– Lleva muerta de veinte minutos a media hora -anuncio-. La causa del fallecimiento es obvia, a menos que estemos frente a algun veneno desconocido para la ciencia. Posiblemente la bala se alojo en algun punto detras del cerebelo. El angulo de penetracion ha sido casi llano, diria. No puedo agregar nada hasta practicar un examen mas detenido; y, por supuesto, habra que hacer la autopsia.

Nigel, que habia dedicado los ultimos minutos a ver como uno de los sargentos se entretenia con un tarro de polvo, cepillos de pelo de camello, placas de vidrio y unguentos de olor desagradable, pronto se hastio del pasatiempo y volvio junto a Fen.

El cambio operado en el profesor, se dijo, era asombroso. Nada quedaba de su acostumbrada y levemente fantastica ingenuidad, reemplazada ahora por una concentracion formidable, fria como el hielo. Sir Richard, conocedor de los sintomas, interrumpio su conferencia con el inspector para mirarlo, y exhalo un hondo suspiro. Al comienzo de una investigacion su estado de animo era invariable, como siempre que Fen ejercitaba a fondo su facultad de concentracion; cuando lo ocurrido no le interesaba se dejaba llevar por una especie de alegria desenfrenada sumamente irritante; cuando habia descubierto algo de importancia no tardaba en ponerse melancolico; y, cuando la pesquisa llegaba a su termino, se sumia en un letargo hosco del que a veces tardaba dias en salir. Por otra parte, como es muy natural, esos habitos perversos, mas propios de un camaleon que de un ser humano, solian hacer estragos en los nervios de la gente.

El sargento de dactiloscopia asomo la cabeza por la puerta del dormitorio.

– ?Que hago con la ventana, senor? -pregunto, dirigiendose por cortesia a todos en general-. ?La espolvoreo tambien?

– Si, sargento -respondio sir Richard-. No podemos esperar hasta manana, alguien puede embarullarlo todo durante la noche. No se preocupe por el oscurecimiento: no hay alarma, y de cualquier forma asumo la responsabilidad, pero eso si, trate de terminar cuanto antes.

– Muy bien, senor -dijo el sargento, y volvio a desaparecer.

Poco despues un haz de luz trepaba a los cielos. Un piloto de Francia Libre que acerto a pasar en ese momento y lo vio, meneo la cabeza tristemente. «El oscurecimiento ingles», murmuro con el tono de quien ve confirmadas sus peores sospechas.

Al poco rato la parte impresiones digitales estaba lista, y el forense regreso al dormitorio para proceder a un segundo reconocimiento, esta vez mas detallado. Antes, sin embargo, Fen cruzo la salita y le susurro algo al oido. El medico interrogo a sir Richard con la mirada.

– Esta bien, Henderson -dijo sir Richard-. El profesor esta cooperando con nosotros.

Tranquilizado en ese sentido, el medico desaparecio en el interior del dormitorio; el segundo examen no le llevo mucho tiempo.

– Hay poco que anadir -anuncio al volver-. Pequenos hematomas en la nalga izquierda y en el lado izquierdo de la cabeza, causados presumiblemente por la caida. Por el momento no encuentro nada mas -y volviendose hacia Fen-: Tenia razon, senor. Los tendones de ambas rodillas tienen sintomas de haber soportado grandes esfuerzos.

El inspector lanzo una mirada fulminante a Fen, pero por el momento se abstuvo de hacer comentarios.

– Ah, y hay otra cosa; no se si lo habran notado -siguio diciendo el forense-. Tiene el anillo del dedo anular de la mano derecha sobre el nudillo, como si se lo hubieran colocado despues de muerta; aunque mal puedo imaginar el motivo que pudo inducir a alguien a hacer una cosa semejante. Hace dudar en cierto modo de la teoria del suicidio. A nadie se le ocurriria usar un anillo en lugar tan incomodo.

El inspector solto un grunido.

– Vaya y saqueselo, Spencer -ordeno al sargento-. Puede resultar util. Supongo que le habra buscado impresiones.

– Si, senor. No tenia ninguna -Spencer volvio al dormitorio.

– Ese detalle es raro -comento el inspector-. Si ella se lo puso, deberia tener las huellas de su mano derecha. En fin, ya cruzaremos ese puente cuando lo tengamos delante.

– Con toda la deferencia debida a esa usada metafora -dijo Fen-, nunca logre comprender como se puede cruzar un puente sin tenerlo delante -y se atrajo una mirada maligna del inspector.

– Si terminaron con los prolegomenos -interrumpio el forense, sin que nadie hubiera podido decir a ciencia cierta a que se referia-, ?puedo hacer retirar el cadaver?

Fen y sir Richard y el inspector intercambiaron miradas interrogantes, pero ninguno formulo objeciones, y por otra parte Fen parecia haber perdido todo interes por el caso.

– Si, lleveselo -dijo el inspector, cansadamente. Y el forense se marcho, para volver con dos agentes y una camilla, en la que depositaron y trasladaron el cadaver hasta la ambulancia que aguardaba fuera.

En el interin, el sargento Spencer habia regresado con el anillo, que dejo sobre la mesa frente al inspector, y que todos contemplaron con cierto interes. Era una joya pesada, bastante grande, con un opalo engarzado en forma rara y que representaba una especie de insecto alado.

– Parece egipcio -observo el inspector-. Supongo que no sera de oro, ?no? -pregunto a todos en general.

– No, es dorado -dijo Nigel-. Y a mi juicio, no tiene gran valor.

– Yo creo que es egipcio -acoto Fen-, o por lo menos imitacion de un modelo egipcio. Si les parece importante -su expresion indicaba que no lo creia- puedo averiguarlo facilmente. El profesor de egiptologia esta en el colegio; hoy por lo menos lo vi.

– Valdria la pena, senor -dijo el inspector-. Si resulta que el anillo no pertenecia a Miss Haskell, entonces habra que seguirle el rastro.

– Hum. Si -asintio Fen, en tono dubitativo-. Nigel, ?quieres ir a ver si localizas a Burrows? Ya conoces su cuarto.

Descubierto su paradero sin dificultad, Burrows se mostro encantado de poder colaborar en una investigacion criminal en la medida que estuviera a su alcance. El anillo, dijo, era una reproduccion de cierta joya de la duodecima dinastia conservada a la sazon en el Museo Britanico. Interrogado acerca de si era comun que la orfebreria moderna copiara ese tipo de objetos, respondio que la pregunta escapaba en cierto sentido de su esfera, pero que imaginaba que no, y que de todas maneras la copia impondria un proceso oneroso y probablemente requeriria un permiso especial de las autoridades del Museo. El inspector tomo nota de este ultimo dato en su libreta, reflexionando que facilitaria bastante la pesquisa en torno del anillo. Sir Richard, afectado al parecer de una subita sed de sapiencia, pregunto que clase de insecto se suponia representaba, y en tono de conmiseracion le respondieron que una mosca. Al observar que las alas apuntaban hacia adelante, no hacia atras como es el caso en la mayoria de las moscas, se entero ademas de que, en la medida en que era posible juzgarlo sobre la base de una representacion tan estereotipada, debia de ser una mosca dorada, una chrysotoxum bicinctum. Alguien hizo entonces referencia al profesor de entomologia, pero el inspector, sintiendo que la situacion amenazaba escapar a su control, se apresuro a cambiar de tema, y Burrows se retiro sumamente complacido consigo mismo, dejando tras de si un coro de expresiones de agradecimiento.

A continuacion sobrevino una especie de mesa redonda, que involucro un primer resumen del caso. Y el objeto siguiente que atrajo la atencion de los «caballeros» fue el arma.

– Digame, Spencer -pregunto el inspector, reclinandose en la silla con un suspiro-, ?que saco en limpio del arma?

Sin dar tiempo a que el aludido contestara, Nigel intervino.

– Creo saber -dijo- de donde salio ese revolver -y paso a referir el incidente de la fiesta y su posterior descubrimiento de la desaparicion del arma-. Claro -concluyo- que no tengo nada en que basarme para asegurar que es la misma, pero seguramente su dueno podra sacarnos de la duda.

– Muchas gracias, senor -dijo el inspector-. Eso es una gran ayuda…, ya lo creo. Aunque -anadio, con voz cargada de sospechas- no se me ocurre la razon que lo hizo volver para comprobar si el arma estaba en su sitio.

Sintiendo que estaba haciendo un poco el ridiculo, Nigel dio gracias al cielo por tener una coartada de hierro para el momento del crimen. Dijo algo acerca de haber tenido una corazonada.

– Ah, ?un impulso repentino?… Hum -dijo el inspector, tomando nota de un hecho que en realidad no lo merecia-. Todos nos dejamos llevar por impulsos a veces -prosiguio con pedanteria y el aire de quien ha expuesto una teoria metafisica de originalidad y trascendencia pasmosas-. Ahora bien, ?a que hora mas o menos decidio volver y descubrio que el revolver habia desaparecido?

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