«Jamas volvere a jugar».

Volvio a poner la figurita en su sitio y clavo la vista en la pared.

«Jamas volvere a jugar».

En medio de la desolacion posterior a la muerte de su nieto habia sublimado lo que ya no se repetiria nunca mas: los paseos por el bosque, el parque infantil, el zumo de frutas, el bollo en la pasteleria, las visitas a Skansen y muchas otras cosas, pero ahi estaba, con toda su crudeza: el jamas volveria a jugar, y no se trataba solamente del Lego o de jugar a encontrar la llave. Con la muerte de Elias habia desaparecido su companero de juegos y las ganas de jugar.

Por eso no podia escribir, por eso la pornografia no le provocaba el mas minimo efecto y por eso los minutos discurrian tan lentamente. Ya no podia fantasear ni inventarse cosas. Ese deberia poder ser un estado dichoso, vivir en el presente y ver lo que habia delante de tus ojos, no reconstruir el mundo. Deberia ser asi, pero no lo era.

Recorrio con los dedos la cicatriz que tenia en el pecho tras la operacion.

«La vida es lo que nosotros hacemos de ella».

El habia perdido ya esa posibilidad: se hallaba encadenado a un cuerpo obeso con el que tendria que arrastrarse a traves de los dias y los anos sin alegria. Eso fue lo que vio en un augurio repentino, y le entraron ganas de romper algo. Su puno cerrado temblo sobre el castillo, pero se contuvo, se levanto y salio al balcon, donde se agarro a la barandilla y la zarandeo.

Abajo en el patio habia un perro que corria en circulos sin dejar de ladrar. A Mahler le habria gustado hacer lo mismo.

When in trouble, when in doubt Run in circles, scream and shout [2].

Miro por encima de la baranda, se vio a si mismo caer y reventar contra el suelo como un melon demasiado maduro. Quiza el perro se acercaria y comeria de el. Ese pensamiento hizo que el hecho le resultara tentador. Acabar sus dias como comida para perros, pero el chucho probablemente no iba a notar nada: parecia histerico. Pronto llegaria alguien para pegarle un tiro.

Se apreto la cabeza con las manos. Parecia que iba a estallarle de un momento a otro si el dolor seguia aumentando de esa manera.

* * *

Eran poco mas de las once cuando Mahler comprendio que, pese a todo, queria vivir.

Habia sufrido el primer ataque al corazon ocho anos antes, cuando fue a entrevistar a un pescador que habia recogido un cadaver en las redes de arrastre. Al bajar del barco la intensidad de la luz disminuyo de repente, se redujo a un punto y no recordaba nada de lo acaecido despues hasta que se desperto acostado sobre un monton de redes. Si no hubiera intervenido el marinero, que era un socorrista experto en temas de corazon y pulmon, el problema de Mahler habria terminado alli.

Un cardiologo constato su miocarditis y la necesidad de llevar un marcapasos para asegurar los latidos de su corazon. Mahler paso entonces un periodo tan depresivo que sopeso la idea de tentar a la suerte y dejar que la muerte siguiera su curso, sin embargo, se sometio a aquella operacion.

Despues nacio Elias y Mahler tuvo, por primera vez en muchos anos, una razon por la que valia la pena tener un corazon. El marcapasos habia funcionado fielmente y le habia permitido ejercer de abuelo tanto como quiso.

Pero ahora…

En la frente, se le perlo de sudor la linea del cabello y se llevo la mano al corazon; latia cuando menos el doble de rapido de lo normal. No sabia como era posible, pero el pulso se avivaba por su cuenta e ignoraba el ritmo regular del marcapasos. Mahler sintio bajo su mano que el corazon se le aceleraba cada vez mas.

Se puso los dedos en la muneca, miro el despertador y conto los segundos. Su corazon latia ciento veinte veces por minuto, pero no estaba seguro de que fuera cierto. Hasta el segundero del reloj parecia moverse mas deprisa de lo habitual.

«Tranquilo, tranquilo… Ya se pasara…».

Sabia que tales paroxismos cardiacos no eran peligrosos mientras no llegaran a niveles extremos. Eran la inquietud y la angustia las que perjudicaban a los pacientes. Intento respirar tranquilo mientras el corazon le latia cada vez mas deprisa.

Tuvo una ocurrencia y coloco los dedos encima del marcapasos, la caja metalica que llevaba justo debajo de la piel y que protegia su vida. Era imposible determinar si trabajaba mas deprisa de lo normal, pero el sospecho que eso era lo que sucedia: lo mismo que con el reloj.

Se acurruco en el sofa en posicion fetal. La jaqueca amenazaba con reventarle la cabeza, el corazon latia desbocado y para su propio asombro comprobo que no queria morirse. No. Al menos no porque una maquina golpeara su corazon hasta machacarlo. Se sento y entorno los ojos contra la luz procedente de la pantalla del ordenador. Tambien habia aumentado y todos los iconos se veian borrosos en medio de aquel resplandor blanco.

«?Que hago?».

Nada. No iba a hacer nada que pudiera angustiar su corazon aun mas. Se volvio a tumbar en el sofa con la mano en el pecho. El corazon le latia entonces con tal fuerza que era imposible sentir cada palpitacion aislada, aquello era un redoble de tambor del reino de los muertos cuyo tempo iba en aumento. Mahler cerro los ojos esperando el crescendo.

Todo acabo cuando ya creia que la piel del tambor iba a estallar y que su campo de vision se iba a reducir como aquella vez.

La fibrilacion cardiaca ceso y volvio a su viejo ritmo absorbente. El permanecio inmovil con los ojos cerrados, luego respiro profundamente y se palpo el rostro como para comprobar que aun seguia alli. El semblante estaba en su sitio, banado en sudor. Las ardientes gotas se deslizaban lentamente a traves del pliegue del estomago, produciendole un cosquilleo.

Abrio los ojos. Los iconos del ordenador brillaban como siempre contra el fondo azul oscuro, y despues se apago la pantalla. El perro del patio habia dejado de ladrar.

«?Que ha pasado?».

El reloj marcaba los segundos a un ritmo normal, y en el mundo se habia hecho un gran silencio. Solo entonces fue consciente de la cacofonia de gritos y sonidos previos a esta gran calma, ahora, cuando ya no se oian. Se paso la lengua por los labios con sabor a sal, se acurruco y se quedo con la vista fija en el reloj.

«Segundos, minutos… En un segundo nacemos, en otro morimos».

Llevaba asi unos veinte minutos cuando sono el telefono. Se deslizo del sofa y se arrastro hasta el escritorio. Tal vez las piernas aguantaran su peso, pero tuvo la impresion de que seria mas seguro ir a gatas. Se sento en la silla del escritorio y levanto el auricular.

– Si, soy Mahler.

– Hola, soy Ludde. Desde Danderyd.

– Si… Hola.

– Oye, tengo algo para ti.

Ludde habia sido uno de sus innumerables contactos, le pasaba informacion cuando Mahler trabajaba en el periodico. Como celador del hospital de Danderyd, a veces oia o veia cosas que podian ser «de interes general», en palabras del propio Ludde.

– Yo ya no estoy en activo -le contesto Mahler-, tendras que llamar a Benke…

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