ninos que las habian acompanado alli, y Santiago, yo y otros que lo habiamos visto. La vieja Bruria nos acompano, y lo mismo hizo Jose, a pesar de que le costo mas que nunca subir la colina.

Pedimos una reunion al rabino y todos entramos en la sinagoga. Cerramos las puertas.

El lugar estaba limpio y silencioso. El sol matinal incluso lo habia templado un poco. Jose se sento en el banco. El rabino ocupo su lugar habitual, en su silla a la derecha de Jose.

– El caso es el siguiente -empece, de pie ante el rabino-. Ese hombre no hizo ningun dano a Abigail, nuestra pariente. Todos los que estan aqui vieron lo que sucedio; vieron que ella se resistia; vieron que el la soltaba. Vieron como su padre se la llevo a su casa. Ahora han pasado varios dias. Ana la Muda es la unica que entra y sale de esa casa, y dice, lo mejor que puede, que Abigail no come ni bebe.

El rabino asintio. Sus hombros estaban hundidos bajo el manto. Sus ojos rebosaban compasion.

– Lo unico que pedimos -prosegui -es que se permita a sus primas aqui presentes, estas mujeres, curarle los cortes y magulladuras que se hizo al ser arrastrada por el suelo. Pedimos que se les permita acompanarla y cuidar de que tome todo el alimento y la bebida que deberia. Su padre no lo permite. Las sirvientas son viejas que chochean. Era Abigail quien cuidaba de esas sirvientas. ?Como pueden ellas cuidar de Abigail? Sin duda Abigail sigue asustada, y llora y sufre sola.

– Se todo eso -respondio el rabino con tristeza-. Sabeis que lo se. Y que el padre salio a perseguir a esos malhechores. Se fue a caballo para tenir de sangre su espada mohosa. Y no fue el unico. Esos bandidos tambien atacaron Cana. No, no raptaron ninguna mujer, solo se llevaron lo que pudieron. Los soldados del rey los atraparan. Han enviado una cohorte a las colinas.

– Que sea lo que Dios quiera -dije-. Lo que nos preocupa es nuestra pariente Abigail.

– Rabino, tienes que obligarle a que nos deje entrar -tercio la vieja Bruria -. La chica necesita atencion. Podria estar perdiendo la razon.

– Y lo que es peor, en el pueblo se habla -anadio la tia Esther. -?Se habla? -pregunto Santiago-. ?Que estas diciendo?

Mis tias se indignaron con Santiago; mi madre solo estaba consternada.

– Si no me fuera imprescindible bajar al mercado, renunciaria a ir -dijo la tia Esther.

Mara, la esposa de Santiago, asintio y dijo que a ella tampoco le quedaba otra opcion. -?Que es lo que dicen? -pregunto el rabino en tono cansado-. ?De que hablan?

– De todo lo imaginable -respondio la tia Esther-, ?que es lo que esperabas? Dicen que ella holgazaneaba, que les cantaba a los ninos, que bailaba como siempre le gusta hacer. Que siempre procura atraer la atencion. La bella Abigail, Abigail la de la voz hermosa. Que siempre se apartaba de los demas. Que se habia quitado el velo para exhibir su cabello.

Y siguen, y siguen, y siguen. ?Me he dejado algo? ?Nada de todo eso, ni una palabra, ni una sola palabra, es verdad! Nosotros estabamos alli y lo vimos. De ser la mas joven y la mas bonita, de eso es culpable, ?y que culpa es esa?

Yo tome asiento en el banco, no lejos de Jose, y apoye los codos en las rodillas. Sospechaba muchas cosas, pero aborreci escucharlas. Tuve ganas de taparme los oidos.

Mi madre hablo en voz baja:

– Shemayah esta atrayendo la verguenza sobre el con su manera de comportarse -dijo-. Rabino, por favor, ve con la vieja Bruria y hablale, consigue que la chica tenga compania y que venga a visitarnos como antes. -?A vosotros? -pregunto el rabino-. ?Crees que la dejara ir a vuestra casa?

Todos se quedaron mirandolo en silencio. Yo me enderece en el asiento y le mire tambien.

Parecia tan triste como antes, con la mirada fija en un punto lejano, mientras meditaba. -?Y por que no a nuestra casa? -pregunto la tia Esther.

– Yeshua -dijo el rabino. Se levanto y me miro con ojos amables-?Que hiciste en el arroyo? ?Que es lo que hiciste? -?Como! ?Que le estas preguntando? -salto Santiago-. No hizo nada. ?Fue a ayudarla, como haria un hermano!

La tia Esther estallo:

– Estaba caida de bruces en el suelo pedregoso, donde la habia tirado aquel salteador. Sangraba y estaba aterrorizada. El fue a ayudarla a ponerse en pie. Le dio su manto.

– Ah -dijo el rabino. -?Alguien dice otra cosa? -pregunto Santiago. -?Quien habla de ese asunto? -pregunto la tia Esther. -?Tienes dudas sobre esa cuestion? -pregunto Bruria-. Senor Jacimus, no iras a pensar…

– De ninguna manera -la atajo el rabino-. No tengo dudas. De modo que la ayudaste a ponerse en pie y le diste tu manto.

– Asi es -conteste. -?Y entonces? -pregunto Bruria.

– Cada cosa a su tiempo -dijo el rabino-. ?Que bien puede resultar de que un fariseo vaya a hablar con un hombre que no quiere saber nada de fariseos, ni de Esenios ni de nadie que no sean viejos granjeros como el, que entierran su oro en el suelo? ?Que bien puede resultar de que yo vaya a llamar a su puerta? -?Entonces esa pobre nina ha de quedarse encerrada en su casa con un hombre violento que no es capaz de hilar tres palabras seguidas mas que cuando esta fuera de si por la rabia? -pregunto Bruria.

– Esperar, eso es lo que teneis que hacer -dijo el rabino-. Esperar.

– La chica tiene que ser atendida ahora -insistio Bruria-. Hay que curarla, y deberia poder salir de casa y visitar a sus parientes, y contar su historia en voz baja a las personas mas proximas, y volver al arroyo de nuevo, en compania de sus parientes. ?Y poder entrar y salir libremente de su casa! ?Que diran de ella si esta encerrada y nadie puede verla?

– Lo se, Bruria -dijo el rabino, sombrio-. Y vosotros sois sus parientes. -?Cuantos testigos hacen falta para esto? -pregunto el tio Cleofas-. La chica no hizo nada. Nada le ocurrio, excepto que alguien intento hacerle dano, y a ese alguien se lo impidieron.

– Todos los testigos eran mujeres y ninos -observo el rabino. -?No, no lo eran! -intervino Santiago-. Mi hermano y yo lo vimos todo.

Mi hermano…

Se detuvo y me miro. Le devolvi la mirada. No tuve necesidad de decirle nada. Comprendio.

– Di lo que sea -pidio Bruria, y su mirada pasaba de mi a Santiago y al rabino-. Dilo en voz alta.

– Yeshua -dijo el rabino-, si al menos no te hubieras acercado a esa chica y no la hubieras abrazado. -?Buen Dios, rabino! -exclamo Santiago-. Solo hizo lo natural. Solo pretendia ser amable y solicito.

Mi madre sacudio la cabeza.

– Somos la misma familia -murmuro.

– Lo se muy bien. Pero ese hombre, Shemayah, no es familiar vuestro; su esposa lo era, si, y Abigail tambien lo es, si. Pero ese hombre no. Y no tiene una mente muy clara.

– No lo entiendo, de verdad -dijo Santiago-. Ten paciencia conmigo. ?Me estas diciendo que ese hombre piensa que mi hermano hizo dano a Abigail?

– No; solo que se tomo libertades con ella… -?Que se tomo libertades! -grito Santiago.

– No es lo que yo pienso -dijo el rabino-. Solo estoy diciendo por que ese hombre no os deja entrar. Y a pesar de que sois sus parientes, sus unicos parientes en Nazaret, os digo que espereis, porque esperar a que cambie de actitud es lo unico que podeis hacer. -?Que pasa con los parientes de otros lugares? -pregunto Bruria. -?Que sugieres, escribir a los parientes de Betania? -replico el rabino-. ?A la casa de Jose Caifas? La carta tardaria varios dias en llegar alli, y el Sumo Sacerdote y su familia tienen preocupaciones mayores que los chismorreos de este pueblo, ?hace falta que os lo recuerde? Ademas, ?que crees que pueden hacer vuestros parientes de Betania?

Siguieron hablando en voz baja, en tono razonable. Jose habia cerrado los ojos como si durmiera, alli sentado. Bruria insistio como si aquello fuera un nudo que tenia que desatar, e hizo acopio de paciencia.

Yo oia sus voces, pero las palabras no calaban en mi interior. Permaneci sentado solo, mirando los rayos de sol que atravesaban el polvo, y solo pensaba en una cosa: habia hecho dano a Abigail. Me habia sumado a sus enemigos. En una epoca de violencia y desgracia, habia anadido uno mas a sus pesares. Yo habia hecho eso. Y no podia quedar asi.

Por fin, hice un gesto para pedir silencio y me puse en pie.

– Si, que pasa, Yeshua -dijo el rabino. -Sabes que iria a pedir perdon a ese hombre -dije-, pero el nunca me permitira decirle esas cosas. -Es verdad.

– Iria con mi padre, y mi padre se lo rogaria -prosegui-, pero el no nos dejara cruzar su puerta. -Cierto.

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