Hizo ademan de marcharse, pero se detuvo sorprendido ante la intensidad de la voz de Sammy.

– No solo mis caramelos. ?Todo!

– Oye, estas muy serio para una fiesta. ?Que te pasa?

– Freddy, ?alguna vez has dejado de apretar tus botones?

El rostro de Freddy perdio su sonrisa habitual.

– ?Como? -se extrano-. Repite eso. Creo que no te he comprendido bien. ?A que botones te refieres?

– Escucha, Freddy, hablo en serio. Esta semana, en el trabajo, no aprete un solo boton. Ni uno. Y los frenos siguieron llegando y fueron ensamblados como siempre. ?Quien lo hizo, si no fui yo?

Fredy recobro su cordialidad y dijo:

– Muy bien. ?Quien fue?

– No, Freddy, no bromeo. ?Dejaste de hacerlo alguna vez? ?Que sucedio?

– Si, he cometido errores. A todo el mundo le pasa de vez en cuando. Ya sabes que el jefe permanece siempre alli, vigilando. ?No te ha pescado nunca?

– Claro que si. Pero en esas ocasiones yo habria jurado muy gustoso que habia cumplido mi trabajo. Toda esta semana, en cambio, no hice nada. Mantuve las manos sobre el tablero, pero no aprete los botones. ?No comprendes? No holgazaneaba, asi que nadie dijo o noto nada. ?A quien se le ocurriria que alguien no iba a apretar los botones?

Pero Freddy se alejaba ya de el con una sonrisa de condescendencia, que venia a significar algo asi como «Has bebido demasiado, pero eso no excusa un mal chiste». Sammy habia oido tantas veces esas mismas palabras de labios de Freddy… Nunca se las habia dirigido a el. Tampoco en esta ocasion. Sin embargo, resonaban en su mente.

Irritado, arrastro los pies hacia la puerta. Muy bien, ya se lo habia confesado a alguien. ?Y ahora, que? Nada. ?Y si se lo dijera al mundo entero? Nada, igualmente. Se encontro caminando por la calle antes de advertir que otra persona le seguia a pocos pasos de distancia. Se volvio cenudo, esperando ver a un pensativo Freddy a punto de pedirle mas explicaciones. Era Miriam.

– ?Puedo ir yo tambien? -pregunto la mujer en tono melancolico.

La capa y la capucha le daban un aspecto muy joven y su sonrisa demostraba que no se sentia segura de ser bien acogida.

– Voy al Remiendo -anuncio Sammy.

– Lo se. Te oi decirselo a Sally. Me encanta ir a ese sitio. Voy todas las semanas.

– Si quieres…

No volvio a mirarla mientras se encaminaban hacia la linea de circunvalacion, es decir las arterias y venas de la ciudad, que la servian y dominaban su ritmo. Sin el cinturon, la ciudad acabaria en ruinas, al no poder sus trabajadores trasladarse de un extremo a otro, llegar a las tiendas, hospitales y fabricas. ?Cuantos millones de personas?, se pregunto. ?Treinta, cuarenta? Habian dejado de publicar los datos. Quiza fueran cincuenta, incluso setenta millones. Nadie lo sabia ni se preocupaba por saberlo.

Siempre habia una mayoria trabajando, o durmiendo, de manera que las personas computadas en un momento dado representaban en todos los casos una minoria de la poblacion. Trabajaban en jornada continua para elaborar los productos consumidos a diario. Resultaba indispensable; o trabajaban todos, o miles de personas moririan de hambre. Al menos, asi lo habia pensado siempre, como le habian ensenado desde la infancia. Todos debian prestar sus servicios con diligencia para vivir. Habia creido en eso con toda su alma. Y ahora habia descubierto la verdad. Todos debian creer que trabajaban, todos debian mantenerse ocupados o borrachos, de modo que unos cuantos viviesen realmente. Por lo que a el y a su clase concernia, bebian licor de contrabando y miraban con fijeza absurdos botones que daba lo mismo apretar o no.

Sammy y Miriam abordaron el cinturon, todavia en silencio, y lo abandonaron en la estacion exterior para tomar el proyectil. El vehiculo, propulsado por cohetes y en forma de lagrima, les llevo a una segunda estacion, en la que Sammy aparcaba su triciclo. Solo al ponerse ante los mandos hablo a la muchacha sentada a su lado.

– ?Por que has querido venir?

Su voz sono tan aspera como lo habria sido dirigiendose a Sally. Y Sammy advirtio el detalle.

– No lo se. Me gustas, por alguna razon desconocida para mi. Quiza por estar tan absorto en tus pensamientos, no hayas tenido ocasion de advertir cuan a menudo me he entregado a ti. -Miriam hablo con suma sencillez, con tanta naturalidad que Sammy se quedo mirandola-. Es cierto, te estoy diciendo la verdad.

– ?Por que te gusto? Voy haciendome viejo. No tengo nada que ofrecer a una chica como tu.

– ?Hablas de dinero? Nadie tiene dinero, ya lo sabes. Antes de casarse, ningun hombre consigue ahorrar. Y despues, necesita todo cuanto gana para mantener a su familia y a la familia de su familia. Lo se muy bien… Tu eres distinto. Te gusta el Remiendo por lo que sea, igual que a mi.

Miriam bajo la cabeza y Sammy dejo de ver la cara de la muchacha, oculta por la capucha de su capa.

El numero de viviendas termino por menguar y aparecieron los extensos campos de cultivo. Todo calculado a conciencia, penso Sammy. La ciudad, atestada al maximo, con sus casas y bloques de edificios; el terreno escrupulosamente asignado a las zonas recreativas, sin desperdiciar un solo centimetro cuadrado; y los campos, donde pastaba el ganado y crecia el trigo, el maiz y las hortalizas. De nuevo, ni un solo centimetro cuadrado desaprovechado. Y por ultimo, el Remiendo. Mas alla del Remiendo, la misma disposicion, pero en orden inverso, empezando con los campos de cultivo y terminando con la siguiente ciudad. solo el Remiendo permanecia invariable. Sammy habia oido decir que en algunos lugares abarcaba ochenta kilometros, tal vez mas, aunque el de su ciudad no llegaba a los diez. Desconocia sus dimensiones exactas, puesto que cada Remiendo estaba conectado con otros, formando el trasfondo general de las ciudades. El conjunto habia sido comparado con una colcha o manta de patchwork, formada por multiples retales. De ahi habia surgido la denominacion «remiendo» para cada una de sus partes.

Primitivo, tosco y peligroso. La guarida de las pandillas de adolescentes que despreciaban las diversiones planeadas por el gobierno. El campo de prueba para las bandas, que se formaban y dispersaban, conforme sus miembros iban madurando, empezaban a trabajar y creaban una familia. El rincon de los enamorados, el punto de cita de los contrabandistas, el callejon de los asesinatos. Todo eso era el Remiendo…

La naturaleza lo dominaba. Enredaderas y arbustos se disputaban la posesion del terreno, y los arboles batallaban en silencio por el sol y el aire. Aqui y alla, corrientes contaminadas se deslizaban lentas o atronadoras en su desesperada carrera hacia el mar, tan exentas de vida como el resto. De vez en cuando, Sammy cerraba los ojos y trataba de imaginar como seria un Remiendo con animales salvajes rugiendo y peces dando vida a los arroyos, pero siempre fracasaba en su intento de evocar tal imagen. En su imaginacion, se pintaban solo las calvas cabezas de los miembros de las bandas, ocultos entre los arboles, calculando sus meritos con vistas a un atraco. Hasta la fecha, no le habian molestado.

Condujo con seguridad, confiado, a lo largo de aquella carretera oscura, descuidada y sembrada de baches que serpeaba entre la jungla de verdor. Miriam siguio sentada en silencio a su lado, inmovil y aguardando.

– A veces voy a una colina -dijo Sammy de repente, y le gusto que el sonido de su voz quebrara el ensueno de su acompanante-. A contemplar las estrellas.

A eso se reducia todo. Algo estupido y futil en apariencia, ver las estrellas significaba mucho para el. Al menos, se trataba de algo que el hombre no habia corrompido aun.

– Comprendo -asintio Miriam, sabiendo a que se referia.

– Todo esto habra desaparecido cuando mis hijos dejen de ser ninos.

Todos los anos, el Remiendo cedia involuntariamente terreno ante las incansables maquinas del hombre, que arrancaban los arboles, poniendo al descubierto los estratos de historia acumulados; monstruos que de un solo mordisco despejaban una zona del tamano de un bloque de edificios. Los terrenos de cultivo avanzaban, y la ciudad se hinchaba, convirtiendo otros campos en hileras de hogares de plastico o imponentes rascacielos, con calles meticulosamente planeadas que, desde las nuevas construcciones, convergian con las de otros edificios, siguiendo el plan maestro que solo respetaba la ciudad.

– Si, todo habra desaparecido -replico Miriam, apenas sin entonacion. Y un poco mas animada, anadio-: Pero hay otros Remiendos, al oeste, mucho mas grandes que este. Y no desapareceran.

– Te equivocas, todo es cuestion de tiempo. ?Y como evitarlo?

Con brusquedad, abrio la portezuela y salio al exterior. No ayudo a Miriam a apearse, ni tampoco se volvio para comprobar si le seguia.

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