– No. Ahora se donde esta la cosa esa.

– Mmm.

Flora era una persona autodestructiva, a juicio del asistente social de su escuela. Elvy no sabia si ese era mejor o peor que el diagnostico que le dieron a ella a la misma edad: histeria. No estaba bien visto ser una histerica en los anos cincuenta, en pleno auge de la Casa del Pueblo y tras el triunfo en la lucha final. Tambien Elvy se habia cortado en los brazos y las piernas, movida por el sufrimiento interno y la presion exterior. El problema ni siquiera existia en aquel tiempo. Nadie tenia derecho a sentirse desgraciado en aquel entonces.

Desde que Flora era muy pequena, Elvy habia sentido una poderosa afinidad con aquella nina seria y sonadora, ya habia adivinado que iba a pasarlo mal. Aquella sensibilidad, que era la maldicion de ambas, se habia saltado una generacion, pues Margareta, quiza como reaccion contra su atolondrada madre, habia estudiado derecho y se habia convertido en una mujer disciplinada, educada y triunfadora. Se habia casado con Goran, otro estudiante de derecho con sus mismas cualidades.

– ?A ti tambien te duele la cabeza? -pregunto Elvy al ver que Flora se apretaba la frente al tiempo que se echaba hacia adelante y apagaba el juego.

– Si. Pero… -Flora apretaba el boton-. ?Pero bueno! No puedo apagarlo.

– Entonces quita la tele.

Tampoco eso fue posible. El juego se puso en marcha solo, mostrando algunas escenas. Jill lanzaba descargas electricas a dos zombis, y otro fue alcanzado en el pasillo. Las detonaciones resonaron dentro de su cabeza y Elvy hizo una mueca. Y resultaba imposible bajar el volumen.

Cuando la muchacha intento tirar del enchufe salieron chispas, y se echo hacia atras entre gritos. Elvy se levanto del sillon.

– ?Que ha pasado, hija?

La joven tenia los ojos fijos en la mano con la que habia tirado del enchufe.

– Me ha dado una descarga. No muy fuerte, pero… -Sacudio la mano como para enfriarla y senalo hacia la pantalla, donde Jill seguia electrocutando a los zombis.

– No. Asi no -dijo, echandose a reir.

Elvy le tendio la mano, la ayudo a levantarse.

– Vamos a la cocina.

Todas las cuestiones electricas y mecanicas habian sido cosa de Tore. Cuando el enfermo de Alzheimer, Elvy se vio obligada a llamar a un electricista cuando se fundio un fusible. Nunca se habia propuesto aprender porque, como pensaban que era incapaz, nunca le dejaron instruirse en esas cosas. Sin embargo, el electricista, desconocedor de su incapacidad, le habia ensenado como se hacia y despues pudo arreglarselas ella sola. Un televisor en rebeldia superaba con mucho sus conocimientos. Aquello tendria que esperar hasta el dia siguiente.

Jugaron una partida deplump en la cocina, pero ambas tenian problemas para concentrarse en las cartas. Aparte del dolor de cabeza habia algo mas en el aire, algo que las dos notaban. Elvy recogio los naipes a las 22:15.

– Oye, ?sientes tu tambien…? -pregunto.

– Si.

– ?Que es?

– No lo se.

Las dos se quedaron mirando la superficie de la mesa, intentando… averiguarlo. Elvy habia conocido a un reducido numero de personas, ademas de su nieta, con esa capacidad; para Flora, Elvy era la unica. Aquello supuso un alivio para ella, cuando se les ocurrio hablar de ello un ano antes. Habia alguien tan chiflada como ella, alguien mas tenia precognicion.

En otra sociedad, en otro tiempo, quiza habrian sido chamanes. O, igual, habrian sido quemadas en la hoguera por brujas. Pero en la Suecia del siglo XXI eran histericas y autodestructivas. Hipersensibles.

La percepcion extrasensorial era tan dificil de describir y precisar como la de un olor. Pero del mismo modo que la zorra advertia la presencia de una liebre escondida en la oscuridad y por el olor a miedo de la liebre sabia incluso que esta sentia la presencia de la zorra, las dos mujeres eran capaces de captar el aura de los sitios y las personas.

Se les ocurrio hablar de ello el verano anterior mientras daban un paseo por la calle de Norr Malarstrand. Poco antes de llegar al Ayuntamiento de Estocolmo, las dos habian girado como teledirigidas, alejandose del muelle y tomando el carril bici. La anciana se paro y le pregunto:

– ?No querias ir alli?

– No.

– ?Por que?

– Porque… -Flora se encogio de hombros, miro fijamente al suelo como si se avergonzara-. Es que no me transmitia buenas vibraciones, nada mas.

– Oye… -repuso la abuela, poniendole la mano en la barbilla y levantandole la cara-, a mi me ha pasado lo mismo.

La muchacha la miro con ojos escrutadores.

– ?En serio?

– Si -respondio Elvy-. Alli ha pasado algo. Algo malo. Yo creo… que se ha ahogado alguien.

– Mm -murmuro la chica-. Alguien iba a saltar del barco…

– … y se ha dado un golpe en la cabeza contra el borde del muelle -siguio Elvy.

– Si.

No habian hablado con nadie que les confirmara que estaban en lo cierto, pero sabian que asi era. Habian pasado el resto de la tarde contandose sus experiencias y realizando comparaciones. La percepcion extrasensorial habia entrado en la vida de ambas en la preadolescencia, y el sufrimiento de Flora tenia el mismo origen que el de Elvy a su edad: conocia demasiado bien a la gente. Su percepcion le decia cual era la situacion real de las personas que tenia a su alrededor, y ella no podia aceptar mentiras.

– Hija mia -le dijo entonces Elvy-, todos mienten de una u otra manera. Esa es una premisa para que la sociedad pueda funcionar. Que mintamos un poco. Hay que verlo como una forma de consideracion. La verdad es, en cierto modo, muy egoista.

– Lo se, abuela. Claro que lo se, pero es tan jodidamente… asqueroso. Es como si… apestaran, ?sabes?

– Si -suspiro Elvy-. Claro que lo se.

– Pero seguramente tu no estas en mitad de todo eso. Tu solo te relacionas con el abuelo y las mujeres de la iglesia, pero en la escuela habra mil personas y todas, casi todas, se sienten mal. Algunas ni siquiera lo saben, pero yo lo noto y me duele. Me duele todo el tiempo. Cuando alguno de los profesores me llama aparte para hablar en serio y contarme cual es mi problema… solo me dan ganas de vomitarle encima; mientras habla, siento como si de el rebosara solamente un monton de mierda. Angustia y aburrimiento, noto que me tiene miedo, que su vida apesta, y el va a decirme a mi lo que yo deberia hacer.

– Flora -repuso Elvy-, se que no es un consuelo, pero uno se acostumbra. Cuando se lleva un rato sentado en el retrete, ya no se nota el mal olor. -Flora se rio de la ocurrencia, y la anciana continuo-: Y en cuanto a las mujeres de la iglesia, te dire que a veces a mi tambien me gustaria tener una pinza de la ropa.

– ?Una pinza de la ropa?

– Para ponermela en la nariz. Y en cuanto al abuelo… de eso ya hablaremos en otra ocasion. Pero no hay manera de evitarlo. Eso debes saberlo. Si te pasa lo mismo que a mi, no hay pinza de la ropa que valga. Hay que acostumbrarse. Es un infierno, lo se. Pero, para sobrevivir, hay que acostumbrarse.

Aquella conversacion trajo consigo una cosa buena: Flora dejo de autolesionarse y empezo a visitar a Elvy cada vez mas. En ocasiones, entre semana cogia el autobus para ir hasta Taby Kyrkby, y

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