La senora Hacklett se ruborizo.
– ?Que timida! -exclamo Hacklett, en un tono inequivocamente hostil-. Nadie diria que es una vulgar ramera. Y sin embargo es lo que es. ?Cuanto creeis que pueden valer sus favores?
El comandante Scott olio un panuelo perfumado.
– ?Puedo ser franco?
– Os lo ruego, sed franco. Sed franco.
– Es demasiado flaca para los gustos en boga.
– A Su Majestad le gustaba mucho.
– Tal vez, tal vez, pero no es el gusto predominante, ?verdad? Nuestro rey manifiesta cierta inclinacion por las extranjeras de sangre caliente…
– Asi sea -dijo Hacklett con irritacion-. ?Cuanto podria pedir?
– Diria que no podria pedir mas de… bueno, teniendo en cuenta que ha empunado la lanceta real… pero no mas de cien reales.
La senora Hacklett, sonrojada, se volvio para marcharse.
– No tengo intencion de soportar mas impertinencias.
– Por el contrario -dijo su esposo, saltando de su sillon y bloqueandole el paso-. Debeis soportar mucho mas. Comandante Scott, sois un caballero con experiencia mundana. ?Pagariais cien reales?
Scott bebio vino y tosio.
– No, no senor -dijo.
Hacklett agarro la muneca de su esposa.
– ?Que precio pagariais?
– Cincuenta reales.
– ?Hecho! -acepto Hacklett.
– ?Robert! -protesto su esposa-. Por el amor de Dios, Robert…
Robert Hacklett golpeo a su mujer en la cara con tal fuerza que la hizo retroceder y caer sobre un sillon.
– Bien, comandante -dijo Hacklett-. Se que sois un hombre de palabra. Os fiare, por esta vez.
Scott miro por encima del borde de su copa. -?Eh?
– He dicho que os fiare en esta ocasion. Disfrutad de vuestro dinero.
– ?Eh? Quereis decir que… -Hizo un gesto en direccion a la senora Hacklett, que los miraba con ojos aterrorizados.
– Por supuesto, y con rapidez, ademas.
– ?Aqui? ?Ahora?
– Exactamente, comandante. -Hacklett, muy borracho, cruzo la estancia y poso las manos en los hombros del soldado-. Y yo observare, para divertirme.
– ?No! -grito la senora Hacklett.
Su grito fue atroz, pero ninguno de los dos hombres parecio oirlo. Se miraron, totalmente borrachos.
– La verdad -dijo Scott- es que no creo que sea prudente.
– Tonterias -le contradijo Hacklett-. Sois un caballero y teneis una reputacion que defender. Al fin y al cabo, se trata de una mujer digna de un rey… o al menos que una vez fue digna de un rey. A por ella, muchacho.
– Al diablo -decidio el comandante Scott, poniendose de pie con dificultad-. Al diablo, claro que lo hare, senor. Lo que es bueno para un rey es bueno para mi. Lo hare. -Y empezo a desabrocharse los calzones.
El comandante Scott estaba demasiado borracho y no acertaba con los cierres. La senora Hacklett empezo a gritar, pero su esposo cruzo la biblioteca y la golpeo en la cara, partiendole el labio. Un hilo de sangre le resbalo por la barbilla.
– La puta de un pirata, o de un rey, no debe darse aires. Comandante Scott, disfrutad.
Scott avanzo hacia la mujer.
– Sacame de aqui -susurro el gobernador Almont a su sobrina.
– Pero ?como, tio?
– Mata al guardia -indico el dandole una pistola.
Lady Sarah Almont cogio la pistola en las manos, sintiendo la forma desconocida del arma.
– Se carga asi-dijo Almont, mostrandoselo-. ?Con cuidado! Ve a la puerta, dile que quieres salir y dispara.
– ?Como disparo?
– Directamente a la cara. No cometas errores, querida mia.
– Pero tio…
El la miro con furia.
– Estoy enfermo -dijo-. Ayudame.
Ella dio unos pasos hacia la puerta.
– Directo a la boca -dijo Almont, con cierta satisfaccion-. Se lo ha ganado, ese perro traidor.
Sarah llamo a la puerta.
– ?Que deseais, senora? -pregunto el guardia.
– Abre -dijo ella-. Quiero salir.
Se oyeron chirridos y un chasquido metalico mientras el soldado abria los cerrojos. La puerta se abrio. Sarah vio un momento al guardia, un joven de diecinueve anos, de cara fresca e inocente, y expresion timida.
– Lo que desee la senora…
Ella le disparo a los labios. La explosion le sacudio el brazo y a el lo hizo retroceder como si hubiera recibido un punetazo. Se retorcio y cayo al suelo, encogido. Ella vio horrorizada que el joven no tenia cara, solo una masa sanguinolenta sobre los hombros. El cuerpo se retorcio en el suelo un momento. Por una pierna, bajo los pantalones, comenzo a deslizarse la orina, y en la estancia se propago un olor agrio a defecacion. Despues, el guardia se quedo inmovil.
– Ayudame a moverme -gimio su tio, el gobernador de Jamaica, sentandose en la cama con expresion de dolor.
Hunter reunio a sus hombres en el extremo norte de Port Royal, cerca de la peninsula. Su problema inmediato era eminentemente politico: revocar la condena emitida contra el. Desde un punto de vista practico, ahora que habia escapado, los ciudadanos le apoyarian y no le encarcelarian de nuevo.
Pero tambien desde un punto de vista practico debia reaccionar contra la injusticia con que habia sido tratado, porque la reputacion de Hunter estaba en juego.
Repaso mentalmente los ocho nombres:
Hacklett.
Scott.
Lewisham, el juez del Almirantazgo.
Foster y Poorman, los mercaderes.
El teniente Dodson.
James Phips, capitan de mercante.
Y por ultimo, pero no menos importante, Sanson.
Todos esos hombres habian actuado a sabiendas de que cometian una injusticia. Y todos sacarian provecho de que confiscaran su botin.
Las leyes de los corsarios eran muy claras; este tipo de conjuras merecian inevitablemente la muerte y la confiscacion de la parte asignada. Pero, al mismo tiempo, se veria obligado a matar a varias personalidades de la ciudad. No seria dificil, pero podria pasarlo mal posteriormente, si sir James no sobrevivia para ayudarle.
Si sir James no habia perdido su brio, debia de haber escapado hacia tiempo. Hunter decidio confiar en ello. Mientras tanto, tendria que matar a los que le habian traicionado.
Poco antes del alba, ordeno a los hombres que se escondieran en las Blue Hills, al norte de Jamaica, y que se quedaran alli dos dias.
Entonces, solo, volvio a la ciudad.
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