eran dos ventanas abiertas al vacio infinito. Eran de un azul transparente, como cubiertos por una pelicula de mucosidad, blanca y de consistencia gelatinosa, y no expresaban el mas minimo sentimiento.

De sus labios hundidos, privada la boca de su dentadura, salia solo un tono lastimero:

– Aaaasssaaaa… aassaaa…

Y Mahler supo, con intuicion inmediata, cual era su deseo. Lo mismo que todos.

«Quiere ir a casa».

La enfermera se percato de la presencia de Mahler.

– ?Puede hacerse cargo de ella? -le pidio con una suplica en la mirada, e hizo un gesto con la cabeza senalando a la mujer. Al ver que Mahler no contestaba, anadio-: Estoy congelada…

El se agacho y puso la mano en el pie de la anciana. Estaba congelado, entumecido, era como poner la mano en una naranja recien sacada del congelador. El roce hizo que el lamento de la mujer cobrara intensidad…

– ?Aaaasssaaa!

… y Mahler se levanto dando un bufido mientras la enfermera le gritaba:

– ?Echeme una mano! ?Por favor!

No podia. Ahora no. Debia ver que estaba pasando. Algo avergonzado, se dirigio dando traspies hacia la sala de autopsias, como el fotografo que hacia fotos a las victimas del hambre, regresaba a la habitacion del hotel y se tomaba un trago para acallar la conciencia.

«Las fotos… La camara…».

Mientras avanzaba hacia la sala grande e iluminada, abrio la bolsa. Habia sabanas blancas tiradas por el suelo del pasillo.

* * *

Mas tarde le costaria poner orden en la escena que aparecio ante sus ojos. Tuvo la impresion de que la lucha entre los vivos y los muertos deberia haberse rodado en el interior de alguna cueva a media luz, con una iluminacion goyesca.

Pero todo estaba dispuesto e iluminado con clinica asepsia. Los grandes tubos fluorescentes del techo proyectaban su luz sobre el acero inoxidable de las superficies de trabajo y sobre las personas que se movian dentro de la sala.

Se veia piel desnuda por doquier, pues casi todos los muertos habian conseguido liberarse de su mortaja y las sabanas estaban tiradas por todas partes. Parecia una fiesta de togas que habia degenerado en orgia.

Habria alli entre vivos y muertos unas treinta personas. Medicos, enfermeras y el personal del deposito de cadaveres con batas blancas, verdes y azules se afanaban en sujetar los cuerpos desnudos. Todos eran viejos o muy viejos, muchos tenian grandes costurones desde el diafragma hasta el cuello: eran las cicatrices de las autopsias.

Los muertos no eran violentos, pero forcejeaban, pues querian salir de alli. Vio caras llenas de arrugas, cuerpos de proporciones morbosas, viejas agitando dedos atrofiados como garras de aves, ancianos que alzaban los punos al aire y cuerpos braceando para soltarse, pero los agarraban, los sujetaban.

Y el ruido, el ruido.

Se oian tales gemidos y alaridos que parecia que hubieran encerrado en una sala a un equipo de futbol formado por recien nacidos para que pudieran gritar alli su terror y su espanto ante el mundo adonde habian llegado. Al que habian regresado.

Los medicos y las enfermeras trataban todo el tiempo de expresarse con palabras tranquilizadoras…

– Asi, tranquilos, todo va a ir bien, todo esta bien, tranquilos.

… pero sus miradas eran de panico. Algunos se habian dado por vencidos. Una enfermera se acurrucaba en un rincon con la cara entre las manos y el cuerpo tembloroso. Habia un doctor junto a una pila, lavandose tranquila y meticulosamente las manos, como si estuviera en el cuarto de bano de su casa. Cuando termino, saco un peine del bolsillo superior de la bata y empezo a peinarse.

«?Donde estan todos?».

?Por que no hay mas… gente viva aqui? ?Donde estaban los refuerzos de emergencia, la sociedad, todo eso que, pese a todo, funcionaba tan bien en esta Suecia del ano 2002?

El periodista habia estado una vez alli antes. Por eso sabia que la mayor parte de los muertos se hallaban en las camaras del piso de abajo. Los alli presentes solo eran una minima parte. Se adentro un paso en una sala y busco la camara fotografica.

En ese momento se solto un hombre, uno de los pocos a quienes el proceso de la muerte no le habia descompuesto la carne. Era fuerte y grande, sus manos parecian haber manejado bloques de piedra, quiza un obrero de la construccion jubilado y muerto de forma prematura. Con las piernas blancas y llenas de manchas, se movia hacia la salida a saltitos, como si caminara con zancos hechos con trozos de abedul.

– ?Cogelo! -grito el medico al que se le habia escapado, y Mahler no lo penso, obedecio la orden sin mas y se coloco con toda su masa corporal como dique de contencion en el vano de la puerta. El hombre se dirigia hacia el y sus miradas se encontraron. Tenia los ojos castanos y acuosos, fue como mirar dentro de una laguna cenagosa donde nada se movia. No habia respuesta.

Mahler deslizo la vista hacia el cuello y observo la pequena cicatriz situada encima de la clavicula, donde le habian inyectado formol, y por primera vez en esta sala del espanto sintio… miedo. Miedo al roce, al contagio, a que le agarraran aquellos dedos. Le habria gustado poder ensenar su carne de prensa y gritar: «?Soy periodista! ?No tengo nada que ver con esto!».

Apreto los dientes. No podia salir de alli corriendo sin mas.

Pero cuando el hombre se le echo encima, fue incapaz de sujetarlo. En vez de eso le propino un empujon para quitarselo de encima…

«?Ni se te ocurra tocarme!».

… y el sujeto perdio el equilibrio, se tambaleo hacia un lado y cayo sobre el medico, que habia empezado a lavarse las manos otra vez. Este alzo la mirada, indignado, como alguien que hubiera sido interrumpido en medio de una tarea importante.

– ?De uno en uno! -chillo, y aparto al hombre contra la pared.

Una especie de alarma se puso en marcha cerca de alli. Mahler creyo conocer la melodia, pero no le dio tiempo a pensar en ello porque en ese momento llegaron los refuerzos. Tres doctores y cuatro celadores con batas verdes se abrieron paso delante de el. Se detuvieron un momento, exclamando:

– ?Santo Cielo! ?Pero que demonios…?

Dijeron otras cosas por el estilo, pero, sobreponiendose al pavor, entraron corriendo en la sala para hacer frente a la situacion.

Mahler le puso la mano en el hombro a uno de los medicos y este se volvio hacia el con un gesto agresivo, como si pensara darle un punetazo.

– ?Que haceis con ellos? -le pregunto Mahler-. ?Adonde los llevais?

– ?Y tu quien cojones eres? -Y el golpe parecia estar cada vez mas cerca-. ?Que haces aqui?

– Me llamo Gustav Mahler y soy del…

El doctor se echo a reir, con una risa aguda e histerica.

– Si traes tambien a Beethoven y a Schubert, diles que nos echen una mano - exclamo, y dicho esto, cogio al hombre al que Mahler habia empujado, lo sujeto y se dirigio a toda la sala-: ?Hacia los ascensores en grupos reducidos! ?Los llevaremos a Infecciosos!

El periodista retrocedio. La senal de alarma seguia sonando incansable.

Al darse la vuelta vio que tambien habia recibido ayuda la enfermera que estaba

Вы читаете Descansa En Paz
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату