Alguien recogio las monedas y volvio a colocarlas en su caja. Eso fue todo lo que llegue a oir, y unos pasos cautelosos. Luego me sumergi en un lugar seguro, un lugar donde podria estar solo por unos momentos, a pesar de todas las personas apinadas a mi alrededor.
17
La tierra estaba recien lavada. El arroyo rebosaba y los campos habian absorbido la lluvia y pronto estuvieron listos para el arado, a tiempo aun para una cosecha abundante. El polvo ya no cubria la hierba y los viejos arboles, y los caminos, blandos y encharcados el primer dia, quedaron desde el segundo bastante practicables, y por todas partes en las colinas brotaron las inevitables y confiadas flores silvestres.
Todas las cisternas, los mikvahs, cantaros, jarras, barrenos y barriles de Nazaret y las aldeas proximas estaban llenos a rebosar. En todo el pueblo se desplego el lujo y la alegria de la ropa lavada y tendida a secar. Las mujeres reanudaron con pasion renovada el trabajo en los huertos.
Por supuesto se hablo mucho de la existencia de hombres santos que podian traer la lluvia y hacer que parara simplemente con pedirlo al Senor; el mas famoso de ellos habia sido probablemente Joni, el dibujante de circulos, un Galileo de varias generaciones atras, pero hubo tambien muchos otros.
Y asi, la gente venia a verme y entraba y salia de casa, no para decir «Ah, que gran milagro, Yeshua», sino mas bien: «?Por que no rezaste antes para que lloviera?», o «Yeshua, sabiamos que solo era necesario que tu rezaras, pero la cuestion es por que esperaste tanto», y asi sucesivamente.
Algunos lo decian en tono de broma, y la mayoria con buena intencion.
Pero algunos hacian esas observaciones en son de burla, y la murmuracion recorria todo Nazaret y se decia: «?De haber estado cualquier otro hombre en aquella arboleda…!», y «Bueno, visto que se trataba de Yeshua, esta claro que no ocurrio nada».
Toda la familia andaba atareada con los trabajos que habia que acometer, e incluso Ana la Muda se decidio a salir del pueblo por primera vez desde su llegada anos atras, y acompano a mis tias y a mi madre a Seforis, a comprar el lino mas fino y transparente para la tunica de Abigail, y vestidos y velos, y para visitar a quienes vendian los bordados de oro mas delicados.
Mientras trabajabamos en varios encargos en Seforis, busque todas las ocasiones que pude para ayudar a Santiago, y el me agradecio esa pequena amabilidad. Le pasaba el brazo por el hombro siempre que podia, y el hacia lo mismo conmigo; y nuestros hermanos vieron esos abrazos y oyeron las palabras amables, y lo mismo ocurrio con las mujeres de la casa. De hecho, su esposa Mara llego a declarar que el parecia otro hombre y que ojala le hubiera reprendido yo mucho antes. Pero no me lo dijo a mi. Se lo oi decir a tia Esther en un susurro.
Desde luego, Santiago pregunto en cierto momento, porque creia que era lo mejor, por que no llamabamos a la comadrona, para que Ruben de Cana pudiera tener una certeza completa. Pense que mis tias iban a hacerle pedazos con sus propias manos. -?Y cuantas comadronas tendran que hurgar en ese territorio virginal -pregunto mi tia Esther-, antes de que se rompa la misma puerta que esperan encontrar intacta? ?A ti que te parece?
Y no se volvio a hablar del tema.
No volvi a ver a Abigail. Estaba recluida con la vieja Bruria en las habitaciones reservadas a las mujeres, pero llegaron tres cartas dirigidas a ella de parte de Ruben bar Daniel bar Hananel de Cana, y ella las leyo delante de todas las mujeres reunidas, y escribio las respuestas de propia mano, expresando sentimientos carinosos y dulces, y esas cartas yo mismo las lleve por ella a Cana.
En cuanto a Ruben, venia al pueblo siempre que podia para discutir con Jason este o aquel punto de la Ley, pero sobre todo para pasear con la vana esperanza de ver siquiera un instante a su novia, cosa que no ocurrio.
En cuanto a Shemayah, el mismo se habia labrado su verguenza. Un hombre rico, el mas rico con diferencia de Nazaret, habia hecho lo que solo un pobre hombre se habria atrevido a hacer, lo que nunca habria intentado ningun otro. Y lo habia hecho de una forma inesperada y definitiva.
Lo primero que se supo de Shemayah fue una semana mas tarde, cuando arrojo a nuestro patio todos los objetos y vestidos que habian pertenecido a su hija.
Oh, bueno, todas esas pertenencias preciosas estaban guardadas en cofres de cuero, y no se estropearon a pesar de haber atravesado las celosias como proyectiles lanzados contra una ciudad sitiada.
En cuanto a mi mismo, me sentia atormentado.
Mi cansancio era comparable al de un hombre que hubiera trepado durante siete dias, sin parar un instante, a una montana empinada. No podia ir a la arboleda a dormir. No, la arboleda estaba ahora manchada por mis propios errores y nunca podria encontrar en ella la paz de antes, y si en cambio me atraeria nuevas recriminaciones, burlas y desprecios. La arboleda me estaba vedada.
Y nunca la habia necesitado tanto. Nunca habia necesitado a tal extremo estar solo, disfrutar de ese sencillo e inocente gozo.
Camine.
Camine al atardecer por las colinas; fui y volvi por el camino de Cana y llegue tan lejos como pude y a veces volvi a casa ya de noche cerrada, bien envuelto en mi manto, con los dedos helados. No me importaba el frio. No me importaba el cansancio. Tenia un proposito, y era el de alejarme de aquel lugar para poder luego dormir sin suenos, y de ese modo conseguir de alguna manera soportar el dolor que sentia.
No podia senalar una causa real a ese dolor. No era porque los hombres murmuraran que yo habia estado solo con la chica; no era porque pronto la veria felizmente casada. Ni siquiera por haber herido a mi hermano, porque al dedicarme a curar esa herida senti el fraternal afecto que el me profesaba, y el mio por el, con una intensidad particular.
Era una inquietud terrible, la sensacion continua de que todo lo que habia ocurrido a mi alrededor era de alguna manera una senal.
Finalmente, una tarde despues de concluido el trabajo del dia -colocar un suelo, cosa que me dejo las rodillas tan doloridas como siempre-, fui a la Casa de los Esenios en Seforis, y deje que aquellos hombres amables vestidos de lino lavaran mis pies, como era su costumbre con cualquier hombre cansado que se acercara por alli, y me ofrecieran un vaso de agua fresca.
Me sente junto a un pequeno hogar proximo al patio interior, y los observe largamente. No conocia los nombres de quienes trabajaban en aquella casa.
Los Esenios tenian muchas casas asi, aunque por supuesto no para hombres que, como yo mismo, vivian en los alrededores, sino para los viajeros necesitados de alojamiento. ?Me conocian aquellos jovenes que procedian de otras comunidades de Esenios? No lo se. Observe los grupos en movimiento de quienes se dedicaban a barrer y limpiar, y a quienes, mas lejos, leian en la pequena biblioteca. Alli habia algunos ancianos que sin duda conocian a todo el mundo.
No me atrevi a plantear una pregunta en mi mente. Solo me quede alli sentado, esperando. Esperando.
Finalmente, uno de los mas ancianos se acerco vacilante, arrastrando una pierna y ayudandose con un baston que empunaba en la mano derecha, y se sento en el banco a mi lado.
– Yeshua bar Yosef -dijo-, ?tienes alguna noticia reciente de tu primo?
Esa era la respuesta a mi pregunta no formulada.
Ellos no sabian donde estaba Juan hijo de Zacarias, y nosotros tampoco.
Le dije que no teniamos noticias, y luego hablamos con tranquilidad, el anciano y yo, sobre quienes se internan en el desierto para rezar, para encontrarse a solas con el Senor, y como debian de ser las noches solitarias bajo las estrellas, con el aullido del viento del desierto. El anciano no lo sabia por experiencia propia, y yo tampoco. Ninguno de los dos volvio a pronunciar el nombre de Juan.
Despues volvi a casa dando un largo rodeo, trepando primero a un pequeno otero, cruzando despues un claro entre los olivos, y luego siguiendo la orilla del arroyo. Finalmente, lo vadee cuando ya sentia los huesos doloridos y suspiraba por sentarme junto al fuego con un aspecto de agotamiento tal que a nadie se le ocurriera hacerme preguntas. ?Cuantos dias pasaron?
No los conte. La lluvia volvio a visitarnos, en forma de bienvenidos chaparrones ligeros. Una bendicion para cada brizna de hierba de los campos.