?Que sabe?» -?Tienes ya una respuesta?

– Tengo una esperanza -susurro.

Pense en ello, y asenti lentamente.

– Escribire la carta esta tarde -dijo-. Tengo aqui un estudiante que la redactara al dictado. La carta llegara a mis primas de Seforis esta noche. Son viudas y carinosas. La acogeran.

Me incline y le mostre los dedos juntos en senal de agradecimiento y respeto. Me puse en marcha.

– Vuelve dentro de tres dias -dijo-. Tendre una respuesta de ellas o de alguna otra persona. Me encargare del asunto. Y te acompanare a ver a Shemayah. Y si ves a la chica en persona, dile que toda su familia, todos nosotros, estamos pendientes de ella.

– Gracias, senor.

Recorri aprisa el camino a Seforis.

Queria estar junto a mis hermanos. Queria trabajar. Queria colocar piedras una tras otra, y verter la lechada y alisar los tableros y martillar los clavos.

Queria hacer cualquier cosa que no fuera estar con un hombre de lengua habil.

Pero ?que me habia dicho que no me hubieran dicho ya de otra manera mis propios hermanos, que no me hubiera dicho Jason? Claro, habia hecho ostentacion de sus privilegios y riquezas, y del poder arrogante que iba a utilizar para ayudar a Abigail. Pero ellos me hacian las mismas preguntas.

Todos decian las mismas cosas.

Yo no queria volver a pensar sobre aquello. No queria volver sobre lo que el me habia dicho, ni sobre lo que habia visto y sentido. Y muy en particular, no queria dar mas vueltas a lo que le habia dicho a el.

Pero cuando llegue a la ciudad, con todo su vocerio ensordecedor, su martilleo, sus chirridos, su parloteo, me vino a la mente un pensamiento.

Era un pensamiento nuevo, adecuado a la conversacion que habia mantenido.

Yo habia estado buscando todo el tiempo senales de la llegada de las lluvias, ?no era asi? Habia estado mirando el cielo y los arboles lejanos, y sentido el viento, el escalofrio del viento, esperando recibir un roce humedo en mi rostro.

Pero tal vez estaba buscando senales de algo muy distinto. Algo que en efecto se aproximaba. Tenia que ser asi. Aqui, a mi alrededor, estaban las senales de su proximidad. Era un crecimiento, una presion, una sucesion de senales de algo inevitable -algo parecido a la lluvia por la que habiamos rezado, pero mucho mas vasto y situado mas alla de la lluvia-, y ese algo se apoderaria de decadas de mi vida, si, de anos contados en fiestas y lunas nuevas, y tambien en horas y minutos -incluso en cada uno de los segundos que me quedaban por vivir-, y los utilizaria.

12

La manana siguiente, la vieja Bruria y tia Esther intentaron dejar un recado a Abigail, pero no obtuvieron respuesta.

Cuando volvimos de la ciudad la noche anterior, Ana la Muda habia venido a visitarnos. Fue a sentarse, desolada, pequena y temblorosa, al lado de Jose, que posaba su mano sobre la cabeza inclinada de ella. Parecia una vieja consumida bajo su manto de lana. -?Que le pasa ahora? -pregunto Santiago.

– Dice que Abigail se esta muriendo -dijo mi madre.

– Traeme agua para lavarme las manos -pedi-. Necesito tinta y pergamino.

Me sente e hice servir como escritorio un tablero colocado sobre mis rodillas. Tome la pluma, y me di cuenta de lo dificil que me resultaba. Habia pasado mucho tiempo desde la ultima vez que escribi algo, y los callos de mis dedos eran gruesos, y mi mano, torpe e insegura.

Insegura. Ah, que descubrimiento.

Moje la pluma y garabatee las palabras sencillamente y con prisa, en la letra mas pequena que pude. «Come y bebe ahora, porque yo te pido que lo hagas.

Levantate y bebe toda el agua que puedas, porque yo te lo pido. Come tanto como puedas. Estoy haciendo todo lo posible para protegerte, tu haz eso por mi y por los que te quieren. Personas que te quieren han enviado cartas a otras personas que tambien te quieren. Muy pronto estaras fuera de aqui. No digas nada a tu padre. Haz como te digo.»

Le di el pergamino a Ana la Muda. Hice gestos mientras hablaba.

– De mi parte para Abigail. De mi. Daselo a ella.

Nego con la cabeza. Estaba aterrorizada.

Hice el gesto ominoso de un Shemayah enfurecido. Luego senale mis ojos.

Dije:

– No podra leerlo. ?Ves? La letra es demasiado pequena. Daselo a Abigail.

Se puso en pie y salio a la carrera.

Pasaron las horas. Ana la Muda no volvia.

Pero unos gritos en la calle nos sacaron de nuestra duermevela. Corrimos y supimos la noticia que las hogueras de senales acababan de comunicar: paz en Cesarea.

Poncio Pilatos habia dado la orden a Jerusalen de retirar los estandartes ofensivos de la Ciudad Santa.

Muy pronto la calle se ilumino como en la noche en que la gente se puso en marcha. Todos bebian, bailaban y se estrechaban las manos. Pero nadie conocia aun los detalles, y nadie esperaba a conocerlos. Las hogueras habian transmitido la noticia de que los hombres regresaban a sus casas en todo el pais.

No habia senales de vida en la casa de Shemayah, ni siquiera el resplandor de una lampara debajo de la puerta o en la rendija de alguna ventana.

Mis tias aprovecharon la excusa del motivo festivo para llamar a la puerta.

En vano.

– Ruego por que Ana la Muda duerma al lado de ella -dijo mi madre.

El rabino nos llamo a la sinagoga para dar gracias por la paz.

Pero nadie estuvo del todo tranquilo hasta la tarde siguiente, cuando Jason y varios de sus companeros, que habian alquilado monturas para el viaje, llegaron a Nazaret.

Bajamos los bultos, dimos de comer a los animales y fuimos a la sinagoga a rezar y escuchar el relato de lo que habia ocurrido.

Como en la ocasion anterior, la multitud no cabia en el edificio. La gente encendia antorchas y luminarias en las calles. Algunos llevaban sus propias lamparas, con una mano como pantalla para proteger la llama temblorosa. El cielo se oscurecia rapidamente.

Vi a Jason, que hablaba con su tio muy excitado, gesticulando. Pero todos le rogaron que parara y esperara a contar lo sucedido a todo el pueblo.

Finalmente, los bancos fueron arrastrados fuera de la sinagoga para colocarlos en la ladera, y muy pronto unos mil quinientos hombres y mujeres se habian instalado al aire libre, y una antorcha encendia la otra mientras Jason y sus companeros se abrian paso hasta el lugar de honor.

No vi a Ana la Muda en ninguna parte. Por supuesto Shemayah no estaba, y tampoco Abigail. Pero en aquel momento era dificil encontrar a nadie.

La gente se abrazaba y daba palmas, se besaba, bailaba. Los ninos vivian un paroxismo de alegria. Y Santiago lloraba. Mis hermanos habian traido a Jose y Alfeo, caminando muy despacio. Algunos otros ancianos tambien se retrasaban.

Jason espero. Estaba de pie en el banco, abrazado a un companero, y solo entonces, cuando las antorchas se encendieron y los iluminaron con toda claridad, me di cuenta de que el companero era el nieto de Hananel, Ruben.

Mi madre lo reconocio en el mismo instante, y la noticia corrio en un susurro entre nosotros, que nos habiamos sentado muy apinados.

Yo no les habia contado lo que me dijo Hananel. Ni siquiera habia preguntado al rabino por que no me aviso de que el nieto de Hananel habia pretendido en tiempos a Abigail.

Pero todos sabian que el abuelo habia llorado durante dos anos al nieto que se habia marchado a tierras

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