Sheila alzo la vista rapidamente.
– ?Yo que motivo podria tener?
– Venganza, mi querida, venganza -dijo en tono histrionico-. Les conte lo de la pequena discrepancia que tuvisteis. Confio en que no te importe.
Sufrio una desilusion al ver que aceptaba la revelacion sin resentimiento.
– No -dijo Sheila, despacio, luego de una corta pausa-, no me importa. Tarde o temprano se habrian enterado. ?Piensan interrogarme?
– No lo dudes. Pero es un proceso inocuo; estan completamente desorientados -otra pausa-. Creo -anadio Nicholas como para si- que asistire al ensayo de hoy; sera interesante ver como reacciona la gente.
En el pequeno y moderno apartamento que ocupaba en el colegio, Jean Whltelegge se desperto abriendo un ojo con cautela para recibir las impresiones del nuevo dia; paseo la mirada por la pared opuesta, vio la repisa de la chimenea con sus perritos de porcelana y animales de madera de todas las especies; la ventana castigada por la lluvia, y fuera las imagenes fantasticas de las copas de los arboles y las paredes de ladrillo emborronadas; el ropero que contenia su escaso guardarropa; el gramofono portatil con los albumes de los Cuartetos de Beethoven desparramados alrededor; las malas reproducciones de Gauguin que adornaban las paredes; la biblioteca con los tomos altos y finos de poesia moderna, los libros sobre ballet y teatro, las novelas de Strindberg, Auden, Eliot, Bridie, Cocteau y, en sitio de honor en el primer estante, una edicion comun en sobria encuadernacion negra, bastante manoseada, de las obras de Robert Warner. La mirada de Jean se detuvo ahi, pensativa, vacilante; frases de las comedias de Robert le vinieron a la mente, personajes aparecieron sin que nadie los llamase, una multitud de lineas finales sutiles, asombrosas, en apariencia inconsecuentes, acudio a su memoria. Se sento en el lecho, deliberadamente corrigio la posicion de un tirante que se le habia deslizado por el hombro, miro el reloj, viendo que por mas prisa que se diera llegaria tarde al desayuno, saco las esbeltas piernas fuera de la cama, se levanto y quedo un rato contemplandose con ojo critico en el espejo de la puerta del ropero. «Vulgar», penso, «aunque nadie podria decir que estoy mal formada; en ese sentido bastante mas atractiva que Yseut…» Algo interrumpio de pronto sus pensamientos, y Jean trato de evocar lo poco y mal que recordaba sobre jurisprudencia criminal.
Alguien llamo a la puerta; que era un aviso de llegada puramente convencional quedo demostrado por la rapidez con que su autora penetro en la habitacion. Estelle Bryant era una de las alumnas mas ricas, maquillada y perfumada con Chanel, con las piernas enfundadas en medias de seda y vestida con gusto exquisito, en marcado contraste con los toscos zapatones y las blusas y faldas de grueso
– ?Querida! -exclamo-. ?Supiste lo de Yseut?
Jean la miro en silencio un momento. Despues dijo:
– ?Yseut? No, ?que le ha pasado?
– La mataron, hija; la encontraron muerta, con un balazo en mitad de la frente. Tus amigos del teatro tendran que buscarse una sustituta. Creo que si no fuera porque el Ingles Medio me fascina, me ofreceria para cubrir la vacante -apoyada en un codo, logro encender un cigarrillo no sin dificultad.
– ?Donde, Estelle? -pregunto Jean-. ?Y cuando? -su voz sonaba extranamente desinteresada.
– Nada menos que en St. Christopher's, en el dormitorio de tu adorado Donald. Oh Dios, no deberia haber dicho eso, ?verdad? Suena mal.
Jean ensayo una sonrisa debil.
– Por mi no te aflijas. Casualmente se que Donald no estaba alli en ese momento. ?Quien creen que la mato?
– No alcanzo a comprender que le ves a ese chiquillo, querida -siguio parloteando Estelle, y con esfuerzo manifiesto recordo la pregunta de su amiga-. A, quien la mato. Supongo que no lo saben; o que si lo saben se lo guardan. De cualquier manera hasta ahora no han detenido a nadie.
– Gracias a Dios.
– Si, ya se a que te refieres. Si todo lo que he oido es cierto, el mundo no ha perdido gran cosa. Pero te aseguro que ahora que Fen ha tomado cartas en el asunto, no me gustaria estar en el pellejo del asesino; con solo verlo desmenuzar mis ensayos siento que la sangre se me hiela -la voz cobro un matiz nostalgico-. ?Dios, que inteligente es ese hombre! Movilizo todos mis recursos para congraciarme con el, pero en vano.
– No creeran que fue Donald, ?verdad? -pregunto Jean.
– Mira, hija, no me cuentan sus secretos. ?Dios Todopoderoso, que combinacion divina! ?Donde la compraste?
Del tema de la ropa interior pasaron por transicion natural al eterno topico del sexo opuesto.
Lo primero que vio Donald Fellowes al abrir los ojos fue un gran monton de ropa apilada en una silla, al lado de la cama. Fue preciso que transcurrieran unos segundos para que comprendiese que estaba en el marco extrano del cuarto de huespedes, y los motivos. Un Breughel lleno de bobos flamencos lo miraba desde encima de la chimenea; poco alla colgaba un pesimo grabado de Haden, y aparte de eso la habitacion carecia de personalidad. Tenia un dolor de cabeza de marca mayor y la boca seca. Se incorporo y sepulto el rostro entre las manos murmurando: «?Dios! ?Oh Dios mio!» Un bedel se asomo por la puerta, anunciando que faltaban cinco minutos para el desayuno. Abandonando el lecho de mala gana, penso en Yseut con indiferencia y desde una gran distancia… y tambien penso en otra cosa. «?Senor, Senor!», dijo para si. «?Quien, en nombre del cielo, habria pensado…? Nadie entiende a las mujeres.» Rumiando esta conclusion tan poco original se calzo las zapatillas, se puso la bata, para luego salir en direccion al bano bajo la proteccion de un paraguas.
Rachel West arreglo una punta de su
– No se, pero me siento un poco culpable -dijo- por haber dado tanta trascendencia a lo que ocurrio entre vosotros. Fue una especie de locura.
– Mucho temo que por mi parte no haya hecho nada para aliviar la situacion. Y aparentemente el detalle de que viniera a mi habitacion no fue mal visto; es mas, la policia llego a insistir en que habia pasado la noche con ella.
– Si hubiera estado en mis cabales…
– Oh, que importa eso ahora, querida. Ya paso.
Rachel adopto una expresion grave.
– Paso…, si. ?Tienen alguna idea de quien fue?
– Por lo que pude ver, muy poca. Tal vez Fen sepa algo, pero como hace tanto aspaviento es dificil asegurarlo. De cualquier forma olvidalo, por favor. Aunque mucho temo que la policia te haga una visita hoy.
– ?Como? ?Hay algo…?
– No, por Dios, no tengo nada que ocultar. Diles la verdad.
– En lo que a mi respecta la verdad es…, bueno, querido, la verdad es que no fui a North Oxford anoche; te menti. Despues de la discusion que tuvimos…, yo…, este…, confieso que no podia mas, eso es todo. Tenia que ir a algun sitio donde pudiera estar sola.
– Por mi culpa.
– No, querido, tu no tuviste la culpa. Pero eso no tiene nada que ver con lo sentia. Fui…, fui al cine y vi una pelicula espantosa.
– ?Y bien?
– ?No comprendes? Significa que no tengo coartada. Diran que…
– Escucha, querida, no supondras que van a arrestar a todos los habitantes de Oxford que carecen de coartada. Diles donde fuiste y nada mas. Recuerda -anadio Robert resueltamente- que si se proponen molestarte