de arena, viento y lluvia. Pero nada mas habia sobrevivido de aquella civilizacion. Mattern habia acertado al burlarse, admiti con pesar. El planeta era tan inutil para nosotros como para ellos. Unos cimientos erosionados por la intemperie de poco nos servirian, a no ser para informarnos de que en otros tiempos existio alli una civilizacion. Un paleontologo con imaginacion reconstruye un dinosaurio a partir de un fragmento de femur, bosqueja un saurio presentable con solo un isquion fosilizado como guia. ?Podiamos nosotros extrapolar una cultura, un codigo de leyes, una tecnologia, una filosofia, a partir de unos simples cimientos desgastados por el tiempo?
No, casi seguro que no.
Abandonamos aquel sitio y excavamos a medio kilometro de distancia, esperando desenterrar un resto tangible de la desaparecida civilizacion. Pero el tiempo habia ejecutado bien su obra. Era una suerte haber encontrado los basamentos. Todo lo demas habia desaparecido.
–
Gerhardt alzo la cabeza desde la excavacion.
– ?Que? ?Que dices? -pregunto.
– Estoy citando a Shelley.
– ?Ah, ese!
Continuo cavando.
Aquella misma tarde, decidimos abandonar nuestro esfuerzo y volver a la base. Habiamos pasado en el desierto siete horas y no llevabamos nada que justificara nuestra ausencia, a no ser algunos metros de pelicula tridimensional en la que se veian los cimientos de los edificios.
El sol empezaba a ponerse. El cuarto planeta tenia un dia de treinta y cinco horas, que se aproximaba a su fin. El cielo, siempre sombrio, se oscurecia poco a poco. No habia ninguna luna silenciosa y brillante. El cuarto planeta no tenia satelites. El hecho parecia un poco injusto. Los planetas tres y cinco del sistema poseian cuatro lunas cada uno, y en torno al gigantesco mundo gaseoso que era el numero ocho, bullia un racimo de trece satelites.
Dimos media vuelta y regresamos, tomando otra ruta que se extendia cinco kilometros al este de la que seguimos a la ida. Por si localizabamos algo. Una esperanza mas bien desesperanzada, a decir verdad.
Habiamos recorrido diez kilometros, cuando la radio del vehiculo se puso en marcha.
– Llamando a los vehiculos dos y tres -se oyo la voz seca y quisquillosa del doctor Leopold-. Dos y tres, ?me oyen? Adelante, dos y tres.
Gerhardt iba al volante. Pase la mano sobre sus rodillas para conectar el canal de respuesta y dije:
– Anderson y Gerhardt en el numero tres, senor. Le recibimos bien.
Un momento despues, aunque mas debil, llego la senal del vehiculo numero tres a traves del canal triple.
– Marshall y Webster en el dos, doctor Leopold -oi a Marshall-. ?Algo va mal?
– He hecho un hallazgo -contesto Leopold.
–
El tono de la ultima pregunta de Marshall me indico que el semitractor numero tres no habia disfrutado de mejor fortuna que el nuestro.
– Entonces es usted el unico -anuncie.
– ?No han tenido suerte, Anderson?
– Ni pizca. Ni un miserable resto de ceramica.
– ?Y ustedes, Marshall?
– Igual. Restos dispersos de una ciudad, pero nada de valor arqueologico, senor.
Oi reir disimuladamente a Leopold.
– Bien, pues yo he encontrado algo. Es un poco pesado, no puedo manejarlo solo. Quiero que los dos equipos vengan aqui para echarle un vistazo.
– ?De que se trata, senor? -preguntamos Marshall y yo al mismo tiempo, casi con las mismas palabras.
Pero a Leopold le gustaba representar el papel de hombre misterioso.
– Ya lo veran cuando llegue. Anoten mis coordenadas y no pierdan tiempo. Estare de vuelta en la base antes de la noche.
Nos encogimos de hombros y cambiamos de ruta para dirigirnos hacia donde nos aguardaba Leopold. El doctor se hallaba al parecer a unos veintisiete kilometros de nosotros, hacia el sudoeste. Marshall y Webster debian recorrer un trayecto poco mas o menos de la misma longitud. Se encontraban exactamente al sudeste de la posicion de Leopold.
Al llegar a las coordenadas calculadas por el doctor, el cielo estaba ya bastante oscuro. Los faros delanteros del semitractor iluminaban el desierto en un trecho de kilometro y medio, y al principio no hubo senal alguna de que alli hubiera alguien o algo. Luego, divise el vehiculo de Leopold estacionado hacia el este, y Gerhardt me senalo las luces del tercer semitractor, que avanzaba hacia nosotros procedente del sur.
Llegamos hasta Leopold casi al mismo tiempo. No estaba solo. Le acompanaba un… objeto.
– Bienvenidos, caballeros -nos saludo. En su hirsuto rostro habia una sonrisa de satisfaccion-. Parece que he hecho un descubrimiento.
Se echo hacia atras y, como si corriera una cortina imaginaria, nos permitio atisbar su hallazgo. Arrugue la frente en un gesto de sorpresa y extraneza. De pie en la arena, detras del vehiculo de Leopold, habia algo que se asemejaba mucho a un robot.
Era alto, dos metros diez o incluso mas, y vagamente humanoide. Es decir, poseia unos brazos que le salian de los hombros, una cabeza sobre estos y piernas. La cabeza se hallaba provista de placas receptoras en los lugares que en un hombre ocuparian los ojos, las orejas y los labios. No presentaba otras aberturas. El cuerpo del robot era enorme y mas o menos cuadrado, con hombros oblicuos. Su oscura cubierta metalica mostraba las picaduras y la corrosion producto de la accion de los elementos a lo largo de incontables siglos.
Estaba enterrado en la arena hasta las rodillas. Leopold, todavia sonriendo con presuncion e increiblemente orgulloso de su descubrimiento, ordeno:
– Dinos algo, robot.
De los receptores bucales broto un sonido metalico, un rechinamiento de… ?De que? ?Engranajes? Y luego se escucho una voz, audible pese a ser extraordinariamente aguda, pronunciando palabras extranas, con un tipo de inflexion monotono y fluido. Senti que un escalofrio me recorria la espalda. La era de la explosion espacial se habia iniciado hacia trescientos anos. Y por primera vez, oidos humanos percibian los sonidos de una lengua no nacida en la Tierra.
– ?Entiende lo que se le dice? -pregunto Gerhardt.
– No lo creo -repuso Leopold-. No por ahora, al menos. Pero cuando me dirijo a el, empieza a farfullar. Pienso que es un tipo de… Bueno, un guia de las ruinas, digamos. Construido por los antiguos para facilitar informacion a los transeuntes. Solo que parece haber sobrevivido a los antiguos y sus monumentos.
Estudie el robot. Su aspecto era increiblemente viejo… y robusto. Tan solido que bien podia haber durado mas que cualquier otro vestigio de civilizacion de este planeta. Habia dejado de hablar y se limitaba a mirar hacia delante. De repente, giro pesadamente sobre su base, extendio un brazo para abarcar el panorama cercano y comenzo a hablar de nuevo.
Casi me atreveria a poner las palabras en su boca:… y
– Si pudieramos entender lo que esta diciendo… -exclamo Marshall.
– Supongo que habra algun medio de descifrar el lenguaje -opino Leopold-. En cualquier caso, me parece un hallazgo magnifico, ?a ustedes no? Y…
Me eche a reir. Leopold, ofendido, me lanzo una furiosa mirada.
– ?Se puede saber que le divierte tanto, doctor Anderson? -me pregunto.
– ?Ozymandias! -dije en cuanto logre calmarme un poco-. Lo mas logico… Ozymandias.
– Temo que no…