asesinado a mano de persona o personas desconocidas.
– Y usted, ?que opina?
Wilkes se encogio de hombros.
– Me inclino a compartir la opinion de las autoridades del colegio. Tras una breve consulta, ordenaron volver a revestir la pared, lo que se hizo en seguida, y transferir la anonima advertencia del siglo dieciocho a una placa pequena colocada en el exterior, donde todavia pueden verla. Dicho sea de paso, el bibliotecario descubrio una corta anotacion donde constaba la demolicion anterior (hecha para facilitar la ereccion de una tumba), y parece ser que parte de la muerte en si, entonces paso algo similar. Pregunte al capellan, hombre que a sus inquietudes mas normales por la Omnipotencia unia un sano respeto por el enemigo maligno, que pensaba sobre el objeto de la extrana busqueda. «En la Biblia se hace referencia a alguien que sale en busca de algo para devorar», me contesto secamente, pero fuera de eso no pude sacarle nada. Creo que la idea de que uno de sus feligreses se hubiera apartado de la buena senda no cayo muy en gracia a su alma anglicana.
– ?Y despues paso algo mas? -quiso saber Robert.
– Nada, salvo que con gran sorpresa de todos el decano comenzo a asistir a los servicios religiosos, y fue un solido creyente el resto de sus dias. Ah, y ahora que me acuerdo, deberia haber agregado algo mas: que el documento que relata la muerte de John Kettenburgh dice que el instigador de la sangrienta persecucion fue el organista de entonces, un tal Richard Pegwell. Pero claro que no podria asegurar si eso guardaba alguna relacion con el otro asunto.
Permanecieron en silencio mientras Fen corria la cortina negra y encendia las luces. Acercandose discretamente, Robert le susurro una pregunta sobre la situacion del lavabo mas proximo.
– Al pie de la escalera, a la derecha, querido amigo. Vuelve despues, ?verdad?
– Por supuesto. No tardare mas de un minuto -Robert hizo una inclinacion de cabeza y se marcho.
– Una historia muy agradable -comento sir Richard-. O a la inversa, muy desagradable. ?Que le parecio, Mrs. Fen? Estoy seguro de que usted es la persona mas sensata de cuantos estamos aca.
– Me agrado -respondio la aludida-, y Mr. Wilkes supo contarla. Pero, sin animo de ofender, les dire que me parecio demasiado arreglada y artificial para ser cierta. Como bien dijo Mr. Wilkes, los fantasmas verdaderos suelen ser aburridos, faltos de iniciativa, aunque les aseguro que por mi parte jamas me cruce con ninguno, ni para el caso lo deseo -prosiguio su labor.
Fen la miro con esa mezcla de triunfo, orgullo y carino del hombre que contempla como su perro sostiene un bizcocho en equilibrio en la punta del hocico.
– Esa es exactamente mi opinion -dijo. Y despues, desconfiado-: Digame una cosa, Wilkes, confio en que no sera producto de su imaginacion.
Impavido, Wilkes meneo la cabeza.
– No -replico-, no la invente. Todavia viven dos o tres personas que podrian confirmar lo que he dicho. El asunto, como explique, se mantuvo en reserva, probablemente por eso usted no lo conocia.
– ?Y piensa que hay alguna probabilidad de que…, la…, eso vuelva a aparecer? -pregunto Nigel, para arrepentirse en seguida. A la claridad de la luz electrica la pregunta parecio bastante mas tonta de lo que habria sonado minutos antes.
Sin embargo, Wilkes le respondio muy serio.
– Quiza no en la misma forma. Aun hoy los sacos de huesos asustan, pero en el fondo la gente se cree capaz de comprenderlos y enfrentarlos. Probablemente ocurra de algun otro modo. Al fin de cuentas, lo esencial es el crimen, cualquiera que sea el metodo elegido. Un crimen engendra siempre otro crimen; o sea que el saldo jamas se cubre. Y si uno lo piensa un poco, John Kettenburgh todavia tiene muchas cuentas que saldar. Por eso me atrevo a decir que algun dia, tarde o temprano…
Fue en ese instante cuando oyeron el disparo.
6
La desnudez de la carne, aunque indomable, se sonrojara
La extrema desnudez del hueso sonrie
desvergonzada,
El asexual esqueleto se burla de mortajas y feretros.
Thomson.
En la habitacion se habia hecho un silencio tal que por un momento el ruido del disparo parecio ensordecedor. Solo cuando se hubo repuesto de la impresion inicial, comprendio Nigel que habia partido de abajo: del cuarto de Donald Fellowes. Como broche de la historia que acababan de oir, no era un sonido muy estimulante. Hasta el flematico sir Richard tuvo un sobresalto.
– ?Seran esos bandidos de estudiantes que andan traveseando por ahi, Fen? -pregunto.
– En ese caso -repuso el aludido, levantandose resueltamente, tendran que oirme. Tu espera aqui, querida - anadio, a su mujer-, que voy a ver que ha sido.
– Lo acompano -anuncio sir Richard.
– Y yo -dijo Nigel.
Mrs. Fen asintio en silencio y reanudo su labor. Wilkes nada dijo, absorto en la contemplacion del fuego que moria en la chimenea. Cuando salian del cuarto, sir Richard extrajo su reloj y, como el propio Nigel diria posteriormente, se volvio hacia el con aire grave y decidido.
– ?Que hora tiene? -le pregunto.
– Exactamente las ocho y veinticuatro -respondio Nigel, tras echar un rapido vistazo al suyo.
– Perfecto. Habra pasado un minuto. Las ocho y veintitres es un calculo bastante aproximado.
– ?No le parece que se esta adelantando a los acontecimientos?
– Conviene saber la hora -respondio sir Richard, sin dar mas explicaciones. Y ambos siguieron a Fen por la escalera.
Abajo encontraron a Robert Warner, que en ese momento salia del lavabo con una expresion de comica ansiedad en el rostro.
– ?Que fue ese estrepito? -pregunto-. Me parecio un disparo.
– Eso precisamente es lo que vamos a averiguar -contesto Fen-. Creo no equivocarme al decir que salio de aqui.
La puerta de la derecha, que daba a una salita y tenia la inscripcion «Mr. D.A. Fellowes» en letras blancas en la parte superior, estaba entreabierta. Fen la abrio de par en par, y los demas entraron tras el. El cuarto no contenia nada de particular. Como la mayoria de las habitaciones del colegio, tenia pocos muebles y un unico rasgo desusado: el piano de cola que se veia en el rincon de la derecha. A la izquierda habia un biombo, cuyo proposito debia de ser sin duda evitar las corrientes de aire, que como Nigel no habia olvidado abundaban en el colegio, pero un fugaz vistazo detras permitio comprobar que no ocultaba a nadie, ni nada. Frente a la ventana de la pared opuesta, a la derecha, habia un pequeno escritorio; una mesa con un par de sillas de apariencia incomoda en medio de la gastada alfombra; y a la izquierda estaba la chimenea, flanqueada por dos sillones tapizados en