– El angel me dijo que la fuerza del Senor vendria a mi -prosiguio-. Y asi fue. La sombra del Senor vino a mi (yo la senti) y a su debido tiempo empece a notar la vida que crecia en mi seno. Y eras tu.

No dije nada y ella bajo la vista.

El ruido de la ciudad habia cesado. Mi madre me parecio muy bella a la luz de las antorchas. Tan bella quiza como Sara se lo parecio al faraon, o Raquel a Jacob. Mi madre era bella. Modesta pero hermosa, por mas velos que llevase para ocultarlo, por mucho que inclinara la cabeza o se ruborizara.

Senti ganas de estar en su regazo, entre sus brazos, pero me quede quieto.

No era correcto moverse ni decir nada.

– Y asi sucedio -dijo, levantando de nuevo la vista-. Jamas he estado con un hombre, ni entonces ni ahora, ni lo estare nunca. He sido consagrada al Senor.

Asenti con la cabeza.

– No puedes entenderlo, ?verdad? No comprendes lo que intento decirte.

– Si comprendo -dije. Jose no era mi padre, si, lo sabia. Yo nunca le habia llamado padre. Lo era ante la Ley, y habia desposado a mi madre, pero el no era mi padre. Y ella, que se comportaba siempre como una muchacha y las otras mujeres como sus hermanas mayores, lo sabia, si, desde luego que lo sabia-. Todo es posible con el Senor -dije-. El Senor hizo a Adan del barro y Adan no tuvo una madre. El Senor puede crear un hijo sin necesidad de padre.

– Me encogi de hombros.

Ella meneo la cabeza. Ahora no era una muchacha, pero tampoco una mujer. Era dulce y parecia triste. Cuando volvio a hablar, no parecia la de siempre.

– Oigas lo que oigas cuando lleguemos a Nazaret -dijo-, no olvides lo que te he dicho esta noche.

– ?La gente dira cosas…?

Ella cerro los ojos.

– ?Por eso tu no querias volver alli, a Nazaret? -pregunte.

Mi madre exhalo el aire y se llevo la mano a la boca. Estaba azorada.

Inspiro hondo y luego susurro con dulzura:

– ?No has entendido lo que te he dicho! -Se la veia dolida, crei que se echaria a llorar.

– No, mama, si que lo entiendo -dije enseguida. No queria que sufriera-.

El Senor puede hacer cualquier cosa.

Parecia decepcionada, pero me miro y, haciendo un esfuerzo, me sonrio.

– Mama -dije tendiendole los brazos.

La cabeza me vibraba de tanto pensar. Recorde los gorriones, a Eleazar muerto en la calle y resucitando despues, y tantas otras cosas, cosas que se deslizaban por mi mente demasiado llena de cosas. Y las palabras de Cleofas: que yo debia crecer como cualquier otro nino, igual que el pequeno David habia permanecido en el rebano hasta que lo llamaron, y que no dejara que mi madre estuviese triste. ?Que habia querido significarme con eso?

– Lo veo. Lo se -le dije a mi madre. Sonrei apenas, de aquella manera que solo hacia con ella. Era mas una senal que una sonrisa.

Ella me correspondio con la suya: una sonrisa menuda. De repente parecio olvidarse de todo lo que habia pasado y me tendio sus brazos. Me incorpore de rodillas y entonces me abrazo con fuerza.

– Ya basta por ahora -dijo-. Basta con que tengas mi palabra -me susurro al oido.

Al cabo de un rato, nos levantamos y volvimos con la familia.

Me tumbe en mi lecho de fardos y ella me tapo, y bajo las estrellas, mientras la ciudad cantaba y Cleofas cantaba tambien, me dormi profundamente.

Despues de todo, era el sitio mas lejano al que podia ir.

5

Por la manana, las calles estaban tan atestadas que casi no podiamos movernos, pero aun asi avanzamos, incluso los bebes en brazos de sus madres, camino del templo.

Cleofas habia descansado y se encontraba un poco mejor, aunque todavia se lo veia muy debil y necesitaba ayuda.

Yo iba a hombros de Jose, y la pequena Salome en los de Alfeo, disfrutando de la vista mientras la multitud nos arrastraba por las callejas y bajo las arcadas, hasta que llegamos a la gran explanada delante de la enorme escalinata y los muros dorados del Templo.

Alli las mujeres y los ninos pequenos se separaron de los hombres en sendas filas que se dirigian lentamente hacia los banos rituales, porque habia que banarse a conciencia antes de entrar en el Templo.

Aquello no era la ceremonia de la Pascua propiamente dicha, que constaba de tres etapas, la primera de ellas cuando los hombres fueran rociados ese mismo dia dentro del Templo. Lo nuestro se trataba solo de una limpieza general puesto que veniamos de un largo viaje, y porque nos disponiamos a penetrar en el recinto sagrado. Y ya que los banos estaban alli, nuestra familia quiso hacerlo pese a que la Ley de Moises no lo exigia perentoriamente.

Nos llevo bastante tiempo. El agua estaba fria y nos alegramos cuando por fin pudimos vestirnos otra vez, salir de nuevo a la luz y reunimos con las mujeres. La pequena Salome y yo volvimos a tomarnos de la mano.

Parecia que la multitud iba en aumento, aunque yo no concebia como podia haber cabida para mas gente de la que ya habia. Cantaban los salmos en hebreo. Unos rezaban con los ojos casi cerrados, otros simplemente charlaban, y los ninos lloraban como suelen hacerlo en cualquier parte.

Una vez mas, Jose me subio a sus hombros. Y, cegados casi por la luz que despedian aquellos muros, empezamos a subir la escalinata.

Mientras ascendiamos peldano a peldano adverti que todo el mundo estaba tan abrumado como yo por la magnitud del templo, y que la gente parecia rezar en voz alta aunque las palabras que pronunciaban no fueran oraciones.

Parecia imposible que el hombre pudiera construir muros de semejante altura, mucho menos decorarlos con un marmol tan absolutamente blanco. Las voces reverberaban en las paredes, pero cuando llegamos arriba y hubimos de apretujarnos para pasar por la verja, vi soldados abajo en la plaza, algunos de ellos montados a caballo.

No eran soldados romanos (yo no sabia que otra cosa podian ser), pero la gente puso mala cara. Incluso desde tanta distancia pude distinguir que algunos los increpaban puno en alto; los caballos se encabritaban como suelen hacer los caballos, y me parecio ver volar piedras.

El lento paso de la espera se me hacia insoportable. Supongo que queria que Jose empujara fuerte para poder pasar, pero el no era de esos. Y ademas teniamos que mantenernos todos juntos, lo cual incluia a Zebedeo y su gente, asi como a Isabel y el pequeno Juan y los primos de cuyos nombres ya no me acordaba.

Por fin franqueamos las puertas y, para mi sorpresa, nos encontramos en un enorme tunel cuyos hermosos detalles decorativos apenas se distinguian.

Los rezos de la gente resonaban en el techo y las paredes. Me sume a los rezos, pero sin dejar de mirar alrededor, y de nuevo volvi a notar que me faltaba el aliento, igual que cuando Eleazar me habia dado una patada dejandome sin resuello.

Por fin llegamos a un gran espacio abierto dentro del primer patio interior del templo, y fue como si todo el mundo se pusiera a gritar a la vez.

A cada lado, pero lejos, muy lejos, se veian las columnas de los soportales y entre ellas una cola interminable de gente, mientras que ante nosotros se levantaba, altisima, la pared del sagrario. Y la gente que estaba subida a los tejados era tan pequenita que yo ni siquiera podia verles la cara, tan grande era ese lugar santo.

Pude oir y oler a los animales reunidos mas alla en los porches, los animales que se vendian para ser sacrificados, y el ruido de toda la gente se acumulaba en mis oidos.

Pero la sensacion general de la muchedumbre cambio; todo el mundo era feliz de estar alli. Todos los ninos reian de felicidad. El sol brillaba con fuerza, como no lo hacia en las estrechas calles de la ciudad, y el aire era

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