incluso el desdichado Clive, un joven almibarado de sombrero negro que parecia totalmente ajeno al retraso causado; y al poco rato el ensayo comenzaba.

A medio acto, una joven desconocida para Nigel se acerco a el y a Donald. Era Jean Whitelegge, y con su aparicion Nigel comprendio que esa era otra punta del ovillo que llevaba a Yseut, tanto mas enmaranado desde la llegada de Robert. De que la muchacha estaba enamorada de Donald no cabia duda: pequenas modulaciones de la voz, ademanes, todo lo hacia evidente hasta para el mas ciego. Nigel gimio por dentro; no podia imaginar que veia Jean en Donald, para el era tan insulso y tonto, y menos aun alcanzaba a imaginar que veia Donald en Yseut. Todo era muy complejo. Cortesmente, pregunto a la recien llegada si habia ido a ver el ensayo.

– No, hace varias semanas que trabajo aqui -respondio ella-. A veces, en las vacaciones, dejan que me ocupe de la guardarropia.

«?Aja, conque esas tenemos!», penso Nigel, que conocia bastante al teatro, y sabia que era ingrato como profesion. Jean, decidio, pertenecia a esa coleccion excesivamente numerosa de actrices aficionadas a quienes el menor contacto con la escena profesional emocionaba, y que desperdician la vida en trabajos inutiles vinculados con el teatro. Pero mientras trataba de esbozar una sonrisa de interes, Jean se volvio y comenzo a hablar con Donald en voz baja. A juzgar por lo que Nigel veia, el alud de reproches solo conseguia irritar a Donald. «Una vulgar comedia», penso Nigel, «el clasico argumento de un drama de la Restauracion», pero no la encontraba comica, sino por el contrario amarga, insipida, sordida y necia. Solo mucho despues comprenderia hasta que punto eran amargas esas rencillas, y se arrepentia de no haberles prestado mas atencion.

A las doce menos cuarto terminaron el acto. Y Nigel, que habia visto fascinado como la obra cobraba vida, pese a que los interpretes leian su parte y no obstante las frecuentes interrupciones para modificar un ademan o una inflexion, lamento sinceramente que Robert dijera:

– ?Bueno, muchachos, descanso para un cafe! ?Un cuarto de hora, nada mas!

– Sirven cafe en uno de los camerinos, si quiere -informo Jean a Nigel-. Y, por casualidad, ?no tendra un violoncelo?

– No, ?por Dios! -dijo Nigel, alarmado.

– Y aunque lo tuviera no me lo prestaria, lo se. Tengo que sacar un violoncelo de algun lado para la semana que viene -y diciendo eso, la joven desaparecio por la pasarela.

– Francamente -comento Donald-, esa chica es una pesada.

Algo en la voz de hombre de mundo que trato de improvisar el otro, en su sans facon, irrito sobre manera a Nigel.

– A mi me parecio muy simpatica -dijo secamente, y tambien trepo por la pasarela dispuesto a ver a Robert, que estaba en el escenario hablando con el escenografo y con Jane.

La compania se habia dispersado como por arte de magia, las mujeres en direccion al camerino donde aguardaban el cafe; los hombres, en su mayoria, rumbo al bar de enfrente, el Aston Arms, Robert saludo a Nigel con expresion ausente.

– Supongo que se habra aburrido de lo lindo -dijo.

– Todo lo contrario. Me fascino. Y en cuanto a la obra, la encuentro… -Nigel vacilo un momento, buscando el adjetivo- deliciosa, si se me permite una opinion.

– Me alegro de que le guste -Robert parecia sinceramente halagado-. Aunque desde luego esto no es mas que el esqueleto de la obra. Sin ademanes, sin apuntador. Sin embargo la compania ha resultado mucho mejor de lo que me atrevia a esperar. ?Ojala pueda conseguir que aprendan bien los parlamentos!

Nigel se sorprendio.

– ?Acaso hay probabilidades de que no los aprendan? -pregunto.

– Creo que uno o dos tienen la mala costumbre de quedarse atascados cinco o seis veces antes del estreno. Pero, en fin, ya veremos. ?Viene a tomar un cafe?

– Siempre que no se lo quite a otro.

– ?No, por Dios! ?Sabe donde queda el camerino? Si no, Jane puede acompanarlo. Ire dentro de un minuto. Es una lastima, pero no podemos perder mucho tiempo.

– ?Viene? -pregunto Jane, una muchacha delgada, atractiva, que no podia tener mucho mas de veinte anos.

– Si -respondio Nigel y, presa de subito remordimiento, se volvio hacia donde habia dejado a Donald, pero habia desaparecido.

Camino del camerino, Nigel miro alrededor con curiosidad: los enormes tableros de llaves de luz, los decorados amontonados contra las paredes, y la linea circular que marcaba el borde del escenario giratorio. En el dorso de los decorados, advirtio, habian garabateado figuras de animales, caricaturas de miembros de la compania y lineas de obras ya dadas: reliquias de exuberancia repentina de una entrada, o en un ensayo con trajes. Aun tratandose de una compania de repertorio, que cambia de cartel todas las semanas, la excitacion del estreno no decrece.

Salieron por una puerta lateral cuidadosamente provista de muelle, para que no se cerrara de golpe, y luego una corta escalinata los dejo frente al camerino buscado.

– ?Estaba cuando Yseut canto? -pregunto Jane.

– Si.

– ?Y le gusto?

– Mucho -respondio Nigel, sin faltar a la verdad.

– Estoy estudiando el mismo papel, y me horroriza pensar que puedo tener que reemplazarla. Honestamente, no se cantar una nota, pero Robert me lo pidio, asi que supongo que me cree capaz. Aunque de cualquier manera sera odioso tener que estudiar todo el papel si hay una posibilidad entre mil.

– Si, lo imagino -dijo Nigel, distraido; pensaba en Helen, que no habia aparecido en el primer acto. En seguida anadio-: Supongo que Helen Haskell aparece al comienzo del segundo acto, ?no?

– ?Quien, Helen? Si, querido. Probablemente esta ahi dentro ahora.

Nigel se sintio desconcertado. Todavia no habia tenido tiempo de habituarse a los vagos e indiscriminados terminos afectuosos que ruedan libremente por el ambiente teatral.

Entraron en el camerino. Estaba tolerablemente lleno, y la misma Jane se ocupo de darle una taza de cafe. Despues de presentarlo, la joven desaparecio bruscamente, dejandolo con sus propios recursos.

Ver que nadie parecia prestarle atencion hirio un poco su vanidad. Pero luego diviso a Helen sentada en un rincon, sola, hojeando una copia de Metromania, y decidio tomar al toro por las astas. Fue hacia ella y se sento a su lado.

– ?Hola! -saludo, no sin cierto titubeo.

– ?Hola! -respondio ella, obsequiandole con una sonrisa deslumbrante.

– Confio en no interrumpir, si es que esta estudiando su papel -prosiguio el, envalentonado.

La muchacha se echo a reir.

– No, ?por Dios!, a esta altura de la semana, no -dejo el libro en una silla vecina-. Hableme de usted. Creo que estuvo viendo el ensayo. Pobre, lo compadezco.

«?Vaya con la chica!», penso Nigel, «hace que me sienta como un chiquillo. Y ademas debo tener un aspecto lastimoso» (automaticamente alzo una mano para alisarse el pelo). «Si al menos no fuera tan atractiva, aunque a decir verdad, eso no molesta mucho…»

– Soy Nigel Blake -dijo, tratando de hablar con soltura.

– ?Ah, si, claro! Robert me hablo de usted, y tambien Gervase.

Nigel se puso serio de repente.

– No sabia que conociera a Fen -dijo, alarmado-. Y la aconsejo no tomar en cuenta lo que le conto de mi. Suele decir lo primero que le viene a la cabeza.

– Pues es una lastima. En general lo elogio bastante -la muchacha inclino la cabeza, haciendo un mohin delicioso-. Pero descuide, cuando lo conozca mejor podre juzgar por si misma.

Nigel sintio un jubilo ridiculo.

– ?Quiere que almorcemos juntos? -pregunto.

– Me encantaria, pero dudo que terminemos antes de las dos y media, y entonces sera tarde para almorzar, ?no le parece?

– Entonces podremos dejarlo para la noche.

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