refugio de la Defensa Civil.
?Por que preocuparse respecto a lo que era el bebe? Si las charlas a las que habia asistido tenian algo que ver con la realidad, en cuestion de pocas horas quiza no tuviera que preocuparse ya de nada. Y sin embargo…, hasta la idea de que Londres se viera reducida a escorias radiactivas no le consternaba tanto como el fenomeno del nino. Sabia que se daban torsiones espaciales y temporales en el nucleo incandescente de una bomba de hidrogeno. ?Que tipo de materia, sustancia o energia sufria una torsion en el cerebro de su hijo?
En el interior del triste edificio de ladrillo y hormigon reinaba un caos organizado. Los vigilantes se congregaban en el lugar como mariposas nocturnas en torno a una luz, aunque con el sentido del orden que meses de entrenamiento habian inculcado en ellos sin darse cuenta. El senor Culpeper encajaba bien en ese molde. Sin saber exactamente como, las recientes semanas de pesadilla habian desaparecido bajo el impacto del holocausto general. Experimento cierta verguenza al recordar la forma en que habia empunado el cuchillo. Una benevola asistenta cuidaba del nino en un rincon. A decir verdad, el bebe dormia con un sueno profundo.
En cuanto recibio las oportunas instrucciones y procedio a sus comprobaciones personales, el senor Culpeper dispuso de tiempo suficiente para volver a pensar en si mismo. En el tablero, brillaba la alarma amarilla, que, tal como habia expresado Alec, podia significar cualquier cosa. Mientras la miraba, parcialmente oscurecida su vision por el ladeado borde del casco, la senal luminosa paso al anaranjado. Se sobresalto.
Un hombre de cara rubicunda estaba hablando, sentado en una silla y bebiendo cerveza.
– …y eso significa que nos apoderaremos de su pequeno botin. Se lo aseguro, companero, esto es el fin del mundo. Esta misma noche.
– ?Vamos! Sabe usted muy bien que se echaran atras -objeto una palida muchacha, humedeciendose los labios.
– No. No lo haran. Nos pillaran en pleno centro de la bomba… Y nadie sabe lo que sucede alli.
Los ojos de la palida muchacha se abrieron desmesuradamente, suscitando en el senor Culpeper una momentanea simpatia. Ella y todos los demas tenian algo que les impulsaba a vivir, algo que les hacia resistirse a la muerte. Miro a su hijo. Quiza, solo quiza, el nino habia nacido con este designio. El pensamiento le descompuso. Era horrible, insoportable, pero no conseguia rechazarlo. Se aferraba obstinado a sus celulas cerebrales, con el impacto de una experiencia traumatica.
?Tal vez su hijo atraeria la bomba!
El sudor corrio por el rostro del senor Culpeper. Se puso en pie, muy rigido, se acerco a la afligida asistenta y miro con fijeza a su hijo. El sueno, profundo y sosegado, mantenia relajada la arrugada carita. Los extranos antojos aparecian difuminados, casi invisibles. Al senor Culpeper se le entrecorto el aliento cuando, de pronto, la cara del nino dormido reflejo una vivida imagen de su esposa. Ella habia sido tan maravillosa…
Pero antes de darle tiempo a analizar aquella reaccion tan sentimental, las manchas rosadas de la frente del chiquillo empezaron a brillar, adquiriendo una tonalidad carmesi y reflejando el resplandor de las luces del techo. Horrorizado, el senor Culpeper no apartaba la mirada de ellas. El bebe se estiro. Sus pequenos labios chasquearon al unirse, sus ojos se arrugaron conforme iba despertandose. Abrio la boca…
Y en aquel preciso instante, el senor Culpeper
Todas las lagrimas del mundo
Brian W. Aldiss
de Nebula, mayo de 1957
Quienes esten interesados en conocer una fascinante informacion sobre la vida de Brian Aldiss y los antecedentes de su literatura, deben consultar la coleccion de ensayos autobiograficos de importantes escritores, Hell's Cartographers, compilada por el propio Aldiss y Harry Harrison.
«Sigue pareciendome un relato logrado. Y lo considero asi, porque combina en pequena proporcion y buen equilibrio tres elementos que, tanto ahora como entonces, son caracteristicos de mis producciones: el satirico, el teorico y el personal».
Si fuera posible recoger todas las lagrimas que se han derramado a lo largo de la historia, no solo se obtendria una inmensa extension de agua, sino tambien la propia historia del mundo.
Tal reflexion se le ocurrio a J. Smithlao, el psicodinamico, mientras se encontraba en el sector 139 de Ing Land, observando el breve y tragico amor del salvaje y la hija de Charles Gunpat. Oculto detras de un haya, Smithlao vio al salvaje caminar cauteloso por la terraza. La hija de Gunpat, Ployploy, le aguardaba en el extremo opuesto.
Era el ultimo dia de verano del ultimo ano del siglo XLIV. El viento que hacia susurrar el vestido de Ployploy arrojaba las hojas secas contra la muchacha, suspirando como el destino en un bautizo, al tiempo que destrozaba hasta la ultima de las rosas. Mas tarde, el confuso dibujo formado por los petalos seria succionado de los caminos, y el cesped y el patio por el jardinero mecanico. En aquel instante, se arremolinaban en torno a los pies del salvaje, mientras este alargaba su mano, gravemente, para tocar a Ployploy.
Una lagrima chispeo en los ojos de la chica.
Oculto, fascinado, el psicodinamico Smithlao se fijo en la lagrima. Tal vez con la sola excepcion de un necio robot, Smithlao fue el unico en distinguirla, el unico en contemplar toda la escena. Y pese a ser una persona superficial e insensible, segun la forma de pensar de otras epocas, fue lo bastante humano para notar que alli, en la terraza cada vez mas gris, se representaba una pequena charada que suponia el fin de todo cuanto el hombre habia sido.
Despues de la lagrima, se produjo la explosion, naturalmente. Por un minuto, un nuevo viento se mezclo a los vientos de la tierra.
Smithlao se habia adentrado en las posesiones de Charles Gunpat por pura casualidad. Se le habia llamado con objeto de que llevase a cabo un trabajo rutinario para un psicodinamico; administrar un suplemento de odio al anciano. Curiosamente, mientras sobrevolaba el terreno en busca de un lugar para aterrizar tras abandonar la