Cerre los ojos. Los recuerdos amenazaban la pureza de aquella vision interior. Recuerdos de mi infancia en Alejandria, de las procesiones romanas que se dirigian hacia sus santuarios entre nubes de petalos de rosas que revoloteaban por el aire y el pesado redoble de los tambores, y el temblor de los sistros. Oi los cantos de las mujeres, y vi un dios dorado que avanzaba colocado sobre unas andas oscilantes; y luego retorno la vision, barriendo con su poderoso impulso los recuerdos, la vision tan inmensa y difusa que agitaba el mundo entero como si las montanas que rodeaban el gran mar temblaran y vomitaran fuego, y los altares cayeran. Los altares caian al suelo y se hacian pedazos.
Todo se disolvio. Volvi a ver la habitacion.
Mire al anciano. Parecia hecho de piel y huesos. No habia sustancia en el.
Parecia fragil como un lirio arrimado al brasero, marchito, agostado.
Percibi de forma penetrante su desamparo, sus anos de soledad doliente por lo que habia perdido, el miedo a que se le debilitara la vista, el pulso, la razon, a que se le debilitara la esperanza.
Algo realmente insoportable.
Llego a mis oidos un canturreo procedente de todas las habitaciones de la casa, un canturreo de mas alla, de todas las habitaciones de todas las casas: de los fragiles, los enfermos, los cansados, los sufrientes, los amargados.
«Insoportable. Pero yo puedo soportarlo. Yo lo soportare.»
Habia estado mirandolo mucho rato, pero solo en ese momento comprendi cuan sumido en la tristeza estaba. Me estaba implorando en silencio.
– Acercate -me rogo.
Di un paso hacia el, luego otro. Le vi tantear buscando mi mano, y se la tendi. Que sedosa su mano, que fina la piel de la palma. El me miro.
– Cuando tenias doce anos -dijo-, cuando fuiste al Templo para ser presentado a Israel, yo estaba alli. Fui uno de los escribas que os examinaron a ti y a los ninos que iban contigo. ?Me recuerdas de aquella ocasion?
No conteste.
– Os preguntamos a todos sobre el Libro de Samuel, ?recuerdas eso en particular? -Utilizaba las palabras con habilidad y cuidadosamente. Su mano no soltaba la mia-. Hablabamos de la historia del rey Saul, despues de que fue ungido para ser rey por el profeta Samuel, pero antes de que nadie supiera que seria el rey.
Se detuvo, y se humedecio los labios secos. Sus ojos no se apartaban de los mios.
– Saul encontro en el camino a un grupo de profetas, ?recuerdas?, y el Espiritu vino sobre Saul y Saul cayo en trance en medio de los profetas. Y uno de los que miraban, al ver aquel espectaculo, pregunto: «?Y quien es su padre?»
No dije nada.
– Os preguntamos a vosotros, ninos, preguntamos a todos que pensabais de esa historia, y que creiais que quiso decir el hombre que pregunto sobre Saul: «?Y quien es su padre?» Los demas chicos dijeron rapidamente que los profetas tenian que proceder de familias de profetas, y no era el caso de Saul, de modo que era natural hacer aquella pregunta.
Segui en silencio.
– Tu respuesta fue distinta de la de los demas chicos. ?Recuerdas? Dijiste que esa pregunta era un insulto. Un insulto que venia de quienes nunca habian conocido el extasis ni el poder del Espiritu, y envidiaban a quienes si lo conocian. El hombre que se habia burlado dijo: «?Quien eres tu, Saul, y con que derecho te colocas junto a los profetas?»
Me estudio con atencion, mientras seguia apretando mi mano con fuerza. -?Lo recuerdas? -Si -dije.
– Dijiste: «Los hombres se burlan de lo que no pueden entender. Pero sufren por lo mucho que lo ansian.» No respondi.
Saco la mano izquierda de debajo de las mantas y retuvo la mia entre las dos suyas. -?Por que no te quedaste con nosotros en el Templo? -pregunto-. Te rogamos que lo hicieras. -Suspiro-. Piensa adonde podrias haber llegado si te hubieras quedado en el Templo a estudiar; ?piensa en el nino que fuiste! Si hubieras dedicado tu vida a lo que esta escrito, piensa en las cosas que habrias podido hacer. Yo estaba entusiasmado contigo, todos nosotros, el viejo Berejaiah y Sherebiah de Nazaret, cuanto te querian y como deseaban que te quedaras. ?Y mira en que te has quedado! Un carpintero, uno mas de una cuadrilla de carpinteros. Hombres que hacen suelos, paredes, bancos y mesas.
Muy despacio intente retirar mi mano, pero el se resistio a soltarla. Me coloque un poco mas a su izquierda y la luz ilumino aun mas su rostro vuelto hacia arriba.
– El mundo te ha devorado -dijo con amargura-. Te fuiste del Templo, y el mundo sencillamente te ha devorado. Asi actua el mundo. Todo lo devora.
Una mujer angelical no es mas que una burla masculina mas. La hierba crece sobre las ruinas de los pueblos hasta que no queda rastro de ellos y los arboles crecen sobre las mismas piedras donde en tiempos se alzaron grandes mansiones, mansiones como esta. Todos estos libros se estan desintegrando, ?no es asi? Mira, mira cuantos fragmentos de pergamino entre mis ropas. El mundo devora la Palabra de Dios. ?Tenias que haberte quedado y estudiado la Tora! ?Que diria tu abuelo Joaquin de haber sabido en que ibas a convertirte?
Se reclino en su asiento. Solto mi mano y sonrio con sarcasmo. Levanto la mirada hacia mi, sus cejas grises fruncidas. Me hizo un gesto de despedida.
No me movi. -?Por que devora el mundo la Palabra de Dios? -pregunte-. ?Por que? ?No somos el pueblo elegido, no somos la luz que brilla para iluminar a las naciones? ?No es nuestra mision llevar la salvacion al mundo entero? -?Eso es lo que somos! -dijo-. Nuestro Templo es el templo mayor del Imperio. ?Quien lo ignora?
– Nuestro Templo es uno mas entre mil templos, senor.
De nuevo aparecio aquel relampago, parecido a la memoria, a una memoria enterrada de algun acontecimiento terrible, pero que no era memoria.
– Mil templos dispersos por todo el mundo -anadi-, y cada dia se ofrecen sacrificios a mil dioses, de un extremo del Imperio al otro.
El me miro cenudo. Prosegui:
– Eso sucede a nuestro alrededor, en la tierra de Israel. Y sucede en Tiro, en Sidon, en Ascalon; sucede en Cesarea de Filipo; sucede en Tiberiades. Y en Antioquia y en Corinto y en Roma y en los bosques del gran norte y en las selvas de Britania. -Hice una pausa para respirar-. ?Somos la luz de las naciones, senor? -?Que nos importa todo eso! -?Que nos importa? Egipto, Italia, Grecia, Germania, Asia, ?no nos importan? Es el mundo, senor. ?Es nuestro mundo, el mundo que hemos de iluminar nosotros, nuestro pueblo! -?De que estas hablando? -replico en tono ofendido.
– Es donde vivo yo, senor -dije-. No en el Templo, sino en el mundo. Y en el mundo he aprendido lo que el mundo es y lo que el mundo ensena, y yo soy del mundo. El mundo es de madera, piedra y hierro, y yo trabajo en el. No, en el Templo no; en el mundo. Y cuando llegue para mi el tiempo de hacer lo que el Senor me ha encomendado en este mundo, en este mundo que le pertenece a El, este mundo de madera y piedra y hierro y hierba y aire, El me lo revelara.
Y lo que este carpintero deba construir en este mundo ese dia, lo sabe el Senor y el Senor lo revelara.
Se habia quedado sin habla.
Me aleje un paso de el. Di media vuelta y mire al frente. Vi el polvo que bailaba en los rayos de la luz del sol de mediodia. La luz que centelleaba en las celosias sobre estantes y estantes de libros. Crei ver imagenes en aquel polvo luminoso, cosas que se movian con un proposito, cosas aereas e inmensas, pero sumisas y pacientes en su movimiento.
Me parecio que la habitacion se habia llenado de otros seres, del latido de sus corazones, pero eran corazones invisibles, o ni siquiera corazones. No corazones como mi corazon o el suyo, de carne y sangre.
Las hojas susurraban en las ventanas y una sombra fria se arrastro por el suelo iluminado. Me senti lejos y al mismo tiempo alli, bajo aquel techo, de pie delante de aquel anciano, dandole la espalda, y yo flotaba, aunque estaba anclado y me alegraba de estarlo.
La ira se habia desvanecido en mi.
Me volvi y le mire.
Estaba tranquilo y pensativo, arrebujado en sus mantas. Me miraba como si estuviera muy lejos, a una distancia segura.
– Todos estos anos -murmuro-, cuando te he visto camino de Jerusalen, me he preguntado: «?Que piensa?