acudieron a la puerta del establo a contar a mi madre y mi padre que los angeles cantaban, no, no bastan para ti. Y tampoco los Magos, los hombres lujosamente ataviados que venian de Persia y entraron en las estrechas calles de Belen con su caravana, guiados alli por una estrella que refulgia en el cielo. ?No te basta! No te basta haber visto tu mismo a los hombres que dejaron este cofre al pie de mi cuna. No, no basta, nunca basta, ninguna senal es suficiente. Ni las palabras de nuestra santa prima Isabel, madre de Juan hijo de Zacarias, antes de morir, cuando nos conto las palabras pronunciadas por su marido al dar a su hijo el nombre de Juan, cuando nos hablo del angel que habia anunciado su nacimiento. No, no basta. Y tampoco las palabras de los profetas.

Me detuve. El se asusto. Dio un paso atras y mis hermanos se apartaron tambien de mi, incomodos.

Yo di un paso adelante y Santiago retrocedio de nuevo.

– Eres mi hermano mayor y el cabeza de esta familia -dije-, y debo tener paciencia contigo. Y te he prestado obediencia y he intentado tener paciencia, y lo intentare otra vez, y tendras todo mi respeto porque te quiero y siempre te he querido, sabiendo quien eres y lo que eres, y que has soportado lo que todos hemos de soportar.

El seguia sin habla, agitado.

– Pero ahora escucha esto -anadi.

Me acerque al cofre y lo abri. Retire la tapa. Mire el contenido, los jarrones relucientes de alabastro y la gran coleccion de monedas de oro, abrigadas en su caja forrada de terciopelo. Saque la caja y volque las monedas en el suelo.

Las vi relucir al desparramarse.

– Ahora escucha esto -repeti-. Esto es mio, me fue dado a mi nacimiento, y yo lo doy ahora para el ajuar de novia de Abigail, y para sus anillos y brazaletes y por todas las riquezas que le han sido arrebatadas; lo doy para su pabellon. ?Lo doy para ella! Y hermano, te digo que no voy a casarme. ?Y esto… esto es mi rescate por no hacerlo! -Senale las monedas-. ?Mi rescate!

Me miro desconcertado. Miro las monedas desparramadas. Monedas persas. Oro puro. El oro mas puro con que un hombre puede acunar una moneda.

No volvi a mirarlas. Las habia visto una vez, mucho tiempo atras. Sabia que aspecto tenian; sabia cual era su tacto, su peso. No las mire ahora. Pero las vi brillar en la oscuridad.

Mi vision se nublo cuando volvi a mirar a Santiago. -Te quiero, hermano mio -dije-. ?Pero ya dejame en paz!

Sus manos se alzaron, sus dedos se entreabrieron inseguros. Vino hacia mi.

Los dos nos acercamos para abrazarnos.

En ese momento sonaron golpes en la puerta, golpes insistentes, uno y otro y otro.

Fuera sono la potente voz de Jason.

– Yeshua, abrenos. Yeshua, abre la puerta.

Agache la cabeza y me cruce de brazos. Mire a mi madre y le dirigi una sonrisa cansada, y ella me acaricio la nuca con su mano.

Cleofas abrio.

Desde el diluvio atronador de fuera entro el rabino, protegido bajo una cubierta de mantas de lana, y junto a el Jason, amparado de la misma manera.

El viento hizo portear con estrepito la puerta y una rafaga cruzo la habitacion como un animal salvaje entre nosotros. Cleofas cerro la puerta.

– Yeshua -dijo el rabino sin una palabra de saludo a los demas-. En nombre del Cielo, detenia. -?Detenerla? -pregunto Santiago-. ?Detener a quien? -?La lluvia, Yeshua! -imploro el rabino desde la sombra de su capucha de lana-. ?Yeshua, es una inundacion!

– Yeshua -dijo Jason-, el pueblo esta a punto de desaparecer bajo las aguas. Todas las cisternas, los mikvahsy los cantaros, estan llenos a rebosar. ?Estamos en medio de un lago! ?Quieres mirar fuera? ?Quieres oirlo? ?Puedes escucharlo? -?Quereis que rece para que deje de llover? -pregunte.

– Si -dijo el rabino-. Rezaste para que empezara, ?no es asi?

– Rece durante semanas, como todos los demas. -Era cierto. Mi mente volvio al momento terrible en el claro de la colina. «Padre, detenlo… Envia la lluvia»-. Rabino -le dije-, por mas que yo rezara, fue el Senor mismo quien nos envio la lluvia.

– Bueno, claro que si, sin duda, hijo mio -repuso el rabino con suavidad, las manos tendidas para encontrar las mias-. ?Pero por favor, reza de nuevo al Senor para que El pare la lluvia! Te lo ruego.

Mi tia Esther se echo a reir. Cleofas tambien empezo a reirse, con una risa ahogada como un susurro, hasta que mi tia Salome se unio a ellos, seguida inmediatamente por Maria la Menor. -?Silencio! -dijo Santiago. Todavia estaba agitado por lo sucedido antes, pero se contuvo y me miro-. Yeshua, ?quieres dirigir el rezo de todos para que el Senor cierre las compuertas del cielo ahora, si esa es Su voluntad? -?Daos prisa! -urgio Jason.

– Callad -dijo el rabino-. Yeshua, reza.

Yo incline la cabeza. Les aparte a todos de mi mente.

Aparte de mi mente todo lo que se interponia entre mi y las palabras que pronunciaba; puse en ellas mi corazon y mi aliento.

– Senor bondadoso, creador de todas las cosas buenas -dije-, que nos has salvado en este dia del derramamiento de sangre inocente… -?Yeshua! ?Pidele solo que pare la lluvia! -exclamo Jason-. Si no, todos los miembros de esta familia tendremos que ir por martillos, clavos y madera para construir un arca, ?porque vamos a necesitarla!

Cleofas estallo en una risa incontenible. Las mujeres intentaban disimular sus sonrisas. Los ninos miraban pasmados. -?Puedo continuar?

– Reza, antes de que todas las casas se derrumben -me urgio Jason.

– Senor de los Cielos, si es Tu voluntad, haz que acabe esta lluvia.

La lluvia ceso.

El repiqueteo en el techo ceso. Cesaron las rafagas furiosas contra los postigos. El silbido agudo de la lluvia azotando los arboles se apago.

La habitacion quedo sumida en un silencio incomodo. Luego oimos el gorgoteo del agua que bajaba por los desagues, se agolpaba en los numerosos canalones y goteaba desde el borde de los aleros.

Me invadio una sensacion de frio, un hormigueo como si mi piel estuviera doblemente viva. Senti un vacio, y luego una recuperacion gradual de lo que fuera que habia salido de mi. Suspire, y de nuevo mi vision se hizo humeda y borrosa.

Oi al rabino entonar el salmo de accion de gracias. Recite las palabras con el.

Cuando llego al final, empece otro en la lengua sagrada:

– Resuene el mar y cuanto contiene -dije-, y el mundo con todos los que lo habitan. Que los rios alcen las manos para aplaudir, que las montanas griten de alegria, ante el Senor que llega, que viene a gobernar la Tierra, a gobernar el mundo con justicia y a los pueblos con equidad.

Ellos repitieron mis palabras.

Me sentia mareado, y tan cansado que podia haberme dejado caer alli mismo. Me volvi y me arrime a la pared, y muy despacio tome asiento a la izquierda del brasero. Jose se sento tambien y se quedo observandome como antes.

Finalmente, levante la vista. Todos estaban en silencio, incluso los ninos mas pequenos. El rabino me miraba con dulzura y cierta tristeza, y Jason parecia embobado, hasta que se sacudio como si volviera a la realidad y me dijo con una reverencia:

– Gracias, Yeshua.

El rabino me dio tambien las gracias, y lo mismo hicieron todos los presentes, uno por uno. Luego Jason senalo. -?Que es eso?

Miraba el cofre de oro. Su mirada recorrio las monedas desparramadas que relucian en la penumbra. Trago saliva, asombrado:

– De modo que eso es el tesoro -dijo-. Vaya, nunca crei que existiera.

– Ven, vamonos -dijo el rabino, y le empujo hacia la puerta-. Buenas noches a todos, benditos ninos, y mi bendicion a todos los que se cobijan bajo este techo. Y muchas gracias de nuevo.

Se oyeron murmullos corteses, ofrecimientos de vino, los inevitables cumplidos. La puerta se abrio y volvio a cerrarse. Silencio. Me tendi de lado, con mi brazo como almohada, y cerre los ojos.

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