momento tuve la impresion de que iba a perder el sentido.

La sostuve.

– Abigail, pedire a los ancianos que se reunan. Pedire al rabino que se forme el tribunal del pueblo.

Me miro desconcertada, y aparto la vista como si esas palabras la confundieran.

– Ese hombre, Shemayah, no tiene poder para juzgar de la vida y la muerte, ni siquiera de su unica hija. -?El tribunal? -murmuro-. ?Los ancianos?

– Si. Sera un juicio publico. Pediremos un veredicto sobre tu inocencia, y con el iras a Cafarnaum o a Betania o a donde sea preferible para ti.

Me miro, con firmeza por primera vez. -?Es posible eso? -pregunto.

– Si, es posible. Tu padre ha dicho que no tiene ninguna hija. Bueno, pues entonces no tiene autoridad sobre ti, y esa autoridad recae ahora en nosotros, tus parientes, y en los ancianos. ?Has entendido lo que he dicho?

Hizo sena de que si.

– Olvida las palabras que has pronunciado aqui; estaban destinadas a mi, al hermano que sabe muy bien que eres una nina inocente y maltratada.

Puse la mano sobre mi corazon.

– Senor, da a mi hermana un corazon nuevo -susurre-. Senor, dale un corazon nuevo.

Permaneci inmovil con los ojos cerrados, rezando, con la mano izquierda sobre su hombro.

Cuando abri los ojos, su rostro estaba en calma. Era otra vez Abigail, la Abigail de antes de que todo aquello empezara.

– Ven, vamos a hacer lo que he dicho -dije.

– No, no hace falta que recurras a los ancianos, no es necesario. Solo humillaras mas a mi padre. Ire a Cafarnaum con Salome -dijo-. O a Betania, o a donde tu digas.

Ajuste de nuevo su velo. Intente limpiar de hojas su velo y su manto, pero era imposible. Estaban cubiertos de fragmentos de hojas muertas.

– Perdoname, Yeshua -susurro. -?Por que? ?Por estar asustada? ?Por estar sola? ?Por haber sido maltratada y luego condenada?

– Te amo, hermano -dijo.

Desee besarla. Desee tan solo tenerla junto a mi otra vez con el amor mas puro, y besarla en la frente. Pero no lo hice.

– En verdad eres hijo de un angel -dijo, triste.

– No, mi amada. Soy un hombre. Creeme, lo soy.

Sonrio, y fue una tristisima sonrisa de comprension.

– Ahora, baja a Nazaret delante de mi, dirigete directamente a mi casa y pregunta por mi madre. Si ves a tu padre da la vuelta y huye de el, y da un rodeo hasta volver de nuevo a nuestra puerta.

Asintio, y se volvio para marchar.

Me quede esperando, conteniendo la respiracion, mientras secaba aprisa mis propias lagrimas e intentaba calmar mis temblores.

Entonces, desde el exterior de la arboleda llego de pronto a mis oidos un grito de angustia.

14

Corri a traves de la vegetacion.

Abigail estaba tan solo a unos metros de distancia, y frente a ella, en la ladera, aguardaba una multitud silenciosa.

Santiago, Josias, Simon, mi tio Cleofas y docenas de otras personas nos miraban. Shabi y Yaqim empezaron a adelantarse, pero los chicos mayores los sujetaron. Solo Ana la Muda se solto y empezo a gesticular y senalar a Abigail mientras corria hacia ella. Santiago nos miro, primero a mi, luego a ella, de nuevo a mi, y con una mueca de dolor inclino la cabeza.

– No, deteneos, todos vosotros, volved atras -dije y eche a correr hasta colocarme delante de ella.

Ana la Muda se paro en seco. Se quedo mirandome y luego volvio la vista atras, a la multitud. Solo en ese instante parecio darse cuenta de lo que habia hecho.

Y lo mismo me ocurrio a mi. Ella habia dado la alarma de que Abigail habia escapado. Les habia guiado hasta aqui, y solo ahora se daba cuenta de su terrible error.

A mi espalda, Abigail murmuraba una plegaria ahogada.

Llegaban mas y mas hombres, parecian venir de todas partes, de los campos, del pueblo, de la lejana calzada. Los chicos corrieron hacia nosotros.

Desde el pueblo subia tambien Jason a grandes zancadas, con Ruben de Cana a su lado.

Alguien dio un grito llamando al rabino. Todos gritaron llamando al rabino.

Santiago se volvio y grito a sus hijos que fueran a buscar inmediatamente a Jose y los ancianos. El nombre de «Shemayah» brotaba de todos los labios, y de pronto Abigail corrio a mi lado y, con un gesto tan fatal como el de Yitra cuando abrazo al Huerfano, se abalanzo sobre mi con los brazos tendidos.

Silbaron piedras en el aire, y una paso rozando mi oreja. Y con las piedras llegaron gritos de «?Hipocrita!» y «?Puta!».

Me volvi y protegi con mi cuerpo a Abigail. Santiago se precipito hacia nosotros y se coloco delante, con el brazo extendido. Mi tia Esther llego al frente de un grupo de mujeres y tambien echo a correr para interponerse.

Grito cuando llego a nuestro lado. Las piedras dejaron de volar. -?Shemayah! ?Shemayah! -clamaba la gente, incluso cuando el grupo se abrio para dejar paso al rabino y a Hananel de Cana, que llegaban acompanados por otros dos ancianos.

El rabino se quedo mirandonos asombrado, y sus ojos registraron cada detalle de la escena. Me adelante, apartando con suavidad a Santiago de mi camino.

– Yo os digo que no ha ocurrido nada aqui, nada mas que palabras, palabras intercambiadas en la arboleda a la que suelo ir, ?adonde todo el mundo sabe que voy!

– Abigail, ?acusas a este hombre? -grito el rabino, el rostro livido por la emocion.

Ella sacudio la, cabeza con violencia. Trago saliva. -?No! -grito-. No; es inocente. No ha hecho nada.

– Entonces, ?que locura es esta? -grito el rabino. Se volvio hacia la multitud, cuyo numero se habia triplicado y habia cuellos estirados y preguntas roncas de quienes deseaban ver y saber-. Os digo que acabeis con esto ahora mismo y volvais a vuestras casas. -?Volved a casa, todos vosotros! -grito Jason-. No hay nada que ver aqui. Marchaos de este lugar. ?Estais borrachos todos, con tanta celebracion!

Marchaos a vuestras casas.

Pero las murmuraciones y las protestas llegaban de todas direcciones:

«Solos, juntos en el bosque, Yeshua y Abigail.» Oi palabras sueltas y fragmentos de frases. Vi que Jose se afanaba tratando de subir la cuesta.

Menahim tenia que cargar con el. Mas y mas mujeres venian hacia nosotros.

Sollozos desolados sacudian el cuerpo de Abigail.

– Llevadla a casa ahora mismo, llevaosla -dije. Pero de pronto mi hermano Josias me rodeo con sus brazos por la espalda, y mi hermano Jose hizo lo mismo. -?No! Soltadme -dije.

– Shemayah -dijo Josias, y alli estaba el hombre, subiendo a la carrera la cuesta, abriendose paso entre la multitud, apartando a empujones a quienes se interponian en su camino.

Al verlo, Abigail se encogio. Mi tia Esther procuro sostenerla, pero ella se doblo sobre si misma y dio un paso atras, zafandose de las manos de Esther.

El rabino se interpuso en el camino de Shemayah, que hizo gesto de golpearlo, y sus peones sujetaron su mano alzada. Otros hombres detuvieron a Jason antes de que pudiera golpear a Shemayah, y otros rodearon a Ruben.

Todos forcejeaban, colericos.

Shemayah se solto de quienes lo sujetaban. Miro sombrio a su hija y a mi.

Se abalanzo hacia mi. -?Beberas de esa copa rota el resto de tu vida, eso haras! -me insulto-. ?Tu, sucio

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