tramposo, ladron detestable!

Abigail gimio.

– No; calla, el no ha hecho… ?no ha hecho nada! -Se irguio y le tendio los brazos-. Padre, el no ha hecho nada. -?Yo te maldigo! -me grito Shemayah. Mis hermanos se colocaron delante para detenerle y me empujaron atras. Note los brazos de tia Salome alrededor de mi cuerpo, y luego los de mis primos Silas y Levi. -?Soltadme, basta! -exclame, pero eran demasiados. -?Crees que mi hija es una puta para hacer esas cosas con ella? -grito Shemayah mientras forcejeaba con los hombres que lo sujetaban, con el rostro bermejo.

Por encima de los brazos que me rodeaban solo pude ver que se acercaba a Abigail, la aferraba por los hombros y la sacudia con violencia, haciendole caer su velo al suelo.

Un estentoreo grito de aprobacion broto de la multitud, y al instante todos callaron: el manto oscuro de Abigail se habia abierto. Todos pudieron ver la tunica de gasa blanca con la orla de brocado de oro. Shemayah la vio y al punto tiro del manto y lo arrojo a un lado.

La conmocion fue tan grande que la multitud quedo sin habla.

Abigail estaba en pie, horrorizada, incapaz aun de comprender lo que habia ocurrido. Luego bajo la mirada y vio lo que estaban viendo los demas: la ligera tunica blanca de boda, con la orla de brocado de oro en el cuello y el ruedo de la falda.

Ana la Muda y Shabi recogieron el manto e intentaron ponerselo de nuevo.

Shemayah tumbo a Shabi sobre la hierba con un punetazo.

Abigail miraba a su padre. Sujetaba el cuello de su tunica, los lazos de oro que habian estado desatados cuando llego a mi, y entonces, de subito, lanzo un grito terrible: -??Una ramera, eso soy?! ?Una ramera! ?Vestida con la tunica de boda de mi madre, soy una ramera! -?Detenedla, llevaosla! -exclame-. Rabino, es una nina. - ?Ramera! -volvio a gritar, y desgarro el cuello de su tunica-. Soy una ramera, si, tu ramera -sollozo. Se tambaleo y retrocedio de espaldas sin que su padre se lo impidiera, y tampoco los ninos. -?No! -grite-. Abigail, basta. ?Rabino, deten esto!

Jason se solto e intento abalanzarse hacia delante, pero fue derribado por los hombres que le rodeaban.

De nuevo llego el horroroso silbido de piedras arrojadas. Los ninos lloraban, horrorizados. Ana la Muda cayo al suelo. -?No, parad, en nombre del Cielo! -grite.

Abigail retrocedio otro paso y grito mas fuerte. -?Ramera! -dijo. Con las manos crispadas como garras se deshizo el peinado, que cayo en desorden sobre su rostro-. ?Mirad a esta ramera! -chillo.

El coro de insultos crecio hasta convertirse en un estruendo de gritos freneticos y atronadores. Las piedras caian de todas partes. Luche con todas mis fuerzas por soltarme de mis hermanos, pero ellos me tiraron al suelo y me inmovilizaron. Forcejeando jadeantes, empezaron a alejarme de alli a rastras.

Los chillidos y el llanto de los ninos se elevaban entre los insultos y las maldiciones roncas. -?Senor Dios de los Cielos, esto no puede ocurrir! -grite-. ?Detenlo!

«?Padre, envia la lluvia!»

Un trueno ensordecedor resono sobre nuestras cabezas.

El cielo se oscurecio, y la luz se apago delante de mis ojos cuando cai de bruces sobre el suelo pedregoso. Volvio a rugir el trueno, inmenso y retumbante. Me puse en pie. Mire las nubes que se agolpaban, cargadas y plumbeas. El cuchillo de un relampago me cego. La multitud grito, de nuevo con una sola voz. El trueno volvio a restallar y a apagarse en mil ecos.

Vi en la ladera a Abigail todavia de pie, a Abigail rodeada de ninos, salvada por los ninos: por Isaac y Shabi y Yaqim y Ana la Muda, todos ellos y muchos mas abrazados a ella, y otros incluso tendidos a sus pies, con sus caras llorosas que iban de ella a sus padres petrificados, y de sus padres al cielo revuelto. Mi tia Esther se llego hasta Abigail y le protegio la cabeza con sus brazos. Santiago se levanto del suelo, al soltarle quienes le tenian inmovilizado, y se quedo mirando el cielo con la boca abierta.

– Salvada -murmure. Aspire el viento templado y humedo. «Salvada.»

Cerre los ojos y me hinque de rodillas.

Las compuertas del cielo se abrieron. La lluvia empezo a caer a cantaros.

15

Era una lluvia tan densa y violenta que trajo con ella el crepusculo y cerro el mundo a los ojos de los hombres. Santiago y Esther recogieron a Abigail, incapaz de sostenerse en pie, y Santiago la cargo sobre su hombro, para llevarla con mas facilidad, y todos corrieron hacia el pueblo o en busca de algun refugio.

Con mis hermanos, me hice cargo de Jose, lo aupamos a hombros y corrimos colina abajo.

Estabamos empapados hasta los huesos cuando llegamos a nuestra calle, y la calle era un torrente. Apenas habia luz para guiarnos entre las sombras, y alrededor oiamos el chapoteo de pasos, exclamaciones de temor y fragmentos de jaculatorias.

Pero conseguimos llegar a nuestro patio, abrir presurosos las puertas de la casa y precipitarnos todos dentro.

Depositamos en el suelo a Jose con todo miramiento, y su pelo blanco chorreaba, aplastado contra su calva rosada. Lampara tras lampara fueron encendidas.

Las mujeres, todas en grupo, se llevaron a Abigail al interior de la casa, y sus sollozos iban despertando ecos en las paredes y las escaleras por las que subieron hasta las habitaciones pequenas del segundo piso, reservadas a las mujeres. Los hombres se dejaron caer exhaustos en el suelo.

La vieja Bruria y mi madre trajeron ropa seca para todos, acompanadas por Maria la Menor y Mara, que habian estado con ellas todo el rato. Se ocuparon de secarnos, llevarse nuestros vestidos mojados y frotarnos el pelo.

Santiago estaba tendido sin resuello, mirando al techo.

Entro el viejo tio Alfeo, asustado y sorprendido. Luego aparecio tio Cleofas, chorreando agua y sin aliento. Con el entro el ultimo nino que faltaba. Fue el, ayudado por Menahim, quien atranco la puerta.

La lluvia repiqueteaba sobre la techumbre. Bajaba por los desagues y los canos hacia las cisternas, el mikvah y los numerosos cantaros colocados bajo los canalones alrededor de la casa. Golpeaba los postigos de madera. Chocaba, rafaga tras rafaga, contra las puertas, que crujian.

Nadie hablo mientras nos secabamos y poniamos la ropa limpia que nos ofrecian. Mi madre cuidaba de Jose, y le ayudaba a quitarse con cuidado los vestidos empapados. Los chicos soplaban las brasas e iban de un lado a otro excitados, buscando mas lamparas que encender en aquella estancia comoda y resguardada.

De pronto, llamaron a la puerta.

– Si se atreve -dijo Santiago, que se puso en pie y agito el puno en el aire -, si se atreve a venir aqui, lo mato.

– Calla, basta ya -le ordeno su esposa Mara.

Llamaron de nuevo, discretamente pero con insistencia.

Oimos una voz al otro lado de la puerta.

Fui hasta la entrada, retire la tranca y abri.

Eran Ruben, con sus finos vestidos de lino tan empapados como los de cualquiera, y su abuelo, encogido bajo un cobertor de lana; y detras de ellos, sus caballos y los sirvientes que habian alquilado.

Santiago les dio de inmediato la bienvenida.

Yo acompane a los sirvientes y los animales al establo. La puerta estaba abierta, de modo que todo estaba mojado en el interior, pero pronto los caballos estuvieron desensillados y con un monton de heno fresco en el suelo.

Los hombres me dieron las gracias con gestos. Luego les trajeron vino y empinaron la bota.

Volvi a la puerta principal al resguardo del alero del tejado, pero aun asi estaba empapado al entrar en la casa.

Otra vez mi madre me recibio con una manta seca y me apoye en la puerta, respirando pesadamente y jadeando.

Hananel y su nieto, ya con vestidos secos de lana, estaban sentados junto al brasero del suelo, frente a Jose. Todos tenian tazones de vino. Jose dio la bendicion con voz ahogada, e invito a beber a los visitantes.

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