– ?Piensan abrir las tumbas ahora?
Gustav creyo reconocer la voz del que preguntaba. Karl-Erik Ljunghed, uno de sus colegas del periodico. No pudo escuchar la respuesta. Su nieto permanecia inmovil entre sus brazos, como muerto.
Estaba sentado en una oscuridad casi total. No podrian descubrirle a menos que dirigieran las linternas hacia el muro. Movio a su nieto con cuidado. No paso nada. El terror se adueno de su pecho.
«Todo esto, y ahora…».
Mahler encontro la mano seca y dura de Elias, puso sobre ella sus dedos indice y corazon, presiono. La mano se cerro en torno a sus dedos. Las luces de cinco linternas se movian dentro del cementerio, seguidas por las sombras.
Despues del rato que habia permanecido sentado, su cuerpo estaba rigido como una piedra, daba la impresion de que mientras dormia le habian sacado la columna vertebral y la habian sustituido por un hierro candente. ?Por que no salia? Karl-Erik podia echarle una mano, ?por que no les llamaba?
«Porque…».
Porque no debia hacerlo. Porque eran…
– Elias, tengo… tengo que dejarte un momento en el suelo.
El pequeno no respondio. Gustav retiro sus dedos de los de Elias con una sensacion de perdida, y lo deposito con cuidado en el suelo. Consiguio ponerse en pie, apoyando la espalda contra el muro y valiendose solo de los musculos de las piernas.
Las luces de las linternas bailaban como fantasmas en la zona de las tumbas, y Mahler presto atencion para oir si se acercaba alguien mas. Lo unico que escucho fueron las voces lejanas de los que habian llegado antes, y bajo, muy bajo,
– ?Elias?
No hubo respuesta. Su cuerpecillo yacia tendido sobre el empedrado, como si no fuera mas que una sombra.
«?Me oira? ?Me vera? ?Sabra que soy yo?».
Se agacho, puso las manos debajo de las rodillas y de la cabeza de Elias, se levanto y fue hacia el coche.
– Ahora nos vamos a casa, chaval.
En el aparcamiento habia ahora otros tres coches: una ambulancia, un Audi con el logo del periodico y un Volvo de matricula rara con los numeros de color amarillo sobre el fondo negro. Mahler tardo un poco en caer en la cuenta: era un vehiculo militar.
«?El ejercito? ?Sera tan grave?».
La presencia del vehiculo militar lo reafirmo en la idea de que habia hecho bien en no dar a conocer su presencia. Cuando los militares entraban en escena, alguna otra cosa salia por la ventana.
El cuerpo de Elias era ligero, muy ligero, en sus brazos. Inexplicablemente ligero teniendo en cuenta lo… gordo que se habia puesto. Su estomago era tan grande que los ultimos botones del pijama habian saltado debido a la presion. Pero Mahler sabia que alli dentro solo habia gas formado por la putrefaccion de las bacterias de la flora intestinal. Nada que pesara.
Coloco con cuidado a Elias en el asiento trasero, bajo el respaldo de su asiento al maximo para poder sentarse con la espalda apoyada. Conducia casi tumbado cuando salio del aparcamiento. Bajo las ventanillas de los dos lados.
Solo habia un par de kilometros hasta su apartamento. Mahler fue hablando con Elias durante todo el recorrido, sin obtener ninguna respuesta.
Gustav coloco a Elias en el sofa sin encender las luces de la sala de estar, se inclino sobre el y le beso en la frente.
– Ahora vuelvo, pequeno. Solo voy a…
Saco tres analgesicos del cajon de las medicinas que tenia en la cocina y se los trago con un poco de agua.
«Ya esta… Ya esta».
El roce con la frente de Elias permanecia aun en sus labios. Piel fria, dura, sin respuesta. Era como besar una piedra.
No se atrevia a encender las luces del cuarto de estar. Elias permanecia completamente inmovil en el sofa. El pijama de seda brillaba suavemente con las primeras luces del alba. Mahler se paso las manos por el rostro y penso:
«?Que estoy haciendo?».
Si, ?que cojones estaba haciendo, en realidad? Lo primero porque Elias estaba muy enfermo. ?Que se hace con un nino gravemente enfermo? ?Se lo lleva uno a su apartamento? Respuesta incorrecta. Se llama a una ambulancia, se preocupa uno de que llegue al hospital…
«Deposito de cadaveres».
… para que reciba atencion medica.
Pero estaba lo del deposito de cadaveres. Lo que el habia visto alli. Los muertos se resistian mientras los sujetaban. Y el no queria ver al nino en esa pelicula, pero ?que podia hacer? Estaba claro que el no tenia ninguna posibilidad de hacerse cargo de Elias, de hacerle…, lo que le tuvieran que hacer.
«?Y tu crees que la tienen en el hospital?».
Empezo a sentir algo de alivio en la espalda. Recupero la sensatez. Iba a llamar a una ambulancia, por supuesto. No era posible hacer otra cosa.
«Mi pequeno. Mi nino precioso».
Si el accidente hubiera ocurrido solo un mes mas tarde… Ayer. Anteayer. Si Elias se hubiera librado de pasar tanto tiempo enterrado, habria evitado los estragos que la muerte habia causado en el; no seria ese ser reseco parecido a un saurio en el que todo lo que sobresalia del cuerpo era negro. Mahler, por mucho que le quisiera, se daba cuenta de que Elias ya no parecia humano. Parecia como algo que uno mira a traves de un cristal.
– Carino, voy a llamar a un medico, a alguien que pueda ayudarte.
Sono el movil.
En la pantalla aparecia el numero del periodico. Esta vez contesto la llamada.
– Si, soy…
Benke parecia que estaba a punto de echarse a llorar cuando le interrumpio:
– ?Donde has
Mahler no pudo evitar una sonrisa.
– Benke, no he sido yo quien ha «puesto en marcha» todo esto. Soy inocente del todo.
Se hizo un silencio al otro lado del telefono. Mahler pudo oir que habia gente hablando por alli, pero no identifico ninguna de las voces.
– ?Gustav? -le interrogo Benke-. ?Esta Elias…?
Lo que le hizo tomar la decision no fue que confiara en Benke, que lo hacia, por supuesto, sino el darse cuenta de que necesitaba algun modo de comunicarse con el mundo exterior. Mahler