Estos ataron el bote junto a la escalerilla que colgaba en el centro del galeon. El centinela del puente se asomo y saludo.

– ?Que quereis? -grito.

– Traemos ron -respondio Lazue en voz baja-. De parte del capitan.

– ?Del capitan?

– Es su cumpleanos.

– Bravo, bravo.

Sonriendo, el centinela se aparto para permitir que Lazue subiera a bordo. La miro y, durante un momento, parecio horrorizado al ver la sangre en su bluson y en sus cabellos. En un abrir y cerrar de ojos el cuchillo centelleo y se hundio en el pecho del hombre. El centinela agarro el mango, sorprendido. Parecia que fuera a decir algo pero cayo hacia delante sobre cubierta.

El Moro subio a bordo y avanzo furtivamente hacia un grupo de cuatro soldados que jugaban a cartas. Lazue no se quedo a mirar lo que hacia; bajo a la cubierta inferior. Encontro a diez soldados durmiendo en un compartimiento de proa; en silencio, cerro la puerta y la atranco por fuera.

Habia cinco soldados mas cantando y bebiendo en un camarote contiguo. Se asomo y vio que iban armados. Ella llevaba las pistolas metidas en el cinto; no dispararia a menos que fuera absolutamente necesario. Espero fuera.

Poco despues, el Moro llego a su lado.

Ella senalo la habitacion. El sacudio la cabeza. Se quedaron los dos junto a la puerta.

Al poco rato, uno de los soldados anuncio que su vejiga estaba a punto de estallar y salio de la habitacion. En cuanto aparecio, el Moro le pego un golpe en la cabeza con un pedazo de madera; el hombre cayo al suelo con un ruido sordo, a pocos pasos de la puerta.

Los que seguian dentro miraron hacia el origen del ruido. Veian los pies del hombre a la luz de la habitacion.

– ?Juan?

El hombre caido no se movio.

– Ha bebido demasiado -dijo alguien y siguieron jugando a cartas.

Pero, al cabo de un rato, uno de los hombres empezo a preocuparse por Juan y salio a investigar. Lazue le corto la garganta y el Moro entro en la habitacion, blandiendo el madero en amplios arcos. Los hombres cayeron al suelo silenciosamente.

En la parte de popa del barco, Sanson salio de la cocina y siguio avanzando hasta que tropezo de cara con un soldado espanol. El hombre, que estaba borracho y llevaba una jarra de ron en una mano, se rio al ver a Sanson en la oscuridad.

– Que susto me has dado -dijo el soldado en espanol-. No esperaba encontrar a nadie.

Pero al acercarse vio la cara lugubre de Sanson y no la reconocio. Durante un instante se quedo estupefacto antes de que los dedos de Sanson se cerraran sobre su garganta.

Sanson bajo por otra escalerilla, mas abajo del puente de camarotes. Llego a los almacenes de popa y los encontro todos cerrados con candados. Habia sellos en los candados; se agacho y los examino en la oscuridad. No habia duda, en la cera amarilla reconocio el sello de la Corona y el ancla de la ceca de Lima. Alli dentro habia plata de Nueva Espana; su corazon se acelero.

Volvio a la cubierta superior y se dirigio al castillo de popa, cerca del timon. Volvio a oir ecos de una cancion. Seguia sin poder localizar el origen del sonido. Se paro para escuchar; de repente, la cancion se interrumpio y una voz preocupada pregunto:

– ?Que sucede? ?Quien sois?

Sanson miro. ?Claro! Encaramado entre las vergas del palo mayor, habia un hombre mirandolo desde arriba.

– ?Quien va? -pregunto.

Sanson sabia que el hombre no podia verle bien. Se refugio en la sombra.

– ?Quien…? -dijo el hombre, confundido.

En la oscuridad, Sanson desenvaino la ballesta, tenso la cuerda, coloco la flecha y se la acerco a la cara. Miro al espanol que bajaba por el aparejo, blasfemando con irritacion.

Sanson disparo.

El impacto de la flecha hizo que el hombre soltara las cuerdas; su cuerpo volo una docena de metros en la penumbra y cayo al agua con un chapoteo suave. No se oyo ningun otro sonido.

Sanson recorrio el puente de popa desierto y, cuando tuvo la seguridad de que estaba solo, cogio el timon. Un momento despues vio que Lazue y el Moro salian a cubierta por la proa del barco. Le miraron y le saludaron con la mano; sonreian.

El barco era suyo.

Hunter y don Diego habian vuelto al polvorin y estaban colocando una larga mecha en los barriles de polvora. Trabajaban con prisas porque, cuando habian terminado con los canones, el cielo ya empezaba a clarear.

Don Diego dispuso los barriles en pequenos grupos por toda la estancia.

– Tiene que hacerse asi -susurro-. De otro modo solo habria una explosion, y no es lo que deseamos.

Rompio dos barriles y esparcio la polvora sobre el suelo. Satisfecho por fin, encendio la mecha.

En aquel momento se oyo un grito en el interior del patio de la fortaleza y despues otro.

– ?Que ha sido eso? -pregunto Diego.

Hunter fruncio el ceno.

– Puede que hayan encontrado al centinela muerto -dijo.

Poco despues se oyeron mas gritos en el patio, y el sonido de pasos apresurados. Luego, una palabra repetida una y otra vez.

– ?Piratas! ?Piratas!

– Habra llegado el Cassandra -dijo Hunter. Miro hacia la mecha, que chisporroteaba y siseaba en un rincon de la estancia.

– ?La apago? -pregunto Diego.

– No. Dejadla.

– No podemos quedarnos aqui.

– Dentro de unos minutos habra una gran confusion en el patio. Entonces podremos escapar.

– Esperemos que sean solo unos minutos -deseo Diego.

Los gritos en el patio eran cada vez mas fuertes. Oyeron cientos de pies que corrian, lo que significaba que habian movilizado a toda la guarnicion.

– Vendran a echar un vistazo al polvorin -dijo Diego, muy nervioso.

– Es posible -acepto Hunter.

En aquel momento se abrio la puerta de golpe y Cazalla entro en la estancia con una espada en la mano. Inmediatamente los vio.

Hunter cogio una espada de las muchas que colgaban de las paredes.

– Marchaos, Diego -susurro.

Diego se escabullo por la puerta mientras Cazalla golpeaba la espada de Hunter. Los dos espadachines se movieron en circulos por la estancia.

Hunter estaba retrocediendo.

– Ingles -dijo Cazalla, riendo-. Os hare pedazos y los dare a mis perros para comer.

Hunter no contesto. Sopeso la espada, intentando familiarizarse con su peso, probando la flexibilidad de la hoja.

– Y mi amante -dijo Cazalla- se comera tus testiculos para cenar.

Giraron cautelosamente por la estancia. Hunter dirigia a

Cazalla fuera del polvorin, lejos de la mecha chisporroteante, que el espanol no parecia haber visto.

– ?Teneis miedo, ingles?

Hunter retrocedio y casi llego a la puerta. Cazalla intento atacar, pero Hunter lo repelio, sin dejar de retroceder. Cazalla embistio de nuevo. El movimiento lo hizo salir al patio.

– Sois un cobarde apestoso, ingles.

Ya estaban los dos en el patio y Hunter se lanzo al ataque. Cazalla rio encantado. Combatieron un momento

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