Felipe en el Nuevo Mundo. -Se bajo un poco el escote del vestido dejando a la vista una marca roja redonda en un pecho.

Lo hizo con tanta rapidez, con tal falta de pudor, que Hunter se sobresalto. No llegaba a acostumbrarse a las mujeres de buena cuna de la corte del Alegre Monarca que se comportaban como mujeres vulgares. ?Como debia de ser Inglaterra, en los tiempos actuales?

Ella se toco la herida.

– Esto es una quemadura -dijo-. Tengo otras. Temo que me dejen una cicatriz. Cuando tenga marido no le costara mucho conocer la verdad sobre mi pasado. -Le miro con expresion desafiante.

– Senora -dijo Hunter-, me alegro de haber matado a aquel villano en vuestro honor.

– ?Todos los hombres sois iguales! -se lamento ella y se echo a llorar.

Sollozo un momento mientras Hunter se levantaba sin saber exactamente que hacer.

– Mis pechos eran lo mejor que tenia -farfullo entre lagrimas-. Era la envidia de todas las mujeres nobles de Londres. ?Es que no entendeis nada?

– Senora, os lo ruego…

Hunter busco un panuelo pero no encontro ninguno. Todavia llevaba la ropa harapienta del ataque. Miro a su alrededor en el camarote, encontro una servilleta y se la ofrecio.

Ella se sono ruidosamente.

– Estoy marcada como una delincuente vulgar -dijo, todavia llorando-. No podre volver a ponerme los trajes de moda. Estoy acabada.

Hunter encontraba inexplicable su reaccion. Estaba viva, a salvo y se reuniria con su tio. ?Por que lloraba? Su situacion era mejor de lo que habia sido en esos ultimos dias. Pensando que era una mujer desagradecida e inexplicable, le sirvio una copa de vino de un decantador.

– Lady Sarah, por favor, no os atormenteis tanto.

Ella cogio la copa y se bebio el vino de un solo trago. Sorbio por la nariz y suspiro.

– Al fin y al cabo -anadio Hunter-, las modas cambian.

Al oir esto, ella se deshizo en lagrimas.

– Hombres, hombres, hombres -gimio-. Y todo porque decidi venir a visitar a mi tio. ?Oh, que desgraciada soy!

Llamaron a la puerta, y un marinero asomo la cabeza.

– Mis disculpas, capitan, pero el senor Enders dice que han avistado tierra y que deberian abrir los cofres.

– Tengo que subir a cubierta -dijo Hunter, y salio del camarote.

Lady Sarah se echo a llorar otra vez. Hunter la oyo sollozar incluso despues de cerrar la puerta.

25

Aquella noche, con el galeon anclado en la bahia de Constanti- na y resguardado por un islote bajo y cubierto de arbustos, la tripulacion eligio a los seis hombres que junto con Hunter y Sanson harian el inventario del tesoro. Se trataba de un asunto serio y solemne. El resto de los hombres aprovecharon la oportunidad para emborracharse con ron espanol, pero los ocho elegidos permanecieron sobrios a la espera de realizar el recuento.

En el galeon habia dos bodegas con tesoros; abrieron la primera y en el interior encontraron cinco cofres. El primero contenia perlas, de calidad diversa pero extremadamente valiosas. El segundo rebosaba de escudos de oro, que relucian a la luz mate del farol. Tuvieron dificultades para contar las monedas, asi que volvieron a contarlas antes de guardarlas de nuevo en el cofre. En aquellos dias el oro era muy raro -solo un barco espanol de cada cien lo transportaba- y los corsarios estaban euforicos. Los otros tres cofres estaban llenos de lingotes de plata de Mexico. Hunter calculo que el valor total de los cinco cofres superaba las diez mil libras.

En un estado de gran agitacion, el grupo del inventario forzo la puerta de la segunda bodega del tesoro. Alli encontraron diez cofres; el entusiasmo no decayo hasta que abrieron el primero, que contenia lingotes relucientes de plata con el sello de la Corona y el ancla de Peru. Pero la superficie de las barras era irregular y el color no era uniforme.

– Esto no me gusta nada -dijo Sanson.

Abrieron rapidamente el resto de cofres. Eran todos iguales, estaban llenos de lingotes de plata de diversas tonalidades.

– Avisa al Judio -ordeno Hunter.

Don Diego, entornando los ojos en la tenue luz de las cubiertas inferiores e hipando por el abuso de ron espanol, miro los lingotes frunciendo el ceno.

– Esto no es bueno -sentencio lentamente.

Pidio un juego de pesas y un barrilete de agua, ademas de un lingote de plata de la primera bodega del tesoro.

Cuando todo estuvo dispuesto, el grupo del inventario observo como el Judio ponia un lingote de plata

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