lugar, ?o era el aroma? Un perfume suave y delicioso.
Un perfume caro.
No abri aun los ojos; no queria sacudir del todo la red de sueno que me envolvia, porque temia que el sueno no volviera. Y que hermoso era flotar sencillamente alli, intentar definir aquel aroma penetrante, y luego rememorar, en algun rincon escondido de mi mente, donde habia captado antes aquel olor incitante… En las bodas, cuando se derramaban las anforas de nardos al paso de los novios.
Abri los ojos. Oi el roce de vestidos. Senti algo suave y pesado sobre mis pies descalzos.
Me volvi y me incorpore a toda prisa, aturdido. Un manto oscuro habia caido sobre mis pies, y sobre el un velo negro. Lana fina, lana cara. Intente sacudirme el sopor. ?Quien estaba aqui conmigo, y por que?
Alce la mirada, frotandome los ojos para alejar el sueno, y vi a una mujer de pie ante mi, una mujer recortada contra el centelleo del sol entre las copas de los arboles.
Su exuberante cabello estaba suelto. Relucia el oro de la orla de su tunica, en su garganta y en el ruedo de la falda; un brocado de oro, ancho y rico. Y de su cabello y de sus vestidos emanaba aquel perfume irresistible.
Abigail. Abigail vestida de boda. Abigail, con la cabellera suelta y flotante, resplandeciente a la luz. Lentamente la luz definio la larga curva suave de su cuello, y sus hombros desnudos bajo el brocado de oro. Su tunica estaba descenida. Las manos, relucientes de anillos y brazaletes, colgaban a los costados.
Toda aquella belleza resplandecia en la penumbra del bosque como si fuera un tesoro descubierto en secreto, dispuesto para ser revelado solo en secreto.
Y entonces desaparecieron los ultimos vestigios de sueno y tuve plena conciencia de que ella habia venido alli conmigo y estabamos los dos solos.
Durante toda mi vida habia vivido en habitaciones abarrotadas, y trabajado en talleres abarrotados y en lugares abarrotados, y caminado de un lado a otro en medio de multitudes, y entre mujeres que eran hermana, tia, madre, prima, hijas o esposas de otros, mujeres veladas, mujeres amortajadas, mujeres tapadas hasta el cuello y con las cabezas cubiertas, mujeres envueltas en mantos o adornadas con lazos y nudos entrevistos apenas un instante en las bodas de los pueblos detras de los velos que las cubren hasta los pies.
Estabamos solos. El hombre en mi sabia que estabamos solos, y el hombre en mi sabia que podia tener a esta mujer. Y todos los incontables suenos, los suenos torturados y las torturadas noches de negacion, podian desembocar ahora en la no sonada suavidad de sus brazos.
Rapidamente, me puse en pie. Recogi el manto y el velo de lana que ella habia dejado caer, y se los tendi. - ?Que estas haciendo? -pregunte-. ?Que idea loca se te ha metido en la cabeza? -Coloque el manto sobre sus hombros y cubri su cabeza con el velo oscuro. Abroche su tunica-. Estas fuera de ti misma. Tu no deseas hacer esto.
Vamos, te llevare a tu casa.
– No -dijo ella, y me aparto de un empujon-. Me ire a las calles de la ciudad de Tiro. Ire a ofrecerme en esas calles. No. No intentes detenerme. Si tu no deseas para ti lo que pronto van a tener muchos hombres que lo soliciten, me ire.
Se volvio, pero yo la retuve por la muneca.
– Abigail, eso son rabietas de nina -le susurre.
Me miro con ojos frios y llenos de amargura, pero que, a pesar de su dureza, temblaban.
– Yeshua, dejame marchar -dijo.
– No sabes lo que dices. ?Las calles de Tiro! Nunca has visto una ciudad como Tiro. Eso es un desvario infantil. ?Crees que las calles son un regazo en el que descansar tu cabeza? Abigail, ven a casa conmigo, ven a mi casa, con mi madre y mis hermanas. Abigail, ?crees que he estado mirando en silencio lo que ocurria, sin hacer nada?
– Se lo que has hecho -dijo-. Es inutil. Estoy condenada y no voy a quedarme a morir de hambre bajo el techo del hombre que me ha condenado. ?No lo hare!
– Vas a marcharte de Nazaret.
– Eso es lo que voy a hacer -declaro ella.
– No, no lo entiendes. Tu pariente Hananel de Cana ha escrito cartas, y el…
– Ha venido hoy a mi puerta -dijo con voz velada, Hananel y su nieto Ruben, y se han presentado los dos ante mi padre y me han pedido en matrimonio.
Dio un tiron y se solto de mi mano. Temblaba violentamente. -?Y sabes lo que dijo mi padre a esos hombres, a Hananel de Cana y su nieto Ruben? ?Los ha rechazado!
«Confundis una copa rota, les ha dicho, confundis una copa rota con una olla llena de monedas de oro.» - Aspiro profundamente, sin dejar de temblar.
Yo no encontraba palabras-. «Esa copa rota no esta incluida en el lote que se ofrece a la venta», dijo. Mi padre dijo eso… «?No voy a sacar mi verguenza al mercado para que vosotros la compreis!»
– Ese hombre ha perdido la razon.
– Oh, ha perdido la razon, si, ?ha perdido la razon porque su hija Abigail ha sido manoseada, ha sido avergonzada! ?Y quiere que ella muera para lavar su verguenza! ?Se lo dijo a Ruben de Cana! «No tengo ninguna hija para ti. Vete.»
Callo, incapaz de continuar. Estaba tan agitada que no podia articular las palabras. La cogi por los hombros.
– Estas libre de tu padre, entonces.
– Si, lo estoy -declaro.
– Entonces, ven a casa conmigo. Viviras bajo mi techo hasta que te saquemos de este lugar y te llevemos con tus parientes de Betania.
– Ah, si, la casa de Caifas acogera a la muchachita de pueblo humillada y avergonzada, a la chica negada por su propio padre, por un padre que ha rechazado a todos los hombres que han pedido su mano durante dos anos, y ahora ha vuelto a dar un portazo a Jason otra vez, y a Ruben de Cana, ?a Ruben, que dejo a un lado su orgullo y se lo pidio de rodillas!
Me aparto de un empujon.
– Abigail, no dejare que te vayas.
Rompio a llorar. Yo la abrace.
– Yeshua bar Yosef, hazlo -me susurro-. He venido aqui contigo.
Tomame. Te lo suplico. No me da verguenza. Tomame, por favor, Yeshua, soy tuya.
Yo empece a llorar. No podia parar y era tan malo como antes de que ella apareciera, tan mala quiza como su propio llanto.
– Abigail, escuchame. Te digo que con Dios nada es imposible, y que estaras segura con mi madre y mis tias. Te enviare con mi hermana Salome a Cafarnaum. Mis tias te acogeran alli. Abigail, tienes que venir a casa conmigo.
Ella se derrumbo encima de mi, y sus sollozos se hicieron mas y mas debiles mientras yo la sostenia.
– Dime -dijo por fin con una vocecita timida-. Yeshua, si fueras a casarte, ?seria yo tu novia?
– Si, hermosa muchacha -dije-. Mi dulce y hermosa muchacha.
Me miro y se mordio el labio tembloroso.
– Entonces tomame como tu puta. Por favor. No me importa. -Cerro los ojos anegados en lagrimas-. No me importa, no me importa.
– Calla, no digas una palabra mas -repuse con suavidad.
Con el borde del manto le seque la cara. La aparte de mi pecho y la ayude a mantenerse erguida. La envolvi en su velo, y sujete la punta en su hombro.
Abroche su manto para que nadie pudiera ver la tunica recamada en oro que habia debajo.
– Te llevo a casa como mi hermana, la mas querida para mi -dije-.
Vendras conmigo como he dicho, y estas palabras y estos momentos quedaran encerrados en nuestros corazones.
De pronto se sintio demasiado cansada para responderme. -?Abigail? Mirame. Haras lo que he dicho. Asintio.
– Mirame a los ojos -dije-. Y dime quien eres en realidad. Eres Abigail, hija de Shemayah, y has sido difamada, maliciosamente difamada. Y vamos a ponerle remedio.
Asintio. Las lagrimas habian desaparecido, pero la rabia la habia dejado vacia y desorientada. Por un