tabernas y agoras y banquetes de borrachos, desea volver a su casa y pasear bajo los arboles que planto su abuelo. Puede que yo no sea un esenio de corazon, pero soy un hombre.

– Lo se.

– No lo sabes.

– Desearia poder darte lo que necesitas. -?Como si tu supieras que necesito!

– Mi hombro -dije-. Mis brazos alrededor de tu cuerpo. -Me encogi de hombros-. Un poco de carino, nada mas. Desearia poder dartelo ahora.

Se quedo boquiabierto. Las palabras hervian en su interior, pero ninguna salio de su boca. Se volvio a un lado y otro, y luego me dio la espalda.

– Pues sera mejor que no lo intentes -murmuro, y me miro de arriba abajo con ojos como rendijas-. Nos lapidarian a los dos si hicieras eso, como lapidaron a esos chicos.

Se alejo hacia el extremo del patio.

– En un invierno como este -dije-, es muy probable que lo hicieran.

– Eres un simplon y un bobo -replico en un susurro surgido de las sombras.

– Conoces las Escrituras mejor que tu tio, ?verdad? -Lo mire, una silueta gris contra la celosia. Chispas de luz en sus ojos. -?Que tiene que ver contigo y conmigo y con esto? -pregunto.

– Piensalo. «Sed amables con los extranjeros que vienen a vuestra tierra, porque una vez fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto. -Me encogi de hombros-. Y ya sabeis lo que significa ser extranjero…» De modo que dime, ?como hemos de tratar al extranjero que hay dentro de nosotros mismos?

La puerta de la casa se abrio y Jason se encogio un poco mas contra la celosia, sobresaltado e inquieto.

Era Santiago. -?Que te pasa esta noche? -pregunto a Jason-. ?Por que andas rondando, con tu tunica de lino? ?Que te pasa? Pareces haber perdido la razon.

Mi corazon se encogio.

Jason resoplo con desden.

– Bueno, eso no puede arreglarlo un carpintero -dijo-. Seguro que no.

Y se marcho colina arriba.

Santiago dejo escapar un suave bufido. -?Por que lo aguantas, por que le dejas entrar en este patio y comportarse como si estuviera en la plaza del mercado?

Volvi a mi trabajo.

– Le aprecias mucho mas de lo que das a entender -observe.

– Quiero hablar contigo -dijo Santiago.

– Ahora no, si me disculpas. Tengo que marcar estas lineas. Dije a los otros que lo haria. Les mande a casa.

– Ya se lo que has hecho. ?Te piensas que eres el cabeza de familia?

– No, Santiago, no lo creo. -Continue con mi trabajo.

– He decidido hablar contigo ahora mismo -dijo-. Ahora, cuando las mujeres estan calladas y no hay ninos por medio. He venido aqui para hablar contigo, y unicamente por esa razon.

Se paseo de un lado a otro, frente a los tablones. Yo los coloque todos en fila. En linea recta.

– Santiago, el pueblo duerme. Yo casi estoy dormido. Quiero irme a la cama.

Trace la linea siguiente, tan cuidadosamente como pude. Bastante bien.

Coloque el ultimo tablon. Me detuve un momento para frotarme las manos. No me habia dado cuenta pero mis dedos estaban rigidos de frio.

– Yeshua -dijo Santiago en voz baja-, ha llegado el momento y no puedes seguir retrasandolo. Has de casarte. Ya no hay ninguna razon para que sigas dando largas al asunto.

Lo mire.

– No te entiendo, Santiago. -?No me entiendes? Ademas, ?donde esta escrito en las profecias que no has de casarte? -Su voz era dura. Hablaba con una lentitud no habitual en el -. ?Quien ha declarado que no puedes tomar esposa?

Baje la vista de nuevo, cuidando de moverme muy despacio para no hacerle sentir de una forma mas cruda mi desafio.

Acabe de trazar la ultima linea. Levante la vista de los tablones. Muy despacio, me puse en pie. Sentia un dolor intenso en las rodillas, y me incline para frotarme primero la izquierda y despues la derecha.

El seguia de brazos cruzados, presa de una colera fria muy distinta de los arrebatos ardientes de Jason, pero que, a su propia manera, era incluso mas furiosa. Evite su mirada lo mejor que supe.

– Santiago, nunca me casare -dije-. Es hora de que acabemos con esta historia. Hora de que pongamos el punto final definitivo. Es algo que te preocupa a ti… y solamente a ti.

Alargo su mano como hacia a menudo y apreto mi brazo con la fuerza suficiente para que me doliera, y no la retiro.

– No me preocupa a mi solo -dijo-. Estas llevando mi paciencia al limite, eso es lo que haces.

– No lo hago a proposito. Estoy cansado. -?Tu estas cansado? ?Tu? -Sus mejillas enrojecieron. La luz de la linterna subrayo las sombras de sus ojos-. Los hombres y las mujeres de esta casa estan todos de acuerdo. Todos dicen que es hora de que te cases, y yo digo que vas a hacerlo.

– Tu padre no -respondi-. No me digas que tu padre ha dicho eso. Y tampoco mi madre, porque se que no lo haria. Y si los demas estan de acuerdo, es porque tu les has convencido. Y si, estoy cansado, Santiago, y quiero irme ya. Estoy muy cansado.

Me solte de su presa tan despacio como pude, recogi la linterna y me dirigi al establo. Todo estaba en orden alli, los animales alimentados, el suelo barrido y limpio. Cada arnes colgaba de su gancho. El ambiente estaba caldeado gracias a los animales. Me senti a gusto y me entretuve unos momentos para disfrutar de aquel calor.

Volvi al patio. Santiago habia apagado la otra linterna y esperaba impaciente en la oscuridad. Luego entro detras de mi en la casa.

La familia ya se habia acostado. Solo quedaba Jose junto al brasero, dormitando. Asi, medio dormido, su rostro se veia terso y joven. Me gustan los rostros de los viejos; me gusta su pureza cerea, la forma en que la carne se adhiere a los huesos, las orbitas de los ojos marcadas detras de los parpados.

Me deje caer junto a las brasas y empece a calentarme las manos, y en ese momento aparecio mi madre y se quedo de pie junto a Santiago.

– Tu tambien, no, madre -dije.

Santiago daba vueltas como antes habia hecho Jason.

– Terco, orgulloso -dijo, entre dientes.

– No, hijo mio -dijo mi madre-. Pero hay algo que debes saber ahora.

– Dimelo entonces, madre -dije. El calor era una delicia para mis dedos agarrotados. Me gustaba el brillo del rescoldo debajo de la espesa capa de ceniza de los carbones.

– Santiago, dejanos solos, ?quieres? -le pidio mi madre.

El dudo, y luego inclino la cabeza con respeto, casi en una reverencia, y salio. Solo con mi madre era asi, irreprochablemente atento. A su mujer la sacaba con frecuencia de sus casillas.

Mi madre se sento.

– Es una cosa extrana -dijo-. Ya conoces a nuestra Abigail, y bueno, sabes que este pueblo es lo que es, y que hay parientes que vienen a pedir su mano desde Seforis, incluso desde Jerusalen.

No dije nada. Senti de pronto un dolor lacerante. Intente localizar ese dolor.

Estaba en mi pecho, en mi vientre, detras de mis ojos. Estaba en mi corazon.

– Yeshua -susurro mi madre-. La chica ha venido en persona a preguntar por ti.

Dolor.

– Es demasiado modesta para venir a hablar conmigo -susurro mi madre -. Ha hablado con la vieja Bruria, con Esther y con Salome. Yeshua, creo que su padre diria que si.

El dolor parecio hacerse insoportable. Me quede mirando las brasas. No queria mirar a mi madre. Queria evitarle eso.

– Hijo mio, te conozco mejor que nadie -dijo ella-. Cuando Abigail esta contigo, te derrites de amor.

No pude responder. No podria controlar mi voz. No podria controlar mi corazon. Guarde silencio. Luego, poco a poco, me vi capaz de hablar de una forma normal y tranquila.

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