– ?Que toman? ?Whisky y soda? Acompaneme, Nigel, asi me ayuda a traer los vasos.

Camino del bar, Yseut volvio la cabeza varias veces para mirar a Robert y sonreirle. Una vez junto al mostrador se apoyo de espalda, dejando que Nigel hiciera el pedido.

Por desgracia, justo cuando el encargado daba a Nigel los vasos, uno se le escurrio entre las manos, derramando su contenido por el mostrador. Nigel aparto a la joven rapidamente, pero no a tiempo para impedir que el liquido oscuro le manchara la blusa.

– ?Pedazo de…! -grito Yseut-. ?Si sera torpe! Rapido, deme un panuelo para limpiar esto.

Nigel le dio el panuelo, pugnando en vano por sentir algun remordimiento, y luego pidio otro conac mientras Yseut se frotaba la blusa. De pronto, se sintio espantosamente descompuesto -sin duda un efecto tardio de la reunion de la vispera- y muy, pero muy cansado de Yseut y de todas las personas relacionadas con ella. Irritado, presa de subito rencor, penso: «?Por que no se moriran todos juntos?»

Volvieron a la mesa con las bebidas (que Yseut por propia conveniencia habia olvidado pagar). Nigel la vio mirar alrededor, ponerse rigida y enrojecer de rabia. Miro a Robert con una expresion de odio tal que, contra su voluntad, le acudieron lagrimas a los ojos.

– ?Maldito seas! -grito, y arrojando literalmente su vaso sobre la mesa arrebato el bolso de donde lo habia dejado y se marcho.

El asombro pintado en la cara de Robert era natural.

– ?Vaya, vaya! -exclamo-. ?Que bicho le ha picado?

Con un grunido, Nigel se sento.

– Que Dios la ayude -dijo, harto, y apuro el whisky doble de un trago. Como era de prever, aquello acabo de descomponerlo; con inmenso alivio vio aparecer a Rachel, que le brindo asi una buena coyuntura para despedirse con un pretexto. Evidentemente Rachel querria hablar a solas con Robert, y la conversacion seguiria canales intrascendentes hasta que se marchara.

– ?No olvidara mi mensaje para Helen? -pregunto poniendose de pie.

– ?Su mensaje? -repitio Robert, sin comprender-. Ah, si, claro. No, no olvidare.

– Adios entonces.

Rachel le dirigio la sombra de una sonrisa.

– A rivederci -dijo Robert.

– A rivederci -repitio el, y se marcho.

«Hipocrita despedida», penso furioso mientras empujaba las puertas de vaiven para salir a la calle, rumbo a St. Christopher's; «nada me agradaria mas que no volver a ver a ninguno de ellos. Que todos sigan peleandose como perros y gatos. Que se maten unos a otros con revolveres robados, maldito si me importa. Pero esa gente no tendria agallas ni para eso. Son todos superficiales, huecos, estupidos, en una palabra. No, no tendrian agallas».

Pero se equivocaba. Porque ahora, en las fronteras de la mente, los chacales y las hienas volvieron a sus cuevas, y los lobos salieron de ronda con sigilo en circulos que iban convergiendo poco a poco hacia un punto, y al llegar a ese punto la manada se abalanzo enfurecida sobre una silueta que gritaba forcejeando, pugnando por liberarse, y la callaron. Por obra de una subita alquimia secreta, las pullas y discusiones se convirtieron en terror fisico, en agonia fisica, en muerte violenta. Esa tarde Nigel abandono Oxford con destino a Londres; regreso a la tarde siguiente y oyo un disparo.

Cuando volvio a ver a Yseut, la joven estaba muerta.

5

«CAVE NE EXEAT»

He visto alli fantasmas que eran como hombres

Y hombres que eran como fantasmas deslizarse y deambular.

Thomson.

– Intuicion -dijo Gervase Fen, con firmeza-, en eso termina todo a la larga: intuicion.

Miro desafiante a su auditorio, como instandolos a que lo contradijeran. Pero nadie lo hizo. Por un lado estaban en las habitaciones del propio Fen, y como todos habian hecho los honores al fino oporto con que el dueno de la casa los habia convidado, discutir su punto de vista habria sido una descortesia. Por el otro, hacia un calor espantoso y Nigel, al menos se sentia muy poco inclinado a hacer otra cosa que descansar. Eran las ocho de la noche del viernes, y hacia apenas tres horas que habia llegado de Londres, despues de un viaje agotador. Estaba fatigado. Estiro las piernas, dispuesto a asimilar lo que Fen tuviera que decir sobre su topico favorito.

La habitacion era amplia, miraba hacia el segundo patio de St. Christopher's de un lado, y el jardin del otro. Estaba en el primer piso, y le daba acceso un corto tramo de escalones que nacian en el corredor abierto por el que se llegaba al jardin.

Amueblada con sobria elegancia, solo algunas miniaturas chinas y las filas de libros minuciosamente dispuestos en la estanteria baja que cubria las cuatro paredes del cuarto rompian el crema frio de los muros, en marcado contraste con el verde oscuro de la alfombra y las cortinas. Varios medallones y bustos descascarados de los principales maestros de la literatura inglesa adornaban la repisa de la chimenea, y un enorme escritorio, atestado de papeles y libros en completo desorden, dominaba la pared que daba al norte. La esposa de Fen, una mujercita sencilla, con gafas, duena de una gran sensibilidad y que contra toda logica respondia al nombre de Dolly, estaba junto a una esquina de la chimenea, donde ardian innecesariamente unas cuantas brasas. Fen se habia situado en el otro extremo, y espaciados a intervalos diversos entre ambos estaban Nigel, sir Richard Freeman y un profesor muy anciano llamado Wilkes, que minutos antes se habia unido al grupo sin ninguna razon aparente. Cuando llego, Fen fue extremadamente grosero con el, pero por habito siempre lo era con todos; consecuencia natural, reflexiono Nigel, de su monstruoso exceso de vitalidad.

– Oh, usted. ?Que desea? -habia preguntado al verlo. Pero tras sentarse en una silla, Wilkes habia pedido un whisky, decidido evidentemente a quedarse, y hasta tarde.

– Es una lastima que haya venido, ?sabe? -prosiguio entonces Fen-. Seguramente se aburrira con esta gente -y nadie habria podido decir en detrimento de quien habia hecho el comentario.

Wilkes, no obstante, era un poco sordo. Haciendo caso omiso de esa y otras insinuaciones por el estilo, dedico una sonrisa benevola a la concurrencia en general y renovo su anterior pedido de whisky. Fen se lo sirvio entre resignado y pesaroso, y a partir de entonces busco consuelo criticando por lo bajo al viejo colega, lo que resulto muy embarazoso para todos, menos para Mrs. Fen, que, aparentemente acostumbraba a tan extemporaneo comportamiento, soltaba de vez en cuando un: «?Por favor, Gervase!», en automatica reconvencion.

Caia la noche. De un lado una breve estructura salida del tablero de Inigo Jones, del otro el gran parque flaqueado de arboles y canteros se desdibujaban en la penumbra. En el horizonte tres reflectores comenzaron a trazar sus complicados dibujos trigonometricos, mientras que abajo, en el patio, algunos estudiantes bulliciosos entonaban un coro escolar con una letra algo distinta de la incluida en las versiones impresas.

Sir Richard Freeman dejo oir una tosecita desaprobatoria cuando Fen se embarco en su logomaquia; no era la primera vez que oia esos conceptos. Pero indirectas tan sutiles no hacian mella en Fen, que siguio ampliando sus ideas con numen desbordante.

– Es como siempre le digo, Dick -decia ahora-, la investigacion policiaca y la critica literaria terminan en lo mismo: intuicion, esa componente miserable y degradada de nuestras seudofilosofias modernas… Sin embargo - continuo, descartando la intrusa divagacion con evidente renuncia- no se trata de eso. Se trata, sencillamente, de que a un detective la relacion que existe entre una pista y otra (la naturaleza de la relacion entre una y otra pistas, diria yo) se le ocurre exactamente en la misma forma (ya sea por logica acelerada o cualquier otra facultad

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