agradecer que os tomeis la molestia de ayudarnos con los problemas que nos han surgido. -Callo un instante y dijo a continuacion-: ?La fiesta de Justo? Conozco a muchos grandes hombres de la Iglesia llamados asi, pero no recuerdo a ningun Justo de esta region.

– Lo mataron de nino -explico el padre Pol-. Sucedio durante las persecuciones del emperador Diocleciano. Cuentan que lo asesinaron por esconder a otros dos cristianos de los soldados romanos.

El padre Pol se levanto pausadamente y Murchad y Fidelma siguieron su ejemplo, asi como Gurvan, que no habia tomado parte en la conversacion.

– Imagino que querreis cargar agua fresca, pan y demas provisiones.

El capitan afirmo que tal era su intencion:

– Gurvan se encargara de todo, padre; yo ire a buscar a los pasajeros para que desembarquen y puedan estirar las piernas.

– La misa de Justo empezara al anochecer y despues celebraremos un festejo.

Se despidieron del sacerdote y regresaron al muelle con un paseo. Murchad veia con incertidumbre la idea de retener a Cian y Toca Nia a bordo hasta el regreso a Ardmore, pero finalmente dijo a su pesar que parecia la unica alternativa en aquellas circunstancias.

– Creo que habeis tomado la decision acertada, Murchad -le dijo Fidelma con afecto-. Lo que mas preocupa es el asunto de sor Muirgel: jamas me habia encontrado con un problema de naturaleza semejante, pues no veo ni una sombra siquiera del camino que debo seguir para resolverlo.

CAPITULO XVIII

Fidelma se desperto de subito, con el corazon desbocado. Era de noche y no sabia que la habia sobresaltado. Se sentia agotada: habia sido un dia largo. Todos los tripulantes y pasajeros habian desembarcado, salvo Cian y Toca Nia, a los que habian confinado en sus camarotes bajo vigilancia. Los marinos naufragados habian bajado a tierra, y los tripulantes habian asistido a la misa y al festejo de Justo. Hacia la medianoche todos habian regresado a bordo; nadie se quedo a dormir en Lampaul, ya que Murchad habia anunciado que aprovecharian la marea matutina para arronzar, habiendo cargado ya todas las provisiones. Segun le habia dicho a Fidelma, cuanto antes llegaran al reino de los suevos, antes podria llevar de vuelta a Ardmore al par de pasajeros conflictivos.

Tumbada en la cama pensando en que la habia despertado, Fidelma oyo un ruido extrano, como si alguien escarbara bajo las tablas del suelo de su camarote. Se incorporo en el camastro con cara de pocos amigos, cuando recordo lo que Wenbrit le habia dicho. Ratas y ratones habitaban las partes bajas de la embarcacion.

Extendio el brazo hacia la masa de pelo calida y pesada del felino que dormia a sus pies, y la acaricio.

– Vamos, senor de los ratones -le susurro-. ?No te parece que descuidas tus obligaciones?

El gato se rebullo primero, luego se desenrosco y a continuacion se estiro, alargando el cuerpo en toda su extension. Siempre le habia sorprendido la capacidad que los gatos tenian para estirarse. A continuacion, Luchtighern emitio un ruidito, que mas parecia una piada que un maullido; salto al suelo, cruzo el cuarto con paso decidido y se escabullo por la ventana.

La escarbadura ceso al poco rato; un leve escalofrio recorrio el cuerpo de Fidelma al pensar en las ratas que habria entre la oscuridad de abajo. Se paro a escuchar, pero ya no oia nada. Quiza se habrian marchado ya. El senor de los ratones desempenaba su tarea nocturna con eficiencia ejemplar.

Bostezando, volvio a reclinarse contra la almohada y volvio a conciliar el sueno. Le parecio que apenas habia pasado un momento cuando Gurvan la sacudia para despertarla. El oficial de cubierta estaba claramente preocupado.

– Por favor, acompanadme al camarote de al lado, senora -la apremio apenas en un susurro.

Fidelma salto de la litera y se echo el habito sobre los hombros. La expresion de Gurvan le basto para no perder el tiempo en preguntas superfluas. Recordo que habian confinado a Toca Nia en el camarote de Gurvan.

Gurvan la aguardaba en el pasillo, sujetando abierta la puerta de su camarote. En el pequeno habitaculo habia un farol encendido, pues aun no amanecia. Fidelma se asomo.

Toca Nia estaba tumbado boca arriba con los ojos muy abiertos y el pecho ensangrentado.

– Diria que lo han apunalado varias veces alrededor del corazon -murmuro Gurvan a sus espaldas, como si hubiera que explicar la escena.

Fidelma se quedo inmovil unos instantes para que la impresion inicial se desvaneciera.

– ?Habeis puesto a Murchad al corriente? -pregunto luego.

– Ya he dicho que lo avisen -respondio Gurvan-. Cuidado, senora, que hay mucha sangre en el suelo.

Miro abajo: la sangre de las arterias cercenadas se habia derramado por todo el suelo. Alguien habia pasado por encima, presumiblemente Gurvan, aunque otra posibilidad acudio a su mente.

– No os movais -le pidio.

Y se desplazo hasta la puerta; desde alli siguio con la vista las manchas pegadizas del suelo. No habia huellas definidas, ya que Gurvan habria pasado por encima de las primeras, que solo podian ser del asesino. Las huellas llegaban hasta la puerta de su camarote y alli se detenian. Aquello confundio a Fidelma. Esperaba que hubieran seguido por la salida a la cubierta superior. Se dirigio hacia su camarote y abrio la puerta. Unas marcas mas claras indicaban la parte de suelo que habia pisado Gurvan al entrar. La unica explicacion al misterio era que, al reparar en las manchas que iba dejando, el asesino se habia limpiado las suelas antes de seguir caminando.

Un sexto sentido la hizo ir a mirar en el bolso donde habia guardado el cuchillo que Crella le habia dado. Habia desaparecido.

– Mas vale que envieis a alguien al camarote de Cian cuanto antes -sugirio a Gurvan, pensando que parecia lo mas acertado dadas las circunstancias.

Justo entonces Murchad aparecio en el pasillo; el desasosiego envolvia su semblante. Habia entreoido la indicacion de Fidelma.

– Ya he mandado llamar a Cian, senora. Cuando lo he sabido, he supuesto que querriais verle. Sin embargo, ya no esta a bordo.

– ?Que?

Fidelma nunca habria pensado que Cian pudiera ser capaz de cometer semejante estupidez. Se dio cuenta entonces de que en realidad no sabia que pasaba por lo mas profundo de la mente de Cian, del mismo modo que jamas habia comprendido su forma de pensar.

– Drogan ha bajado a su camarote. El hombre que estaba de guardia dormia. Bairne, que comparte camarote con el, dice que no le ha oido salir. Creo que no podemos culpar a mis hombres. No estamos acostumbrados a custodiar prisioneros.

A Fidelma no le interesaban las excusas.

– Tenemos que volver a registrar el barco -indico con decision-. ?Podeis hacerlo ahora mismo, Gurvan?

El oficial de cubierta salio disparado.

– Creo que salta a la vista lo que ha pasado -murmuro Murchad contemplando el

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