En las primeras horas de la tarde del 20 de octubre de 1665, el galeon espanol El Trinidad llego al canal oriental de Port Royal, frente al islote cubierto de maleza de South Cay, y el capitan Hunter dio la orden de echar el ancla.

A una distancia de un par de millas de Port Royal, Hunter y su tripulacion contemplaban la ciudad desde la borda del barco. El puerto estaba tranquilo; nadie habia avistado el barco todavia, pero sabian que en pocos momentos oirian disparos y el habitual frenesi de celebracion que acompanaba la llegada de un navio sustraido al enemigo. Tambien sabian que, a menudo, la celebracion duraba dos dias o mas.

Sin embargo, transcurrieron las horas y la celebracion no empezaba. Por el contrario, la ciudad parecia mas tranquila a cada minuto que pasaba. No habia disparos, ni hogueras, ni gritos de festejos al otro extremo de las aguas en calma.

Enders fruncio el ceno.

– ?Habran atacado los espanoles?

Hunter nego con la cabeza.

– Imposible.

Port Royal era el asentamiento ingles mejor fortificado del Nuevo Mundo. Tal vez los espanoles pudieran atacar St. Kitts, o cualquier otro puesto avanzado, pero no Port Royal.

– Esta claro que algo anda mal.

– Pronto lo sabremos -dijo Hunter.

Mientras observaban, una barca se estaba alejando de la costa frente a Fort Charles, bajo cuyos canones estaba anclado El Trinidad.

La barca se acerco al galeon y un capitan de la milicia del rey subio a bordo. Hunter lo conocia; era Emerson, un joven oficial con una carrera ascendente. Se le veia tenso cuando, hablando demasiado alto, pregunto:

– ?Quien es el capitan a cargo de este navio?

– Soy yo -contesto Hunter, adelantandose. Sonrio-. ?Como estas, Peter?

Emerson se mantuvo imperterrito, sin dar muestras de reconocerlo.

– Identificaos, senor, os lo ruego.

– Peter, sabes perfectamente quien soy. ?Que significa…?

– Identificaos, senor, bajo pena de sancion.

Hunter fruncio el ceno.

– ?A que viene esta charada?

Emerson, siempre en posicion de firmes, dijo:

– ?Sois Charles Hunter, ciudadano de la Colonia de la Bahia de Massachusetts, y posteriormente trasladado a la colonia de Jamaica de Su Majestad?

– En efecto -dijo Hunter. Se fijo en que Emerson estaba sudando a pesar del frescor de la noche.

– Identificad vuestro navio, por favor.

– Es el galeon espanol conocido como El Trinidad.

– ?Un navio espanol?

Hunter empezaba a impacientarse.

– Es evidente, ?no?

– En ese caso -dijo Enders, respirando hondo-, es mi deber, Charles Hunter, poneros bajo arresto por pirateria…

– ?Pirateria!

– … junto con toda vuestra tripulacion. Os ruego que me acompaneis a bordo de la barca.

Hunter estaba estupefacto.

– ?Por orden de quien?

– Por orden del senor Robert Hacklett, gobernador en funciones de Jamaica.

– Pero sir James…

– Sir James esta agonizando -prosiguio Emerson-. Por favor, acompanadme.

Aturdido, moviendose como en trance, Hunter paso por encima de la borda y subio a la barca. Los soldados remaron hacia la costa. Hunter miro atras, hacia la silueta cada vez mas lejana del galeon. Era consciente de que su tripulacion estaba tan atonita como el.

Se volvio para hablar con Emerson.

– ?Que diablos ha sucedido?

Ahora que estaban en la barca, Emerson parecia mas relajado.

– Ha habido muchos cambios -dijo-. Hace quince dias, sir James contrajo una fiebre…

– ?Que fiebre?

– Os dire lo que se -contesto Emerson-. Ha estado confinado en cama, en la mansion del gobernador, todos estos dias. En su ausencia, el senor Hacklett ha asumido el gobierno de la colonia. Con la ayuda del comandante Scott.

– ?Ah, si?

Hunter se daba cuenta de que le estaba costando reaccionar. No podia creer que tras las numerosas aventuras vividas aquellas ultimas seis semanas, lo encerraran en prision y, sin duda, lo colgaran en la horca como a un vulgar pirata.

– Si-dijo Emerson-. El senor Hacklett esta gobernando la ciudad con severidad. Muchos ya estan en prision o han muerto en la horca. Pitts fue colgado la semana pasada…

– ?Pitts!

– … y Morley ayer mismo. Y han puesto una recompensa por vuestro arresto.

En la mente de Hunter surgieron mil objeciones y mil preguntas. Pero no dijo nada. Emerson era un funcionario, un hombre que cumplia las ordenes de su comandante, el excesivamente refinado Scott. Emerson cumpliria con su deber.

– ?A que prision me mandan?

– A Marshallsea.

Hunter rio ante aquella absurda decision.

– Conozco al carcelero de Marshallsea.

– No, ya no. Lo han sustituido por un hombre de Hacklett.

– Ya.

Hunter no dijo nada mas. Escucho el golpeteo de los remos en el agua y miro como se acercaba el perfil de Fort Charles.

Una vez en el fuerte, Hunter se quedo impresionado con la vigilancia y la dedicacion de los soldados. Anteriormente, no era raro encontrar una docena de guardias borrachos en las almenas de Fort Charles cantando canciones obscenas. Aquella noche no habia ninguno, y los hombres lucian el uniforme completo y limpio.

Una compania de soldados armados y vigilantes escolto a Hunter hasta la ciudad, por una Lime Street insolitamente tranquila y despues por York Street; pasaron frente a tabernas oscuras, que normalmente estaban muy animadas a aquella hora. El silencio en la ciudad y la soledad de las calles embarradas era impresionante.

Marshallsea, la prision de hombres, estaba situada en el extremo de York Street. Era un gran edificio de piedra con cincuenta celdas distribuidas en dos plantas. El interior hedia a orina y heces; las ratas se escurrian por las grietas del suelo; los hombres encerrados miraron a Hunter con ojos vacios mientras lo acompanaban a la luz de las antorchas a una celda y lo encerraban en ella.

Hunter estudio la celda. No habia nada; ni cama, ni catre, solo paja en el suelo y una ventana alta con barrotes. A traves de la ventana pudo ver una nube que pasaba delante de la luna menguante.

Cuando la puerta de hierro se cerro, Hunter se volvio.

– ?Cuando me juzgaran por pirateria?

– Manana -dijo Emerson. Y se marcho.

El proceso a Charles Hunter tuvo lugar el 21 de octubre de 1665, un sabado. Normalmente, el tribunal de justicia no se reunia los sabados, pero a Hunter lo juzgaron aquel dia. El edificio, gravemente danado por un terremoto, estaba practicamente desierto cuando hicieron comparecer a Hunter, solo, sin su tripulacion, ante un tribunal de siete hombres sentados a una mesa de madera. El tribunal lo presidia Robert Hacklett en persona, como gobernador en funciones de la colonia de Jamaica.

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