– Dejeme pensar…, cuando me despedi de Nicholas en el pasillo seria la una y media -dijo-. Y en desvestirme no puedo tardar mucho mas de diez minutos. Pongamos la una y cuarenta.

– La una y cuarenta, aproximadamente -repitio el inspector, tomando otra nota-. ?Y como se llamaba el dueno del arma…, el caballero que dio la reunion?

– Capitan Peter Graham.

– Ah, si. ?Elbow! -el inspector llamo al agente de guardia en la entrada-. Llame al Mace and Sceptre, ?quiere?, y digale al capitan Graham que haga el favor de venir hasta aqui en cuanto pueda -Elbow desaparecio en cumplimiento de la mision-. Y ahora, Spencer -dijo el inspector, aflojando la tension-, a ver esas impresiones.

– Si, senor. Hay varias en el canon, y en el tambor, aunque logicamente todavia no he podido identificarlas. En las balas no hay nada, lo mismo que en el gatillo y la culata, aparte de las huellas de la mano derecha de la muerta, por supuesto: el pulgar en el gatillo, los dedos en la parte de atras y el lado derecho de la culata.

– Curiosa disposicion, ?no? -observo sir Richard.

– A primera vista, asi parece, senor -dijo el inspector. Tomando el revolver se lo llevo a la frente, sosteniendolo por la parte trasera de la culata y con el pulgar en el gatillo-. Pero en realidad es la unica forma comoda de sostenerlo, si uno quiere disparar contra si mismo como aparentemente era la intencion de la joven.

– ?No habia nada en el percutor? -pregunto Fen-. ?Ningun indicio de que amartillaron el revolver, o algo asi?

– Vera, senor, es dificil asegurarlo. El percutor tiene la superficie rayada, y ahi las impresiones no toman bien. Pero creo estar en condiciones de afirmar que no ha sido tocado -Fen asintio, para quedar sumido en silencio melancolico.

– ?Algo mas en la habitacion? -inquirio el inspector.

– Una coleccion de huellas viejas, que supongo pertenecen a la persona que vive aqui -el sargento miro en derredor, desaprobando lo que veia, como si esperara ver a algun ermitano barbudo, indescriptiblemente sucio, acurrucado en un rincon-. Las de la chica en los picaportes de las dos puertas, en los cajones de ese escritorio y en los cajones de la comoda que hay en el dormitorio, al lado de la ventana.

– Hum. Parece que anduvo buscando algo. Claro que no hay que olvidar que existen unas prendas llamadas guantes -comento el inspector, en forma totalmente superflua-. Pero aparte del detalle del anillo, que es bastante raro, lo confieso, creo que estamos en presencia de un simple caso de suicidio.

– No, no, inspector -salto Fen, que hasta entonces habia estado estudiando el insipido Modigliani colgado de la pared mas proxima-. Lo siento, pero no estoy de acuerdo.

Al principio el inspector lo miro con el ceno fruncido; despues, con resignacion infinita, dijo:

– ?Entonces, senor?

– Todo se opone a la teoria del suicidio. Prescindiendo por ahora de los interrogantes de por que querria la joven quitarse la vida, por que no dejo la nota caracteristica de los suicidas, por que eligio un ambiente tan poco decorativo para matarse, y finalmente por que lo hizo, interrumpiendose en medio (fijese que no he dicho al final, sino en medio) de una busqueda especialmente intensa (recuerde que uno de los cajones estaba abierto)…

– ?Y no puede ser -lo interrumpio el inspector- que haya encontrado el revolver en ese cajon (hasta ahora ignoramos quien lo hurto) y que se pegara el tiro siguiendo, digamos, un impulso?

– No digo que sea imposible; pero lo considero sumamente improbable. De cualquier forma, analice la evidencia material. Y use el sentido comun -anadio Fen, casi frenetico-. ?Ay, Senor! Mire…, espere un momento que se lo demostrare con un ejemplo practico -y salio corriendo de la salita para reaparecer al cabo de un minuto arrastrando de la mano a su esposa. Cuando ella hubo saludado al inspector con una sonrisa serena, Fen tomo el revolver y tendiendoselo, dijo:

– Dolly, ?quieres hacer el favor de suicidarte un momento?

– Como no -Mrs. Fen no se inmuto ante la extrana peticion; muy por el contrario, tomo el revolver con la mano derecha, apoyando el indice en el gatillo, y se lo llevo a la sien derecha.

– ?Ve? -exclamo Fen, triunfante.

– ?Aprieto el gatillo? -pregunto Mrs. Fen.

– Claro -dijo su esposo, distraido, pero sir Richard salto de la silla con un grito ronco.

– ?No, esta cargado! -exclamo, arrebatandole el arma.

– Gracias, sir Richard -respondio Mrs. Fen, con una sonrisa-, pero Gervase es tan olvidadizo que de ningun modo pensaba hacerlo. ?Me necesitan para algo mas, senores?

El inspector meneo la cabeza, aun no repuesto de su asombro, y miro furibundo a Fen, a quien el incidente habia dejado impavido.

– Perfectamente, entonces -dijo Mrs. Fen-. Gervase, vuelvo arriba. Trata de no retrasarte mucho, y no despiertes a los chicos cuando entres -dedicando una sonrisa de aprobacion a cada uno por turno, se marcho.

Fen corto en seco el torrente de reproches que afluia a los labios de sir Richard, diciendo:

– ?Comprende lo que quiero decir? Hagan la prueba con cualquier mujer, y veran que todas hacen lo mismo [1]. Lo otro es psicologicamente imposible, aunque admito que, en abstracto, uno no lo veria asi; y es evidente que aqui alguien se ha pasado de listo. Ademas, vean lo que pesa el arma, oprimir el gatillo requiere un esfuerzo considerable. Traten de apretarlo sosteniendo el arma en la posicion que sugieren las huellas, y veran cuanto les cuesta. Y piensen un poco: ?alguno de ustedes elegiria un metodo tan complicado y dificil para suicidarse? No, no es ni remotamente probable. La unica forma de eliminar la dificultad seria amartillando el revolver. Y como bien ha dicho Spencer, en este caso no hicieron eso.

– No, senor -convino Spencer, sintiendo que esperaban algo de el.

– Despues esta, por supuesto, el anillo. ?A quien, por imaginativo que sea, se le va a ocurrir suicidarse llevando un anillo en esa posicion tan terriblemente incomoda en la misma mano con que empuna el revolver? A nadie, por supuesto. Los suicidas, invariablemente, llegan a todos los extremos con tal de asegurar su propia comodidad. Para mi salta a la vista que, vaya a saber por que, alguien deslizo ese anillo en el dedo de la muchacha despues de muerta y, si no me equivoco, a ese alguien le corria bastante prisa. Por ultimo, esta el hecho de que la chica se hallaba arrodillada cuando recibio el tiro; arrodillada delante de la comoda, que como vieron es un mueble bastante bajo.

El inspector alzo la vista, interesado.

– ?Y como sabe eso?

– Por la posicion del cadaver ?no se da cuenta? Si hubiera estado de pie cuando recibio el disparo, el peso del cuerpo al caer le habria doblado una pierna, pero no las dos, y menos todavia en esa forma, tan… ordenada, por asi decir. Y ademas consideren el efecto del impacto de una bala de grueso calibre en una persona que esta arrodillada; la echaria violentamente hacia atras, con las rodillas actuando como pivotes. Le pregunte al doctor si noto senas de esfuerzo en los tendones de la rodilla, y efectivamente las habia. Et voila.

Nigel lo miraba boquiabierto, el inspector parecia en el colmo de la desdicha, y sir Richard asentia con la cabeza.

– Felicitaciones, Gervase -dijo-. Y bien, ?donde nos lleva eso?

– ?Accidente? -sugirio timidamente Nigel.

El inspector recibio con alivio la feliz manifestacion de una inteligencia inferior a la suya, y miro a Nigel con desprecio olimpico.

– No, senor -dijo en tono suficiente-. Recuerde que la bala penetro en sentido horizontal. Para eso se habria necesitado una coincidencia fantastica.

– Si las coincidencias no fuesen fantasticas, no habria accidentes -insistio Nigel, picado, negandose a ver la tercera posibilidad-. La gente no suele tomar mas que las precauciones ordinarias.

– No, Nigel, eso no sirve -dijo Fen-, en ese sentido no hay ninguna evidencia.

Nigel opto por un silencio malhumorado.

– Entonces -sentencio sir Richard-, no queda mas que una alternativa.

Un silencio cargado de presagios siguio a sus palabras, roto al fin por el inspector que, asestando un fuerte punetazo a la mesa, exclamo excitado:

– Pero ?no, eso tampoco puede ser! El Williams ese dice que nadie entro ni salio despues que vio a la

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