El castor Bruno encuentra su casa, de Eva Zetterberg. Flora cogio el libro, se quedo mirando al castor dibujado delante de su casa: un monton de palos en un rapido.

«Eva Zetterberg…».

Si, claro. Hablaban de ella en el periodico. Era la rediviva capaz de hablar, la que habia permanecido menos tiempo muerta.

«Lastima» dijo Flora en su fuero interno, y abrio el libro. Tenia tambien el otro, El castor Bruno se pierde, publicado cinco anos antes. Ahora estaba esperando la aparicion del tercero, habia leido en el periodico Dn que saldria en breve. De todas las obras que le habian regalado sus padres, los libros de Bruno eran los que mas le habian gustado, despues de Mumin [9]. Nunca habia podido con Astrid Lindgren.

Lo que le habia gustado, y aun le gustaba, era la relacion directa con el miedo y la muerte. En los libros de Mumin se llamaba Marran; en los de Bruno, el Senor del Agua se manifestaba como una amenaza constante abajo, en el rapido. Su presencia suponia el ahogamiento, era la fuerza que se llevaba por delante la casa de Bruno, era el destructor.

Flora rompio a llorar despues de releer el libro un rato. Porque no iba a salir ningun otro del castor Bruno. Porque habia muerto con su creadora. Porque el Senor del Agua finalmente le habia dado caza.

Sollozaba sin poder evitarlo. Acaricio el pelo blanco de Bruno en la portada y susurro:

– Pobrecito Bruno…

Koholma, 17:00

Mahler conducia a gran velocidad a traves de la colonia de casas de veraneo, de vuelta a la suya. Las vacaciones de las empresas ya habian terminado y quedaba poca gente en las casas. Serian mas para el fin de semana.

Aronsson, su vecino mas cercano, estaba junto al camino regando su parra virgen. Hizo una mueca cuando Aronsson le vio y le hizo un gesto para que se parara. El periodista no podia ignorarle sin mas, asi que freno y bajo la ventanilla. Aronsson se acerco hasta el coche. Era un hombre de unos setenta anos, delgado y con paso vacilante, llevaba puesto un gorro de pescador de tela vaquera, donde ponia «Black & Decker».

– Hombre, Gustav. Asi que al final has venido a dar una vuelta.

– Si -dijo Mahler, y senalando la regadera que Aronsson llevaba en la mano-: ?Crees que hace falta regar?

Aronsson miro al cielo donde se concentraban las nubes y se encogio de hombros.

– Es la costumbre.

Aronsson cuidaba su parra virgen con esmero. Esta trepaba frondosa y exuberante alrededor del arco de metal que era la puerta de entrada a su terreno. En el centro del arco habia un letrero de madera con las letras grabadas en el que le informaban a uno de que habia llegado al jardin de la calma. Despues de la jubilacion, el vecino habia convertido su casa de veraneo en el paraiso sueco mas cuidado que pueda imaginarse. Estaba prohibido regar, pero, a juzgar por el verdor al otro lado del arco de entrada, Aronsson no habia hecho mucho caso.

– Oye -le dijo Aronsson-, te cogi unas pocas fresas. Espero que no te haya molestado. Los corzos andaban tras de ellas.

– No. Me alegro de que no se hayan estropeado -respondio el periodista, aunque habria preferido que se comieran sus fresas los corzos antes que Aronsson.

– Tuviste unas fresas muy buenas -comento el jubilado, haciendo ademan de paladear-. Eso fue antes de que empezara el tiempo seco. Por cierto, he leido tu articulo. ?De verdad piensas eso, o es solo por…? Bueno, ya me entiendes.

Mahler meneo la cabeza.

– No. ?Que quieres decir?

Aronsson dio marcha atras inmediatamente.

– No, solo queria decir… estaba bien escrito. Hacia mucho tiempo que no escribias nada, ?no?

– Asi es.

Mahler habia dejado el coche en marcha. Ahora volvio la cara hacia el camino para indicar que debia irse, pero Aronsson no se dio por aludido.

– Bueno, y ahora has venido a pasar aqui unos dias y te has traido a la chica.

Mahler asintio. Su vecino tenia una facilidad pasmosa para enterarse de todo, para acordarse de los nombres, los anos, de las cosas que habian pasado y para estar al tanto de todo lo que hacia la gente de la colonia. Si se publicara alguna vez una cronica de Koholma, Aronsson tendria que ser el redactor por derecho propio.

Aronsson miro hacia la casa de Mahler, que estaba detras de la curva, y -gracias a Dios- no se veia desde alli.

– ?Y el nino? Elias. ?Esta…?

– Esta con su padre.

– Ya, ya. Por supuesto. De un lado a otro. Asi que estais solo la chica y tu, entonces. Esta bien. -Aronsson miro de reojo hacia los asientos de atras, que estaban llenos de bolsas del supermercado Flygfyren de Norrtalje.

– ?Os vais a quedar muchos dias?

– Ya veremos. Oye, tengo…

– Lo comprendo. -Aronsson sacudio la cabeza senalando hacia la parte de arriba del camino, y adopto un tono quejumbroso-. Los Siwert tienen cancer, ?lo sabias? Los dos. Les dieron el diagnostico con solo un mes de diferencia. Es lo que puede pasar.

– Si. Tengo… -Mahler acelero en punto muerto y Aronsson se alejo un paso del coche.

– Claro -dijo Aronsson-, que volver con la chica. A lo mejor me paso a hacerte una visita un dia de estos.

A Mahler no se le ocurrio en ese momento ningun buen pretexto para decir que no, asi que asintio y condujo hasta casa.

Aronsson. No sabia como, pero habia conseguido olvidar que vivian otras personas en esa zona. Solo habia visto la casa, el bosque, el mar. No habia reparado en las narices largas dispuestas a meterse donde nadie les llamaba.

?Quien era el que llamaba a la policia en cuanto habia un coche aparcado demasiado tiempo en la zona? Aronsson. ?Quien llamo a la Seguridad Social diciendo que Olle Stark, que estaba de baja por enfermedad, trabajaba en el bosque? Nadie lo sabia y todos estaban al corriente. Aronsson.

?Y que habia querido decir con ese «de verdad piensas eso»?

Ya podian tener cuidado. Que mala pata. Aronsson era uno de los Justos y, ?por que no podia hacer algo alguien y quemarle la casa, preferiblemente cuando el estuviera durmiendo dentro?

Gustav apreto los dientes. Como si no tuvieran ya bastantes problemas.

Estaba cabreado cuando se bajo del coche y empezo a sacar las cosas. Y cuando se le rompio el asa de una de las bolsas de papel y se le cayeron al suelo unos cuantos kilos de fruta y verdura, le entraron ganas de dar una patada y mandarlo todo a la mierda, y de soltar mas de un taco. Se contuvo, pensando en Aronsson. Solo por una cosa asi. Eso le cabreo aun mas.

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