El viejo erudito volvio la vista hacia mi, y luego miro a Jose. Probo el vino, y dejo el tazon junto a sus piernas cruzadas. -?Quien habla por la chica ahora? -pregunto.

– Abuelo, por favor… -dijo Ruben-. Queremos agradeceros a todos vuestra amabilidad, muchas gracias. - ?Quien habla por ella? -insistio Hananel-. No quiero quedarme en esta aldea miserable ni un minuto mas de lo necesario. Para eso he venido, y de eso quiero hablar ahora.

Jose senalo con un gesto a Santiago.

– Yo hablo por ella -dijo Santiago-. Mi padre y yo hablamos por ella. ?Que deseas decirme en relacion con ella? Esa chica es nuestra pariente.

– Ah, y nuestra tambien -dijo Hananel-. ?Que te parece que deseo decir? ?Por que crees que me he tomado el esfuerzo de bajar a este estercolero? He venido aqui con una peticion de matrimonio para la chica en favor de mi nieto Ruben, que se sienta aqui a mi derecha, y al que conoceis muy bien, como yo os conozco a vosotros. Y hablo ahora de matrimonio entre mi hijo y esa chica.

Su mal padre la ha abandonado delante de los ancianos de este lugar y a la vista de todos los presentes, incluidos mi nieto y yo mismo, de modo que si eres tu quien habla ahora por ella, respondeme por ella. Jose se echo a reir.

Nadie mas dijo una palabra, ni se movio, ni siquiera respiro mas fuerte.

Pero Jose rio y miro el techo. Sus cabellos blancos ya estaban secos, y sus ojos humedos refulgian al resplandor de las brasas. Rio como si estuviera sonando.

– Ay, Hananel -dijo-. Cuanto te he echado de menos, y ni siquiera lo sabia.

– Si, y yo tambien te he echado de menos, Jose. Y ahora, antes de que lo digais vosotros, hombres listos, dejadme decirlo a mi: la chica es inocente; era inocente ayer y es inocente hoy. Y es muy joven.

– Amen -dije.

– Pero no es pobre -observo Santiago-. Tiene dinero que viene de su madre, y tendra un contrato de matrimonio como es debido, refrendado en esta misma habitacion antes de estar prometida ni casada con nadie, y sera una novia desde que salga por esta puerta hasta su noche de bodas.

Hananel asintio.

– Trae la tinta y el pergamino -dijo-. Ah, escuchad como llueve. ?Que posibilidades tengo de dormir bajo mi propio techo esta noche?

– Nos sentiremos honrados de que duermas en nuestra casa, senor -dije, y Santiago me respaldo musitando algunas palabras llenas de orgullo.

Todo el mundo insistio en la invitacion. Mi madre y la vieja Bruria corrieron a preparar potaje y pan caliente.

Desde algun lugar de la casa, por encima del piso bajo, oi un murmullo de voces femeninas que dominaba incluso el tabaleo constante de la lluvia. Vi volver a Mara, aunque no me habia dado cuenta de que se hubiera ido. De modo que Abigail estaba ya enterada de lo que ocurria, mi preciosa y angustiada Abigail.

Tia Esther trajo varias hojas de pergamino, tinta y pluma.

– Escribid, escribid -dijo Hananel en tono alegre-. Escribid que todo lo que corresponde a la herencia de su madre es suyo, de acuerdo con la costumbre publica, privada, escrita y no escrita, y con la tradicion inveterada, solo objetable mediante consenso de las partes, y de acuerdo con la propia declaracion de la interesada, no obstante la negativa de su padre. Escribidlo.

– Senor -dijo mi madre-. Esto es todo lo que podemos ofrecerte, me temo, un poco de potaje, pera el pan esta recien hecho y caliente.

– Es un banquete, hija mia -dijo el, e inclino la cabeza con gravedad-.

Conoci a tu padre y le tuve en estima. Este es un buen pan. -Le dedico una sonrisa, y luego miro cenudo a Santiago-. Y tu, ?que estas escribiendo? -?Como! Escribo exactamente lo que has dicho.

Y asi empezo.

Duro una hora entera.

Hablaron, discutieron cada una de las condiciones y clausulas usuales.

Santiago regateo sin piedad cada punto concreto. Las propiedades de la muchacha serian suyas a perpetuidad, y si alguna vez su marido, alegando no importa que motivo, la repudiaba, sus propiedades retornarian a ella con las indemnizaciones que reclamaran sus parientes; y asi discutieron cada punto tal como solia hacerse siempre, y discutieron y siguieron discutiendo. Y Santiago se salio con la suya todas las veces. De vez en cuando Cleofas le hacia una sena de asentimiento, o alzaba un dedo para exigir cautela, pero en general fue Santiago quien lo negocio todo, hasta que todo quedo escrito. Y firmado.

– Ahora os ruego, senores, que permitais que la novia se case lo antes posible -declaro Hananel con un encogimiento de hombros cansado. Su voz se habia difuminado un poco a causa del vino, y se frotaba los ojos como si le dolieran-. En vista de lo que ha sufrido esa nina, en vista de la disposicion de su padre, celebremos ya la ceremonia. Dentro de tres dias o antes incluso, insisto, por el bien de la chica. Yo me ocupare de inmediato de los preparativos en mi casa.

– No, senor -dije-. Eso no sera asi.

Santiago me dirigio una mirada aguda, llena de aprension y desconfianza.

Pero ninguna mujer me miro. Para ellas estaba clara la objecion que yo iba a plantear.

– Dentro de pocos meses -dije-, por Purim, Abigail estara preparada para recibir al cortejo del novio, cuando venga a esperarla en el umbral de esta casa, y lo recibira convenientemente ataviada para su nuevo marido y debajo del pabellon; y todos nuestros parientes saldran a saludaros y a cantar, y desfilaran con vosotros y bailaran con vosotros, y entonces ella sera vuestra.

Santiago me dirigio una mirada encendida. Mi tio alzo las cejas pero no dijo nada. Jose me observaba con placidez.

Mi madre asintio y las demas mujeres la imitaron.

– Eso significa esperar mas de tres meses -suspiro Ruben.

– Si, senor -confirme-. Inmediatamente despues de Purim, cuando todos hayamos escuchado el pergamino de Esther, como corresponde hacer.

Hananel me miro fijamente y despues accedio.

– De acuerdo. Estamos conformes.

– Pero ahora, si se me permite -pidio Ruben-, pido si es posible verla solo un momento, hablar con ella, para darle este regalo. -?Que regalo es ese? -pregunto Santiago.

Le hice un gesto de que callara. Todos sabiamos que el compromiso no quedaria cerrado hasta que Abigail recibiera el regalo de Ruben.

Santiago miro a Ruben, cenudo.

Este saco el regalo con cuidado y aparto la envoltura de seda. Era un collar de oro, muy delicado y finamente trabajado. Tenia piedras preciosas que relucian. Yo nunca habia visto nada asi. Podia venir de Babilonia o de Roma.

– Dejadme ver si la chica esta bien y puede hablar -dijo mi madre-.

Senor, bebe tu vino y dame tiempo para hablar con ella. Estare de vuelta tan pronto pueda.

Hubo algunos sonidos ahogados en la habitacion de arriba. Bajaron varias mujeres. Ruben se puso en pie y Santiago hizo lo mismo. Yo estaba ya levantado.

Hananel miraba expectante, y las lamparas iluminaban su cara ligeramente despectiva y aburrida.

Trajeron a Abigail hasta la puerta.

Vestia una sencilla tunica de lana blanqueada y un manto, y llevaba el pelo recogido en unas hermosas trenzas.

Las mujeres la empujaron con suavidad hacia delante. Ruben quedo frente a ella.

El susurro su nombre. Le tendio el regalo envuelto en seda con ambas manos, como si fuera un objeto fragil que pudiera romperse en pedazos.

– Para ti, mi novia -dijo-. Si te dignas aceptarlo.

Abigail me miro. Yo le hice un gesto afirmativo.

– Vamos, puedes aceptarlo -la animo Santiago.

Ella recibio el regalo y desenvolvio la seda. Se quedo mirando el collar, en silencio. Estaba deslumbrada.

Sus ojos encontraron los de Ruben de Cana.

Yo mire al abuelo. Se habia transformado. Su fria mirada de desden habia desaparecido. Miraba absorto a

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