Hunter.

– ?Ahi esta! -grito Lazue.

Y en efecto, ahi estaba, de pie en la costa con una mujer.

– ?Puedes parar? -pregunto Lazue.

Enders sacudio la cabeza.

– Embarrancariamos -contesto-. Lanzadle un cabo.

El Moro ya lo habia hecho. La cuerda llego a la costa y Hunter se agarro a ella con la muchacha; inmediatamente tiraron de ellos y los hicieron caer al agua.

– Sera mejor que los iceis rapidamente, antes de que se ahoguen -dijo Enders, pero sonreia.

La muchacha estuvo a punto de ahogarse, y despues se paso horas tosiendo. Pero Hunter estaba de excelente humor cuando tomo el mando de la nao del tesoro y puso rumbo, con el Cassandra a remolque, hacia mar abierto.

A las ocho de la manana, las ruinas humeantes de Matanceros quedaban lejos por popa. Hunter, bebiendo copiosamente, penso que tenia el honor de haber coronado con exito la expedicion corsaria mas extraordinaria del siglo desde que Drake atacara Panama.

24

Todavia en aguas espanolas, navegaron hacia el sur a gran velocidad, aprovechando hasta el ultimo centimetro de vela de que disponian. Normalmente, en el galeon viajaban hasta mil personas, con una tripulacion de doscientos marineros o mas.

Hunter tenia setenta, incluidos los prisioneros. Pero casi todos los cautivos espanoles eran soldados, no marineros. No solo no se podia confiar en ellos, sino que ademas no estaban capacitados. Los marineros de Hunter manejaban incesantamente las velas y las jarcias.

Hunter habia interrogado a los prisioneros en su escaso espanol. A mediodia ya conocia mejor el barco que capitaneaba. Era la nao Nuestra Senora de los Reyes, San Fernando y San Francisco de Paula, al mando del capitan Jose del Villar de Andrade, y propiedad del marques de Canada. Pesaba novecientas toneladas y habia sido construida en Genova. Como todos los galeones espanoles, a los que siempre bautizaban con nombres larguisimos, este tenia un apodo: El Trinidad. El origen del nombre no estaba claro.

El Trinidad estaba ideado para llevar cincuenta canones, pero tras zarpar de La Habana en el mes de agosto anterior, el barco se habia detenido en la costa de Cuba y se habian desmontado practicamente todos los canones, para poder llevar mas carga. Actualmente solo disponia de treinta y dos canones de doce libras. Enders habia registrado el navio a fondo y habia concluido que era un buen barco, aunque estaba asqueroso. Un grupo de prisioneros estaba despejando parte de los deshechos de la bodega.

– Ademas, entra agua -dijo Enders.

– ?Es grave?

– No, pero es una embarcacion vieja, asi que deberemos tener los ojos abiertos. El mantenimiento deja mucho que desear. -Enders hizo una mueca, como si quisiera aludir a la larga tradicion de descuido de la marineria espanola.

– ?Que tal navega?

– Como una vaca prenada, pero nos las arreglaremos, si tenemos buen tiempo y no aparecen obstaculos. De todos modos, somos pocos.

Hunter asintio. Se paseo por la cubierta del barco y miro las velas. Con todo el velamen, El Trinidad tenia catorce velas independientes. Incluso la tarea mas simple, como arrizar una vela de gavia, exigia casi una docena de hombres forzudos.

– Si hay mar gruesa, tendremos que navegar solo con los palos -dijo Enders, sacudiendo la cabeza.

Hunter sabia que estaba en lo cierto. Si encontraban una tormenta, no tendrian mas remedio que recoger todas las velas y esperar a que pasara el mal tiempo, pero con un navio tan grande era una maniobra peligrosa.

Sin embargo, aun era mas preocupante la posibilidad de un ataque. En ese caso, un barco debia ser muy maniobrable, y Hunter no tenia tripulacion suficiente para gobernar bien El Trinidad.

Tambien estaba el problema de las armas.

Sus treinta y dos canones eran de fabricacion danesa y reciente, asi que estaban en buenas condiciones. En conjunto formaban un sistema de defensa considerable, cuando no formidable. Treinta y dos canones hacian de El Trinidad el equivalente a un buque de batalla ingles de tercera categoria, y por tanto estaba en condiciones de hacer frente a cualquier enemigo, salvo a los buques de guerra mas grandes. O al menos lo estaria si Hunter tuviera hombres suficientes para manejar los canones, algo que no tenia.

Un equipo de artilleros, un grupo capaz de cargar, apuntar y disparar un canon cada minuto durante una batalla solia estar formado por quince hombres, sin contar al capitan de artilleros. Teniendo en cuenta los heridos y el cansancio propio de una batalla -los hombres se cansaban de mover dos toneladas y media de bronce al rojo- era aconsejable que los equipos fueran de diecisiete a veinte hombres. Suponiendo que unicamente se dispararan la mitad de los canones a la vez, Hunter necesitaria mas de doscientos setenta hombres solo para manejar los canones. Sin embargo no podia prescindir de ninguno. Ya le faltaban manos para manejar las velas.

La verdad a la que se enfrentaba Hunter era que estaba al mando de una decima parte de la tripulacion que necesitaria para librar una batalla en el mar, y un tercio de la que necesitaria para sobrevivir a un fuerte temporal. Las conclusiones eran bastante claras: huir de cualquier combate y buscar refugio en caso de tormenta.

Fue Enders quien puso palabras a sus inquietudes.

– Ojala pudieramos navegar a toda vela -dijo. Miro hacia lo alto. En ese momento El Trinidad navegaba sin velas de me- sana ni tarquinas ni juanetes.

– ?A que velocidad vamos? -pregunto Hunter.

– A no mucho mas de ocho nudos. Deberiamos alcanzar el doble.

– No sera facil huir de un barco -dijo Hunter.

– Ni de una tormenta -anadio Enders-. ?Estais pensando en hundir el balandro?

Hunter ya se lo habia planteado. Los diez hombres que iban a bordo del Cassandra podrian ayudar en el galeon, pero tampoco tanto; El Trinidad seguiria escasamente tripulado. Ademas, el balandro tambien tenia su valor. Si conservaba su velero, podria subastar el galeon espanol entre los mercaderes y capitanes de Port Royal, donde alcanzaria una suma considerable. O podia incluirlo en la decima que le correspondia al monarca, y asi reducir enormemente la cantidad de oro y otros tesoros que se llevaria el rey Carlos.

– No -dijo por fin-. Quiero conservar mi barco.

– De acuerdo, pero podriamos disminuir la carga -propuso Enders-. Hay mucho peso muerto a bordo. El bronce no sirve de nada, y las chalupas tampoco.

– Lo se -dijo Hunter-. Pero no me gusta que estemos indefensos.

– Sin embargo lo estamos -repuso Enders.

– Lo se -reconocio Hunter-. Pero por el momento nos arriesgaremos, y confiaremos en la Providencia para regresar sanos y salvos. La suerte esta de nuestra parte, sobre todo ahora que estamos en mares mas meridionales.

El plan de Hunter era bajar hasta las Antillas Menores y despues poner rumbo al oeste, a la inmensidad del Caribe, entre Venezuela y Santo Domingo. Era improbable que encontraran buques de guerra espanoles en aguas tan abiertas.

– No soy de los que confian en la Providencia -farfullo Enders con pesimismo-. Pero que sea como vos quereis.

Lady Sarah Almont estaba en un camarote de popa. Hunter la encontro en compania de Lazue que, con un aire de elaborada inocencia, la estaba ayudando a peinarse.

Hunter le pidio a Lazue que saliera y ella obedecio.

– ?Con lo bien que lo estabamos pasando! -protesto lady Sarah mientras se cerraba la puerta.

– Senora, me temo que Lazue ha puesto sus ojos en vos.

– Me ha parecido un hombre tan agradable -dijo ella-. Y es tan delicado…

Вы читаете Latitudes Piratas
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату