Ruben, Hananel, el rabino y el grupo mas reciente de soldados del rey, varios de los cuales servian de escolta a los ricos que viajaban en literas de colores brillantes… Y yo me quede atras, contemplando la enorme multitud dispersa por aquel suelo pedregoso, y el cielo que se oscurecia en lo alto.
El aire calido traia el suave aroma del rio y los humedales verdes, y se oian los chillidos de los pajaros que siempre se reunen en las cercanias del agua.
Me gustaba y mi corazon cantaba tambien, pero al mismo tiempo sentia la misma tristeza que habia percibido en mi madre. Era una sensacion de ligereza y a la vez terrible: una especie de ambivalencia y asombro ante las cosas mas pequenas y triviales.
Algo estaba cambiando para siempre. Los ninos, llamados ahora a acostarse, no percibian ese cambio, solo la novedad y la aventura, como si se tratara de una excursion al mar grande.
Incluso mis hermanos se encontraban en un estado de euforia cansada, que ellos mismos se describian unos a otros como el deseo que tenian de confesarse, purificarse, incluso ser bautizados si insistia en ello Juan hijo de Zacarias, y regresar despues a sus diversas ocupaciones, a este o aquel problema de su vida cotidiana, con energia renovada.
La conciencia que tenia yo de aquel momento era enteramente distinta. No queria apresurarme y tampoco quedarme atras. No me preocupaba la distancia mayor o menor que habia si tomabamos un camino u otro. Avanzaba despacio hacia lo que en definitiva significaba la separacion de todo lo que me rodeaba.
Lo sabia. Lo sabia sin saber como ni que ocurriria en concreto. Y en el unico lugar en que veia esa misma conciencia -y en cierta manera la misma aceptacion-, era en la dulce mirada habitual de mi madre.
20
Era media manana, bajo un cielo gris y desapacible, cuando llegamos al lugar de la reunion bautismal.
Ni siquiera el numero de los nuestros nos habia preparado para las dimensiones de aquella multitud extendida a lo largo de ambas orillas, hasta donde alcanzaba la vista, muchos de ellos instalados en tiendas ricamente decoradas y con vituallas dispuestas sobre sus alfombras, mientras otros eran vagabundos andrajosos que venian a codearse con los sacerdotes y los escribas.
Invalidos, mendigos, ancianos e incluso las mujeres pintarrajeadas de la calle formaban parte de aquel gentio, al que venian a sumarse todos los que habian llegado con nosotros.
Los soldados del rey estaban por todas partes, y reconocimos los uniformes de quienes servian aqui al rey Heredes Antipas, y los que servian al otro lado a su hermano Filipo, y alrededor de unos y otros a mujeres suntuosamente vestidas, rodeadas por sus sirvientes, o que simplemente asomaban la cabeza desde sus lujosas literas.
Cuando finalmente alcanzamos a ver al propio Juan, la multitud guardo silencio y los himnos que se cantaban a lo lejos quedaron como un simple fondo acustico. Hombres y mujeres se despojaban de sus ropajes exteriores y entraban en el agua solo con sus tunicas, y algunos hombres se quitaban incluso estas, y con solo un pano sujeto a las caderas se acercaban a la silueta claramente visible de Juan, en medio de sus numerosos discipulos.
Por todas partes se oian los susurros confidenciales de quienes confesaban sus pecados y pedian perdon al Senor, entre murmullos lo bastante altos para que se oyera la voz pero no se distinguieran las palabras, mientras los ojos se cerraban y las ropas caian entre los juncos, y la gente se metia en el humedal y luego en el rio.
Los discipulos de Juan lo flanqueaban a izquierda y derecha.
El mismo era inconfundible. Alto, con el polvoriento pelo negro muy largo, cayendo sobre los hombros y la espalda, recibia a un peregrino tras otro; sus ojos oscuros brillaban a la luz gris de la manana, y su voz profunda dominaba todo el rumor de voces que le rodeaba.
– Arrepentios, porque el Reino de los Cielos esta cerca -decia, como si cada vez fuera la primera, y quienes le rodeaban repetian la frase, hasta que pronto percibimos que sonaba como una salmodia que variaba de timbre y tono en ciertos momentos, al azar de las incesantes confesiones.
Jason y los jovenes se quedaron atras, cruzados de brazos, observando.
Pero uno a uno mis hermanos bajaron, se quitaron sus ropas y entraron en el agua.
Vi a Santiago sumergirse en la corriente y emerger despacio mientras Juan, sin que su rostro cambiara lo mas minimo por el presumible reconocimiento, derramaba el agua de una concha sobre su cabeza.
Josias, Judas y Simon se acercaron a los discipulos, y con ellos fueron sus hijos y sobrinos. Menahim llevaba de la mano a Isaac el Menor, muy pegado a el porque al parecer le asustaban el suelo esponjoso y los densos juncales, y el mismo rio a pesar de que su profundidad no pasaba de las rodillas de alguien de pie.
Una tienda sostenida por cuatro postes decorados se abrio sonoramente al viento cuando las nubes grises se apartaron para dar paso a un sol radiante.
Salio de ella un rico recaudador de impuestos, un hombre al que solo conocia de mis viajes para trabajar o visitar Cafarnaum.
Se coloco a mi lado y observo la masa movil de los bautizantes y los bautizados; el grosor de aquella multitud parecia hincharse y crecer a derecha e izquierda mientras la observabamos.
De entre la gente situada detras de nosotros, abriendose paso a codazos para avanzar, salio un fariseo ricamente vestido y con una larga barba blanca, acompanado por dos hombres pertenecientes a la clase sacerdotal, a juzgar por sus finas vestiduras de lino. -?Con que autoridad haces esto? -pregunto el fariseo de la barba blanca -. Vamos, Juan hijo de Zacarias. Si no eres Elias, ?por que convocas aqui a la gente para el perdon de sus pecados? ?Quienes son tus discipulos?
Juan se detuvo y levanto la mirada.
El sol que asomaba detras de las nubes grises obligo a Juan a entornar los ojos para ver mejor al hombre que se le enfrentaba. Su mirada se detuvo un momento en mi y en el recaudador de impuestos.
De nuevo hablo el fariseo: -?Con que autoridad te atreves a traer a estas gentes aqui? -?Traer? ?Yo no los he traido! -respondio Juan, Su voz dominaba sin esfuerzo el tumulto de los reunidos.
Retenia su aliento como una persona acostumbrada a hablar por encima de los ruidos o del viento.
– Os lo he dicho. No soy Elias. No soy el Cristo. ?Os he dicho que quien llega despues de mi esta delante de mi!
Parecia ganar fuerzas mientras hablaba. Los discipulos seguian bautizando a los peregrinos.
Vi a Abigail entrar en el rio totalmente vestida. Y el joven que le indicaba por senas que habia de arrodillarse en el agua era mi primo Juan hijo de Zebedeo. Estaba alli, con sus ropajes mojados pegados al cuerpo, el cabello largo y sin peinar, un muchacho de apenas veinte anos arrimado al hombre que gritaba ahora a todo el que quisiera escucharle: -?Os repito que sois una raza de viboras! Y no penseis que estais a salvo declarandoos hijos de Abraham. Os digo que el Senor puede hacer crecer hijos de Abraham de estas mismas piedras. En este mismo momento, el hacha esta ya cortando el arbol de raiz. ?Los arboles que no dan buen fruto seran derribados, y arrojados al fuego!
En todas partes, la multitud miraba de reojo a los rabinos y sacerdotes que se adelantaban al oir las voces de Juan.
Jason le grito: -?Juan, dinos de donde te viene la autoridad para decirnos esas cosas! Es lo que quiere saber esta gente.
Juan miro en su direccion, pero no parecio reconocerlo, o no mas de lo que reconocia a cualquier otro hombre en particular, y contesto: -?No os lo he dicho? Os lo repetire. Yo soy la voz que clama en el desierto, para preparar el camino al Senor, para facilitar su paso. Por todos los barrancos bajara el agua, y las montanas y colinas se allanaran; los lisiados caminaran erguidos y los caminos tortuosos seran rectos… ?y todos los que son de carne y hueso veran la salvacion de Dios!
Parecio que incluso quienes se encontraban en los limites mas lejanos de aquella multitud le oian. Se alzo un clamor de voces que daban gracias, y mas y mas personas entraron en el rio. Jason y Ruben bajaron tambien al rio.
Vi que Juan subia por la orilla, con su largo cabello lacio todavia empapado, para acercarse a Jose, que trataba de caminar sostenido por Santiago y mi madre.
El recaudador de impuestos contemplaba el descenso al rio del anciano.
Juan recibio el mismo a Jose, pero de nuevo no vi en sus ojos ningun signo de que reconociera al hombre y a