perfectamente extrarracional) que el critico literario capta la naturaleza de la relacion que hay, digamos, entre Ben Jonson y Dryden.

Se interrumpio, vacilante, olfateando acaso un fallo inherente en el ejemplo, pero saltandolo apresuradamente volvio a internarse en cambio en las regiones mas seguras de la peroracion abstracta.

– Asi que una vez que a usted se le ocurre una idea, puede trabajar con vistas a corroborarla basandose en algo del texto, o en alguna de las restantes pistas. A veces equivoca el camino, por supuesto, pero siempre esta la logica para confirmarlo o refutarlo. La consecuencia logica -anadio sonriendo alegremente, al tiempo que movia inquieto los pies- es que si bien un detective no es por fuerza un buen critico literario -y aqui senalo triunfante a sir Richard-, los buenos criticos literarios, si se toman la molestia de adquirir el equipo tecnico elemental que requiere el trabajo policial -aqui sir Richard solto un gemido-, son siempre buenos detectives. Yo mismo, como detective, soy bastante competente -concluyo modestamente-. En realidad en toda la ficcion soy el unico critico literario detective.

Por un momento los presentes consideraron la pretension en silencio. Pero ninguno llego a expresar su opinion al respecto, si tal querian, porque en ese momento sono uno de los telefonos que habia sobre el escritorio de Fen. Este se puso en pie de un salto y fue hacia el escritorio a grandes zancadas. Los demas aguardaron, con esa sensacion de embarazo que experimentamos al vernos en la necesidad de escuchar una conversacion telefonica privada. Wilkes comenzo a tatarear la obertura del Heldenleben de Strauss, que lo llevo hasta tres octavas y media y termino en una serie de sonidos realmente extraordinaria. Un eco fantasmal, probablemente de una radio o gramofono, lo acompano desde algun punto del edificio, haciendo pensar a Nigel que Wilkes no era tan sordo si podia oir eso. Pero el canto no bastaba para cubrir lo que Fen decia por el telefono.

– ?Quien?… Si, por supuesto. Digale que suba -colgo el telefono y se enfrento a los demas, frotandose las manos, satisfecho-. Era de la porteria -anuncio-. Robert Warner, el autor teatral, viene a verme. Sera una buena oportunidad para ver que siente cuando escribe, y que hace para inspirarse.

Un solo gemido de desaliento saludo a sus palabras; el habito de Fen de interrogar a la gente acerca de su trabajo, aun en contra de la voluntad del interesado, no se contaba precisamente entre sus caracteristicas mas simpaticas.

– No se si sabran -anadio- que nosotros, los criticos literarios tenemos la obligacion de llegar a la raiz de las cosas -su mirada se poso en Wilkes, a quien, ni corto ni perezoso, pregunto-: ?No querria dejarnos ahora, Wilkes? Mucho me temo que la conversacion le resulte demasiado pesada.

– No, no querria -replico el aludido, con subita aspereza-. Acabo de llegar. Y por amor de Dios, hombre, sientese de una vez -chillo- y deje de dar vueltas, que marea.

Esto abochorno tanto a Fen, que se sento, y guardo un silencio malhumorado hasta que, a los pocos minutos, entro Robert Warner.

El recien llegado saludo cortesmente a Nigel y fue presentado a los demas, conservando una sangre fria admirable mientras Fen corria a traerle una silla, y algo de beber, y una caja de cigarrillos que en su excitacion dejo caer al suelo desparramando todo su contenido. Cuando terminaron de recoger los cigarrillos se sentaron, jadeantes todos y con el rostro encendido, y sobrevino una larga pausa, rota de improviso por Wilkes, que anuncio muy resuelto:

– Voy a contarles un cuento de fantasmas.

– ?No, no! -grito Fen, alarmado-. Verdaderamente no hay necesidad, Wilkes. Espero que podamos sostener algo parecido a una conversacion sin llegar a esos extremos.

– Pues opino que seria muy interesante -porfio Wilkes, inexorable-, no solo porque atane a este colegio, sino tambien porque sucede que es una historia verdadera. Ademas, a diferencia de la mayoria de los cuentos de fantasmas reales, es interesante, emocionante me atreveria a afirmar. Pero claro que si les aburre… -paseo por los presentes una mirada mansa.

– ?Aburrirnos, que esperanza! -dijo sir Richard, granjeandose con el comentario una mirada furibunda de Fen-. Personalmente me vendria bien oir algo entretenido -bostezo-. Tengo sueno.

– Nosotros tambien -salto Nigel, para agregar apresuradamente-: Quiero decir que tambien nos gustaria oir ese cuento.

– ?Entonces no se oponen a que siga? -pregunto Wilkes.

Murmullos vagos, no muy discernibles.

– ?Seguro que nadie tiene nada que objetar?

Nuevos murmullos, acaso mas vagos.

– Muy bien, entonces. Hasta cierto punto, lo que voy a contarles se basa en mi experiencia personal. En esa epoca era estudiante (seria mas o menos a fines del siglo pasado), y aunque el pequeno escandalo que provoco el asunto se mantuvo en el mas absoluto secreto, conoci personalmente a varios de los protagonistas. Por supuesto que en esos dias no habia Sociedades de Investigaciones Psiquicas (mejor dicho, si bien es cierto que Sidgwick y Myers formaron una en mil ochocientos ochenta y dos, nadie le tenia mucha estima), y tengo la impresion de que si a alguien se le hubiera dado por investigar el asunto, crucifijos y pentagramas aparte, no habria hecho mas que empeorar las cosas. Dejando de lado las suposiciones, lo cierto es que el presidente de entonces, sir Arthur Hobbes, abrazo la causa del sentido comun y tomo las medidas que dictaba la razon; aun cuando supongo que nunca sabremos si consiguio o no echarle tierra al asunto. Lo que si se es que desde entonces no volvio a ocurrir nada semejante, pero quien puede asegurar que la caja de sorpresas no esta todavia alli, esperando a que alguien levante la tapa por segunda, no, por tercera vez.

Wilkes callo, y Nigel, volviendose rapidamente, miro a los demas. Fen, que al principio habia dado claras muestras de impaciencia, estaba ahora inmovil; sir Richard escuchaba echado hacia atras, con los ojos cerrados y las manos entrelazadas; Robert fumaba, al parecer atento al relato, pero Nigel tuvo la impresion de que un rincon de su mente estaba ocupado en cosas mas importantes; Mrs. Fen tenia la cabeza sobre su labor.

– Todo empezo -siguio diciendo Wilkes- cuando echaron abajo una pared en la antecamara de la capilla, que como ustedes saben esta en el ala nordeste del presbiterio. En esa epoca un arquitecto de Londres bastante competente se encargo de restaurar la capilla, dejandola por ultimo tal como la conocemos ahora. Entonces el edificio era sumamente malsano, no podia quedar asi, y en conjunto la belleza original del edificio no sufrio mayormente. De cualquier forma, en esos dias prevalecia cierto espiritu reformista, en marcado contraste con nuestros desesperados e incesantes esfuerzos modernos en materia de preservacion (simbolicos, sin duda, del hecho de que nos reconocemos incapaces de crear nuevas formas de arte), y no creo que los de la Confraternidad, ni tampoco la comision de la capilla, se opusieran a la restauracion, con la posible excepcion del viejo doctor Beddoes, que objetaba por habito, pero a quien en general nadie hacia caso.

»La historia arquitectonica del colegio esta mal documentada, y siempre tuvimos la impresion de que uno de los presidentes que hubo bajo el reinado de Carlos I anadio la antecamara a fin de que le sirviera de boveda a el y a su numerosa familia. En esencia, esa impresion resulto correcta, excepto en el sentido de que la antecamara era en parte la refeccion de una estructura anterior, probablemente el vestuario de los monjes benedictinos que originalmente tenian su monasterio en este solar, y del que aun hoy subsisten unos exponentes en el patio del ala norte, y en la capilla. De cualquier modo, quitado el revestimiento de la pared norte de la antecamara (que salio, a decir de los obreros, con facilidad pasmosa despues del primer golpe de piqueta), quedo a la vista una pared mucho mas antigua, con una losa de piedra bruta en el centro, y que por la parte baja debia de datar del siglo catorce. De mas esta decir que el descubrimiento causo sensacion, y que de los cuatro puntos cardinales vinieron expertos en esas cosas, a pesar de que el capellan, que durante las restauraciones tuvo que celebrar los servicios religiosos en la nave principal, se quejo, segun contaban, de que lo unico que habian conseguido con eso era hacer mas humeda la capilla; y, en efecto, a los dos dias lo ataco una bronquitis, y el presidente tuvo que reemplazarlo en los servicios, y dicho sea de paso, estaba tan desacostumbrado que la mayoria de las veces pasaba por alto la liturgia y el articulo trigesimo cuarto.

»Ahora bien, la losa de que les hablaba habia sido agregada bastante tiempo despues de construida la pared en si, y tenia cuatro inscripciones breves, o mejor dicho, tres inscripciones y una adicion posterior hecha con tinta o tiza indeleble. Encima de todo estaba la fecha: 1556, lo que demostraba que la habian erigido aproximadamente en la epoca de los martires. Despues venia un nombre: Johannes Kettenburgus. El bibliotecario, que estaba bastante empapado de la historia del colegio, situo sin dificultad en los libros una referencia a un tal John Kettenburgh, alumno ingresado en 1554, que habia sido adicto ferviente del grupo de la Reforma, y a quien, dentro de lo que se podia juzgar de acuerdo con un documento contemporaneo preservado por azar, un

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