Robert Silverberg. Y entre todos ellos, Silverberg figura como el mas fecundo.

Nacido en Brooklyn a principios de 1935, Silverberg tenia dieciocho anos cuando efectuo su presentacion profesional en una seccion de critica incluida en Science Fiction Adventures (diciembre de 1953). Al mes siguiente, vendio su primer relato a Nebula. Gorgon Planet (Planeta de Gorgonas) era una genuina aventura, desarrollada en un mundo de criaturas mitologicas. A partir de entonces, el numero de sus obras aumento de manera vertiginosa. Basta con examinar una relacion de sus obras para comprobar su increible produccion solo en la decada que nos ocupa.

Los principios profesionales de Silverberg ya han sido tratados en la introduccion a este volumen, aunque vale la pena hacer un alto para recordar los seudonimos de dicho autor, dos de ellos concretamente.

Su mas importante seudonimo individual en la ciencia ficcion fue Calvin Knox, nombre sugerido por Robert Lowndes, por ser de origen por entero protestante, ya que Judith Merril habia asegurado a Silverberg que no conseguiria publicar sus obras usando su apellido judio. De modo que Silverberg adopto dicho seudonimo. Sin embargo, al presentar sus relatos, los firmo como Calvin M. Knox. A Lowndes le complacio ver aceptada su sugerencia, pero, intrigado, pregunto posteriormente a Silverberg:

– ?Que significa esa M?

– Moises -replico el escritor-. No quise resignarme por completo.

Apocrifa o no, se trata de una buena anecdota. Existe otra relacionada con la firma Ivar Jorgensen (o Jorgenson, como aparecio algunas veces). Se vio por primera vez en el Fantastic Adventures de junio de 1951, al pie de la novela principal, Whom the Gods Would Slay (A quien matarian los dioses). A partir de entonces, fue utilizado con regularidad en las revistas de Ziff-Davis. En sus dias de activo aficionado a la ciencia ficcion, Silverberg admitio su gusto por los relatos de Jorgensen. Se llego a saber que Jorgensen no era sino uno mas entre los seudonimos domesticos inventados por Ziff-Davis, y nunca se ha aclarado de forma satisfactoria a que autores encubria, aunque Paul Fairman fue, sin lugar a dudas, el responsable de muchas de las narraciones. Inevitablemente, dada la pasmosa produccion de Silverberg, Fairman, por entonces director de Amazing, aplico el apellido Jorgensen a diversos relatos de Bob. Lo que condujo al absurdo de que Silverberg, admirador de Jorgensen en su adolescencia, acabara convirtiendose en el.

El siguiente relato se publico por primera vez con el seudonimo de Jorgensen, aunque, al ser reeditado por New Worlds en mayo de 1960, se atribuyo su paternidad a Robert Silverberg.

El planeta llevaba muerto un millon de anos. Esa fue la primera impresion que nos causo, mientras nuestra nave describia una orbita de descenso hacia su agostada superficie parda. Y nuestra primera impresion acabo siendo la correcta. En tiempos, habia existido alli una civilizacion, pero la Tierra habia circundado al Sol un millon de veces despues de expirar el ultimo ser vivo de ese mundo.

– Un planeta muerto -comento con amargura el coronel Mattern-. No hay nada que valga la pena ahi abajo. No seria ningun error dar media vuelta y marcharnos.

No nos sorprendio que Mattern pensara asi. Al fin y al cabo, presionandonos para que abandonaramos el planeta en el acto y nos trasladaramos a otro de mayor utilidad, servia a los intereses de sus jefes, es decir el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de America. Esos jefes esperaban que Mattern, junto con la mitad de su tripulacion, obtuviera resultados. Y por resultados entendian nuevas armas y fuentes de materiales estrategicos. No habian provisto el setenta por ciento del presupuesto del viaje solo para patrocinar el hallazgo de un monton de fruslerias arqueologicas.

Afortunadamente para nuestra mitad del equipo -la inutil mitad compuesta por los arqueologos-, Mattern no tenia la ultima palabra respecto a la dotacion. Quizas el Estado Mayor hubiera aportado el setenta por ciento de nuestro presupuesto, pero sus cautelosos responsables de las relaciones publicas habian considerado que nosotros teniamos al menos ciertos derechos.

El doctor Leopold, jefe de la parte no militar de la expedicion, dijo con brusquedad:

– Perdone, Mattern, pero habre de aplicar aqui la clausula limitativa.

– Pero… -empezo a farfullar Mattern.

– Nada de peros, Mattern. Hemos gastado un buen monton de dinero americano para llegar a este punto. Ya que estamos aqui, insisto en disponer del tiempo minimo asignado a la investigacion cientifica.

Mattern miro cenudo a la mesa, sosteniendose la mandibula entre los pulgares y hundiendo el resto de los dedos en la articulacion del maxilar inferior. Estaba fastidiado, pero era lo bastante listo para saber que no podia hacer gran cosa en contra de Leopold.

El resto de nosotros, cuatro arqueologos y siete militares -ellos nos sobrepasaban ligeramente en numero-, presenciabamos con ansiedad la pugna entre nuestros superiores. Mis ojos se desviaron. hacia la tronera. Contemple la arida llanura batida por el viento, marcada aqui y alli por los restos de los que, milenios antes, fueron tal vez inmensos monumentos.

– El planeta carece en absoluto de importancia estrategica -lamento el desolado Mattern-. ?Es tan viejo que hasta los vestigios de civilizacion se han convertido en polvo!

– No obstante, le recuerdo que se me garantizo el derecho a explorar cualquier mundo en el que aterrizaramos, por un periodo minimo de ciento sesenta y ocho horas -replico Leopold, sin darle tregua.

– ?Maldita sea! -estallo Mattern, incapaz de contenerse-. ?Por que? ?Solo por fastidiarme? ?Solo para demostrar la innata superioridad intelectual del cientifico sobre el militar?

– Mattern, no se trata de una cuestion personal.

– En ese caso, me gustaria saber de que se trata. Aqui estamos, en un mundo obviamente inutil para mi y tal vez tambien para usted. Y pese a ello, se aferra a un tecnicismo y me obliga a permanecer una semana aqui. ?Por que, a no ser para fastidiarme?

– Hasta ahora solo hemos efectuado un reconocimiento muy superficial. Por lo que sabemos, este lugar puede proporcionarnos la respuesta a numerosos interrogantes de la historia galactica. Incluso tal vez albergue un tesoro en superbombas, segun yo…

– ?Extremadamente probable! -exploto Mattern.

Su furiosa mirada recorrio la sala de conferencias, concentrandose con expresion malevola en todos y cada uno de los miembros cientificos del comite. Queria dejar bien claro que se le forzaba a una absurda perdida de tiempo por culpa de nuestro nebuloso deseo de «conocimiento».

Conocimiento inutil. No un excelente conocimiento practico, del tipo que el valoraba.

– Muy bien -dijo por fin-. He luchado y he perdido, Leopold. Tiene derecho a insistir en que permanezcamos aqui una semana. ?Pero sera muchisimo mejor que este preparado para despegar en cuanto expire el plazo!

No habia sorpresa alguna en todo aquello, por descontado. El programa de nuestra expedicion se mostraba muy explicito al respecto. Nos habian enviado a escudrinar una serie de planetas proximos al Borde Galactico, ya examinados apresuradamente por una mision de reconocimiento.

Los exploradores se habian limitado a buscar signos de vida, y al no encontrar ninguno (cosa logica), abandonaron la zona. Se nos encomendo entonces la tarea de proceder a una investigacion detallada. Algunos de los planetas del grupo estuvieron habitados en otro tiempo, informaron los exploradores. Ninguno albergaba vida en la actualidad. Ni en uno solo de los planetas que habiamos visitado descubrimos vida inteligente, aunque la tuvieron en el pasado.

Nuestra tarea consistia en revisar con toda diligencia los planetas designados. Leopold, jefe de nuestro grupo, debia efectuar una mera investigacion arqueologica sobre las civilizaciones muertas. Por su parte, Mattern y sus hombres tenian la mision, de valor practico mas inmediato, de buscar materiales fisionables, restos de armas extraterrestres, posibles fuentes de litio o tritio para fusion y otras cosas utiles desde el punto de vista belico. Quien objetase que, en un sentido pragmatico estricto, nuestro grupo suponia un peso muerto, transportado a elevado coste, estaria en lo cierto.

Pero en los ultimos siglos, la opinion publica americana se habia mostrado recelosa ante las expediciones exclusivamente militares. Y asi, para tranquilizar la conciencia nacional, se agregaron a la expedicion cinco arqueologos de escasa importancia empirica por lo que concernia a la seguridad nacional.

Nosotros.

Mattern dejo muy claro, ya en el momento de la partida, que sus muchachos eran

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