– Ahora tal vez pueda confiar un poco en usted, senor Denis -dijo con suavidad, como para no romper el equilibrio.

– ?Por que? No he cambiado.

– Si que ha cambiado. Un poco. Lo suficiente para inspirarme alguna confianza.

– Eso no basta. Has de confiar en mi por entero.

– Confio en usted solo en la medida en que ha cambiado -dijo, al tiempo que agitaba la cabeza-. Del todo, todavia no. Pero me convencera en cuanto vuelva a conectar la electricidad. ?Nunca ha visto a un hombre colgado del extremo de un alambre cargado? No puede soltarse. Asi ha estado usted durante algunos minutos. Tal vez la conecto unicamente para impresionarme. Sin embargo, una vez conectada…, ya lo ha conseguido. Lo se muy bien. Yo vivo siempre con la electricidad conectada.

– Suena como un infierno.

– Infierno y cielo a la vez. Un cortocircuito, en verdad, porque vivo con las dos fases. En cuanto a lo de ponerme en sus manos y firmar esos papeles… Eso llevara su tiempo.

– ?Cuanto?

– No lo comprende, senor Denis. Depende de usted. En cuanto este dispuesto a confiar en mi.

Medite un largo rato sobre ello. Maro tenia razon. Algo tan sencillo, tan logico, tan aterrador… el ya estaba listo. Era yo el que debia cambiar. Confiaria en mi tan pronto como yo confiara en el. Lo correcto, desde su punto de vista.

– No se si llegare a hacer lo que me pides, Maro. Me gustaria, pero no me creo capaz. Jamas he sido una persona confiada. ?Sabes que deje de confesarme a los trece anos? Trataron de convencerme de que los curas jamas revelaban lo que oian. Por desgracia, mi padre solia hacer grandes donaciones a la parroquia. ?Y sabes una cosa? Sigo creyendo que celebraba reuniones semanales con el padre Moran para hablar de mis confesiones. Desde luego, pudo haber descubierto aquel libro bajo mi colchon sin que se lo dijera el padre Moran, pero no logro meterme en la cabeza la idea de poner toda mi confianza en un sacerdote… Imposible, Maro. No se trata solo de ti, sino de todo el mundo en general. Pertenezco a ese tipo de individuos que siempre se asegura de que conserva la cartera en su lugar cuando tropieza con alguien, sea quien sea. La semana pasada estuve hablando con un juez al que conozco. Me rozo al salir de la sala, y antes de darme cuenta, ya me habia llevado la mano al bolsillo. El no lo advirtio, pero eso no alivio mi verguenza. ?Como se te ocurre pedirme que confie en ti ciegamente?

Maro sonrio y se encogio de hombros.

– Uno de nosotros habra de ceder primero, y usted es el interesado en este asunto. Me necesita mas que yo a usted, y estoy seguro de que no se debe solo al dinero. De modo que tendra que empezar primero por confiar. No hay otra solucion.

Me quede sentado, mirandole mientras examinaba mi piso.

– ?Vaya lugar! Debe de costarle una fortuna. -Olisqueo y ladeo la cabeza para escuchar-. No hay mujeres aqui, ?eh? Tampoco se ha casado.

– Estuve a punto -explique con un susurro- Hace veinte anos, cuando yo tenia veintitres. Rompimos nuestras relaciones una semana antes de la boda.

– ?Penso que andaba buscando su dinero?

– No. Contaba con el suyo propio. Y en abundancia. Procedia una antigua y acaudalada familia de Connecticut… Me negaba a creer que me queria. En mi interior, estaba seguro de que se veia con otros hombres. Nos separamos cuando ella descubrio que la espiaba. Aunque bien pudiera ser que… No, no nos hubiera ido bien. Supongo que he nacido para soltero.

Permanecio inmovil y me estudio durante largo rato.

– Bueno, senor Denis -dijo por fin-, lamento todo eso. En lo que a mi respecta, lo que he dicho sigue siendo valido. Creo que ya es hora de que, por una vez en su vida, confie en alguien. Y ese alguien puedo ser yo.

Amanecia cuando se marcho. Sentado, contemple las paredes durante mucho tiempo. Cuanto mas pensaba en ello, mas despreciable me consideraba. ?Como iba a confiar por completo en un tipo asi? ?Yo? Me parecia una locura tan enorme que hube de tomarme tres Bourbon antes de decirme ante el espejo:

– Debes demostrarle que confias en el. Debes confiar realmente en el. Debes poner tu vida en sus manos.

Eso exigio otro trago, y otro mas, hasta que el espejo empezo a contestarme…

Los suenos que me asaltaron entonces fueron confusos. Variaciones sobre el tema de poner mi vida en manos de Maro retrocediendo siempre ante la autentica prueba. Por fin, cuando prendieron fuego al medio millon de dolares, encontre el valor necesario. Le entregue un machete y apoye la cabeza en el tajo. Y el canalla la corto. Solo que su rostro cambio al final de la pesadilla. No era el de Maro, sino el de mi padre.

Una vivida sesion. Desperte a mediodia con resaca y la cabeza dandome vueltas. Me sente en el borde de la cama y permaneci asi un buen rato, compadeciendome y maldiciendome por mi incapacidad de confiar en la gente. Sin embargo, eso no me llevaba a ninguna parte. Tenia que confiar en Maro y, si queria ser aun lo bastante joven para disfrutar del dinero, actuar muy de prisa.

El primer paso en el proceso de la confianza, decidi, consistia en conocerle en la medida de lo posible. Los nombres de las tres personas mas intimas para el se me aparecieron con toda claridad: el doctor Landmeer, el reverendo Tyler y una chica llamada Delia.

Mediante uno de mis contactos en la Clinica Municipal de Salud Mental, supe que el doctor Landmeer habia acortado en seis horas semanales su consulta privada para dedicarlas a tres casos asignados por la institucion. Me entere asimismo de su aficion favorita: la investigacion en psicoterapia de la adolescencia.

A fin de que me hablara con entera libertad, pedi a mi amigo de la clinica que me presentara primero a los directores, como abogado de una de las grandes fundaciones filantropicas manejadas por la firma Denis y Denis, abogados en ejercicio. Nuestro cliente, insinue, consideraba la posibilidad de otorgar donaciones sustanciosas para proyectos de investigacion que valieran la pena.

Se acordo que yo veria al doctor Landmeer al dia siguiente. El doctor me recordo bastante a uno de los analistas a los que me habia enviado mi padre en mi ninez. Bajito y rechoncho, usaba gafas de gruesos cristales, que distorsionaban sus ojos castanos convirtiendolos en volutas semejantes a los nudos de una tabla de madera de pino. Con gran entusiasmo, me invito a pasar a su sala de consulta.

– El senor Williams, nuestro director -dijo-, me ha informado de que se interesa usted por la psicoterapia de la adolescencia, senor Denis.

– Tengo entendido que se trata de un importante campo de la investigacion psiquiatrica. Me gustaria saber algo sobre el trabajo que realizan aqui hombres como usted.

Se acomodo en su sillon de piel y encendio una enorme pipa de espuma de mar.

– Siempre me parecio que se descuidaban demasiado las tecnicas de trabajo sobre la adolescencia -expuso-. Al contrario, se necesita estudiar a fondo ese periodo comprendido entre la infancia y la edad adulta. Valoro su importancia porque padeci muchos de los problemas que padecen ahora esos chicos. Y a no ser por la ayuda de un hombre que se preocupo mucho por mi, yo… Bien, dejemos eso. Baste decir que me siento muy cerca de esos crios, abrumados por el miedo y la falta de carino. No hay razon que justifique el fantastico numero anual de jovenes incapacitados o destruidos mentalmente. Un verdadero crimen.

– Precisamente por eso estoy aqui… Bien, ?podria explicarme algo sobre los casos que le han sido encomendados por la clinica? Sin mencionar nombres, por descontado. Hableme solo de sus problemas y de sus progresos.

Me describio en detalle sus tres casos. Simule interesarme en el joven violinista cuyas manos habian quedado paralizadas poco despues de que su padre abandonara a su madre y formule atrevidas preguntas sobre la brillante jovencita que, a los dieciseis anos, adquirio la impulsion de desnudarse en publico. Por fin, el doctor llego al joven negro que padecia mania persecutoria.

– Un muchacho muy inteligente -dijo-, pero trastornado. Cree que todo el mundo le miente. La primera vez que vino a verme simulo todos los rasgos de conducta y la forma de hablar que las personas con prejuicios raciales asocian a los negros: enunciacion muy lenta, andar pesado, torpeza…

Asenti, recordando el dia en que vi a Maro en la calle.

– Ahora, por descontado, abandona esa pose cuando se encuentra conmigo -prosiguio el doctor-. El estereotipo negro constituye su coraza cuando trata con los blancos. ?Sabe una cosa? Es inteligente, y lo bastante sensible para saber que la mayoria de la gente espera que se comporte asi, de modo que los engana con

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