tendran que verselas con los mejores abogados de Londres.

Rachel parecia tan preocupada que el, abandonando su silla, se acerco a besarla suavemente en los labios.

– Por favor, mi vida- le dijo-, tranquilizate. Personalmente no pienso ocultar el hecho de que me parecera excelente si el asesino escapa impune -volvio a su asiento-. Menos mal que Metromania anda bien; y en el futuro andara mejor todavia, aunque esta mal que yo lo diga. ?Sabes que ya estoy pensando en la proxima? Esta vez el personaje central sera masculino. De la talla de Shotover, o de Giles Overreach; aunque, repito, esta mal que yo lo diga.

– Supongo -dijo Rachel- que eso significa que piensas volver a encerrarte como una ostra no bien terminemos con esta. Oh, Robert, eres atroz.

Robert se echo a reir.

– Ya lo se. Y no creas que me disgusta -la miro con expresion burlona-. No se si a los demas les pasara lo mismo, pero llega un momento en que mi propia mente me aburre sobre manera. Escribir una obra nueva es como tener un hijo, o ir a nadar; el placer viene despues.

Nigel matizo su solitario desayuno repasando mentalmente los hechos en lo que se le antojo una forma sana y objetiva. Sin embargo, ambas cualidades resultaron impotentes en lo que a traer un rayo de luz a su cerebro se referia. Lo que mas lo intrigaba era el asunto del anillo: ?que razon podia haber tenido el criminal para ponerselo en el dedo a Yseut despues de muerta? Recorrio varias posibilidades mas o menos logicas, pero tuvo que desecharlas no bien cruzaron el umbral de su mente. ?Habria dicho la verdad Robert al afirmar que no estuvo con Yseut la noche del miercoles? Nigel creia que no, pero ?como comprobarlo? ?Que significaba el detalle de la radio? ?Y el hecho de que a Yseut la hubieran matado en las habitaciones de Donald? ?Que habia ido a buscar Yseut alli? ?Seria Jean quien habia sustraido el revolver, y, de ser asi, probaba eso que era la asesina? Nigel comprendio que ese catecismo interior, debil reminiscencia de los dialogos entre alma y cuerpo tan populares en los siglos diecisiete y dieciocho, no lo llevaria a ninguna parte, y lo abandono a fin de reflexionar sobre el valor que podia tener el profesado metodo intuitivo de Fen. Concentrandose en la intuicion, dejo que impresiones inconexas le invadieran la mente sin orden ni secuencia, para terminar mas confundido que antes. Por un momento, es verdad, estuvo seguro de haber dado con un elemento obvio que era el unico capaz de formar un todo con las piezas dispersas; pero evidentemente el proceso intuitivo habia traspuesto los limites de su yo consciente, y le fue imposible alcanzarlo. Con un suspiro de cansancio, se dio por vencido.

Lo primero, en cualquier caso, era ir a ver a Helen. El ensayo no comenzaba hasta las once y seguramente ella todavia estaba en casa. Tomando su impermeable partio bajo la lluvia en direccion a Beaumont Street.

Cuando se aproximaba el numero 265 distinguio dos siluetas familiares que venian en direccion contraria. Disipadas las brumas de la distancia, resultaron ser las del inspector Cordery y el sargento Spencer, evidentemente en cumplimiento de la misma mision que lo traia a el. En efecto, se encontraron en la puerta.

El inspector estaba de humor excelente. Saludo a Nigel con la suficiencia benevola de San Pedro cuando admite a uno de los evangelistas menores a la bienaventuranza eterna.

– Hola, Mr. Blake, que pequeno es el mundo, ?eh? -comento sonriente-. Apuesto a que viene a ver a Miss Haskell, como nosotros.

– Si, pero si molesto… -murmuro Nigel, poco dispuesto a abandonar la precedencia que, a su juicio, una corta cabeza le habia dado sobre la policia.

– No, senor, puede subir con nosotros si quiere. Eso si, voy pedirle que nos deje conducir el interrogatorio y que mientras estemos aqui no interrumpa.

Brindando solemne aprobacion al convenio, Nigel los acompano arriba, turnandose con el inspector en la vanguardia por la angosta escalera.

Helen estaba en su cuarto, escribiendo unas cartas. Era una habitacion amplia, llena de luz y aire, cuidadosamente limpia y ordenada, y aun cuando la mayor parte de los muebles y adornos no le pertenecian, Helen habia conseguido, como suelen la mayoria de las mujeres, imprimirles el sello de su propia individualidad sin dar la sensacion de haber buscado el efecto. Aparte de eso, noto Nigel, tambien estaba el aspecto generico: era incuestionablemente un cuarto de mujer, como lo gritaba -penso Nigel sucumbiendo al habito masculino del analisis- la cantidad de objetos pequenos que contenia. Inconfundiblemente femenina -y recordo la descripcion que Chaucer hizo de Cressida.

Al sexo femenino, que nunca criatura alguna

Pero todos sus rasgos respondian tan bien

Estuvo mas lejos del aspecto varonil.

El mismo regocijo que Chaucer habia hallado en la femineidad trascendental, excelsa de Cressida, hallo el en la de Helen. Vio la carita grave, infantil, la seda suave y ondulada de su pelo, y se sintio perdido. Del fondo de su garganta brotaron ruidos de salutacion, a los que ella respondio solemnemente.

Hasta el inspector, noto Nigel con un orgullo que no tenia razon de ser, quedo encantado con ella. Su actitud se torno todo lo tranquilizadora que permitia su fisonomia de pajaro. A Nigel le sorprendio ver la encantadora gentileza y naturalidad con que expreso sus condolencias, y el modo en que se disculpo por molestarla tan temprano.

– Como supuse que querria ir al ensayo -dijo-, crei preferible terminar de una vez con este engorroso asunto. Pura rutina, ?comprende?

Asintiendo, Helen les ofrecio asiento.

– Temo parecerle un poco dura de corazon, inspector -dijo-. Pero Yseut y yo nunca nos llevamos bien (en realidad jamas nos comprendimos), y despues de todo no era mas que mi hermanastra. Asi que si bien su muerte me ha causado, como es natural, profunda impresion, no puedo fingir que la considero una perdida muy personal.

Tras considerar aquello un momento, el inspector parecio captar el punto de vista y hallarlo comprensible; probablemente todavia estaba bajo la influencia de los cuentos de hadas leidos en la infancia, donde las hermanastras son invariablemente seres malvados, que quitan placer a la lectura.

– Bueno, senorita, ese asunto no nos incumbe -dijo, para en seguida anadir, contra toda logica-, aunque naturalmente tendremos que hacerle una o dos preguntas al respecto. En primer lugar ?tiene inconveniente en que el sargento Spencer, aqui presente, le tome las impresiones digitales?

– ?Tambien por rutina, inspector? -pregunto Helen, con un mohin travieso.

El inspector trato de esbozar una sonrisa formal.

– En efecto, senorita -dijo.

Spencer, que al entrar habia arrojado una mirada de desesperacion a la formidable bateria de cosmeticos alineados en el tocador, comenzo por disculparse.

– Lo siento, senorita, pero le voy a dejar los dedos hechos un asco.

– Esta bien, sargento -lo tranquilizo Helen-. Como actriz que soy, estoy habituada a que me pintarrajeen con cosas horribles -el resto del procedimiento se cumplio en silencio.

– Y ahora -dijo al fin el inspector- habra que echar un vistazo al cuarto de su hermana.

– Si, pasen. Es la segunda puerta a la izquierda. Siempre guardaba todo sin llave, de modo que no creo que tengan dificultad. ?Voy yo tambien? -hizo ademan de levantarse.

– Este…, no, gracias. A decir verdad, Spencer estuvo anoche por aqui, y cerro la habitacion con llave hasta que pudieramos examinarla a fondo. ?Supongo que no habra tratado de entrar en el dormitorio de su hermana anoche o esta manana?

– No, inspector, no trate de entrar. No es probable que encuentren mis impresiones en el picaporte.

– Si, si, claro. Spencer, vaya a echar un vistazo. Ya sabe que buscar, ?no? -anadio en tono siniestro.

Spencer, que no tenia la menor idea, sonrio de oreja a oreja y se marcho. Como de pasada, el inspector pregunto:

– ?De manera que su hermana pensaba modificar su testamento?

Nigel miro rapidamente a Helen, que, sin embargo, respondio con absoluta tranquilidad.

– Eso me dijo la otra noche en la reunion. Pensaba ir a ver a su abogado hoy. Creo que en ese momento Nick

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