los ojos. Tuvo que hacer una pausa para no desmayarse.
Su espalda lanzo un quejido cuando se dejo caer hacia atras y se tendio suavemente sobre la tierra excavada. Seguian oyendose los aranazos, amplificados ahora por el agujero abierto. Contuvo la respiracion cuando le parecio oir un gemido. El lamento ceso. Empezo a respirar otra vez y de nuevo se oyo el gimoteo. Lanzo un bufido; por la nariz le salieron tierra y mocos. Se oia algo, pero solo era el resuello de sus bronquios. Los dejo que siguieran silbando.
«Tierra seca».
«Gracias, Senor: tierra seca».
Momificacion en lugar de descomposicion.
Se quedo tumbado un rato para recobrar el aliento, intentando no pensar en nada. Tenia la boca seca y la lengua pegada al paladar. Esto no podia suceder. Sin embargo, estaba ocurriendo. ?Que hacia uno en una situacion semejante? O tumbarse y hacer como si nada o bien aceptarlo y continuar.
Gustav hizo ademan de levantarse, pero su espalda no respondio. Parecia un escarabajo, agitando las manos e intentando flexionar articulaciones que se resistian a ello. Imposible. En vez de eso, se dio la vuelta hacia abajo y se arrastro hasta el agujero.
– ?Elias! -grito, y una flecha de dolor le recorrio la columna vertebral.
No hubo respuesta, solo aranazos.
?Cuanto faltaria hasta el ataud? No lo sabia, y sin herramientas no podia sacar mas tierra. Se llevo los dedos al collar de perlas que llevaba al cuello y agacho la cabeza como un penitente pidiendo perdon. Abajo, dentro del agujero, dijo:
– No puedo. Perdoname, hijo. No puedo. Esta demasiado profundo. Tengo que ir a buscar a alguien, tengo…
Los aranazos, los aranazos.
Sacudio la cabeza y empezo a llorar en silencio.
– Tranquilo, pequeno. El abuelo vuelve. Solo voy a… buscar algo…
Siguieron los aranazos.
Mahler apreto los dientes para contener el llanto y el dolor de espalda, y se puso de rodillas haciendo un gran esfuerzo. Se dio la vuelta sollozando y se deslizo con los pies por delante dentro del hoyo.
– Ya voy, carino. Ya viene el abuelo.
Apenas cabia en el orificio. Las paredes de este le rozaban la tripa, le cayo tierra suelta encima cuando el, ignorando los aullidos de la espalda, se agacho y siguio cavando.
En tan solo dos minutos sus dedos alcanzaron la superficie resbaladiza de la tapa.
«Y si se rompe…».
No se oyo nada en el interior del ataud mientras Mahler estuvo quitando la tierra de encima, dejando al descubierto la tapa blanca, que brillo bajo sus pies a la amortiguada luz nocturna. Habia colocado un pie junto a un extremo del ataud y el otro en la cabecera. Para intentar llegar mejor puso, sin darse cuenta, el pie en mitad de la tapa, y se oyo el crujido de la madera; retiro el pie hacia fuera, aterrado.
Tenia la camisa empapada de sudor y le tiraba al estar pegada el cuerpo. Al moverse hacia abajo le habia ido creciendo una presion dentro del craneo, y tenia la sensacion de que si se agachaba una vez mas la cabeza iba a explotarle como una caldera de vapor recalentada.
El suelo le quedaba a la altura de la cintura y se le nublo la vista cuando se apoyo jadeante contra el borde y descanso la cabeza sobre la hierba. Al cerrar los parpados oyo las pulsaciones de la sangre por las venas.
«?Por que ha de ser tan duro?».
Cuando empezo a cavar fue consciente de que se enfrentaba realmente a un esfuerzo sobrehumano si queria llegar hasta el ataud, pero no penso ni por un momento en como seria sacarlo, abrirlo y… reencontrarse.
La tierra solo estaba suelta en el hoyo excavado en su dia para introducir en el el ataud. Esa era la tierra que el habia conseguido quitar de encima, pero
Apoyo la cabeza en las manos y descanso un poco de pie. Una brisa suave cruzo el cementerio, agito las hojas de los alamos y le refresco la frente ardiente. En medio del descanso y del silencio se le ocurrio pensar que, quiza, todo aquello no eran mas que elucubraciones suyas. Que su deseo habia sido tan fuerte que habia imaginado el sonido. Tal vez fuera algun animal, quiza una…
«… rata».
Mahler apreto con fuerza los ojos. Otro soplo de brisa le acaricio la frente. Estaba completamente agotado, notaba como se le contraian los sobrecargados musculos de los brazos y de la espalda, y se le ponian rigidos mientras estaba de pie. No creia siquiera que el pudiera salir de la tumba sin ayuda.
«Las cosas son como son».
Se le alisaron las arrugas de la frente y experimento una extrana sensacion de paz cuando empezaron a revolotear imagenes luminosas ante su retina. Se movia en medio de un carrizal, estaba rodeado de oscilantes canas verdes, que se doblaban a su paso. Tras las canas se ocultaban cuerpos desnudos, mujeres que jugaban con el al escondite como en un musical indio.
El mismo se encontraba desnudo y las canas le rozaban el cuerpo, provocandole cortes superficiales en la piel. Sentia escozor por todas partes y una pelicula de sangre le cubria el cuerpo mientras el seguia avanzando, aturdido y excitado por el suave dolor y el deseo, hacia aquellos cuerpos esquivos. Un brazo por alli, un pecho por aqui, una melena morena al viento. El extendia las manos y solo conseguia atrapar mas y mas canas.
Crujian y chirriaban bajo sus pies, las risas de las mujeres superaban al crujido de las canas y el solo era un toro, un animal torpe de carne y hueso, tratando de abrirse paso entre la fragilidad para satisfacer su deseo…
Abrio los ojos. Presto atencion.
Los aranazos sonaron de nuevo.
Y el no solo los oia. Los sentia, percibia bajo los pies las vibraciones de las unas rasgando la madera. Mahler levanto la cabeza y miro el ataud.
«Crrrr…».
Habia medio centimetro de madera entre aquellos dedos y su pie.
– ?Elias?
No hubo respuesta.
Salio de la tumba, despacio, vertebra a vertebra.
Arriba, en el bosque, junto al Jardin del Recuerdo, hallo una rama larga y gruesa que se llevo consigo hasta la tumba. Al ver toda la tierra esparcida alrededor del agujero abierto no comprendio como era posible. ?Como habia sido capaz de hacerlo?
Sin embargo, siguio.
Introdujo la rama entre la cabecera del feretro y la pared de tierra compacta, e hizo palanca. El extremo del ataud se levanto un poco y Mahler sintio que se le hinchaba la lengua dentro de la boca al oir que algo resbalaba, cambiaba de posicion dentro de la caja.
«?Que aspecto tendra? ?Que aspecto tendra?».
Y no era solo eso. Tambien se oian roces. Como si el ataud estuviera lleno de guijarros.
Al final habia conseguido levantar tanto la cabecera del ataud que logro tumbarse boca abajo y cogerlo por ese extremo con las dos manos para sacarlo del agujero.
No pesaba mucho. No pesaba casi nada.