le daba verguenza.

Una vez arriba, fuimos recibidos por un ejercito de parientes.

Entre ellos destacaba una anciana que hizo ademan de abrazar a mi madre cuando esta la llamo por su nombre.

– Isabel.

Era un nombre que yo conocia bien. Como el de su hijo, Juan.

Mi madre se lanzo en brazos de la anciana. Hubo llanto y abrazos y finalmente me pidieron que me acercara, a ella y a su hijo, un chico de mi edad que no abria la boca para nada.

Como digo, yo tenia noticias de la prima Isabel lo mismo que de muchos otros parientes, pues mi madre habia enviado muchas cartas desde Egipto y recibido otras tantas de Judea y Galilea. Yo solia acompanarla cuando iba a casa del escriba de nuestro barrio para dictarle las cartas. Y cuando ella recibia alguna, la leiamos y releiamos muchas veces, de modo que cada nombre tenia una historia que yo conocia.

Me impresiono mucho Isabel, que era serena y atenta, y su rostro me resulto agradable de un modo que no fui capaz de definir con palabras. Era algo que me ocurria a menudo con los ancianos, encontraba fascinantes sus arrugas y el hecho de que sus ojos brillaran todavia bajo los pliegues de piel.

Pero puesto que estoy narrando la historia desde el punto de vista del nino que yo era, lo dejaremos asi.

Tambien mi primo Juan tenia la delicadeza de su madre, aunque de hecho me hizo pensar en mi hermano Santiago. Como cabia esperar, los dos se vigilaban de cerca. Juan tenia el aspecto de un chico de la edad de Santiago, cosa que no era, y llevaba el pelo muy largo.

Juan e Isabel vestian prendas blancas muy limpias. Supe, por lo que mi madre y su prima hablaban, que Juan estaba dedicado al Senor desde su nacimiento. Nunca se cortaba el pelo y nunca compartia el vino de la cena.

Todo esto lo vi en cuestion de segundos, porque no cesaban los saludos, las lagrimas y los abrazos, la emocion general.

En el tejado ya no cabia nadie mas. Jose iba encontrando primos y, puesto que el y Maria eran tambien primos, eso significaba doble alegria. Y mientras tanto, Cleofas se negaba a beber el agua que su esposa le habia llevado, el pequeno Simeon lloraba, y la recien nacida Esther berreo hasta que su padre Simon la tomo en brazos.

Zebedeo y su mujer estaban haciendo sitio para nuestra manta, y la pequena Salome intento levantar a la pequena Esther. El pequeno Zoker se solto e intento escapar. La pequena Maria berreaba tambien, y entre eso y todo cuanto sucedia alrededor de mi, era casi imposible prestar atencion a nada.

Asi pues, agarre de la mano a la pequena Salome y empece a zigzaguear entre los mayores hasta llegar al borde del tejado. Habia alli un murete lo bastante alto para ser seguro. ?Se veia el Templo! Los tejados de la ciudad subian y bajaban a lomos de las colinas hasta los imponentes muros del Templo mismo.

Llegaba musica de la calle y oi gente cantando. El humo de las fogatas olia apetitoso y por todas partes la gente charlaba sin cesar, y aquello era como oir un cantico sagrado.

– Nuestro Templo -dijo con orgullo la pequena Salome, y yo asenti con la cabeza-. El Senor que creo el cielo y la tierra vive alli.

– El Senor esta en todas partes -dije.

Ella me miro.

– ?Pero en este momento se encuentra en el Templo! -exclamo-. Ya se que el Senor esta en todas partes, pero pensaremos que ahora esta en el Templo. Hemos venido para ir alli.

– De acuerdo -dije.

– Para estar con los suyos, ahora el Senor esta en el Templo -explico ella.

– Asi es. Y tambien en todas partes. -Segui contemplando el imponente edificio.

– ?Por que insistes? -pregunto ella. Me encogi de hombros.

– Sabes que es verdad. El Senor esta aqui, ahora mismo, contigo y conmigo. El Senor siempre esta con nosotros.

Ella rio, y yo tambien.

Las fogatas creaban una bruma ante nuestros ojos, y todo aquel bullicio, paradojicamente, aclaro mis pensamientos: Dios esta en todas partes y tambien en el Templo.

Manana entrariamos al recinto. Manana pisariamos el patio interior.

Manana, y luego los hombres recibirian la primera rociada de la purificacion mediante la sangre de la vaquilla como preparativo para el banquete de Pascua, que comeriamos todos juntos en Jerusalen para celebrar la salida de Egipto de nuestro pueblo hacia muchos, muchos anos. Yo estaria con los ninos y las mujeres, pero Santiago estaria con los hombres. Cada cual miraria desde su lugar, pero todos estariamos dentro de los muros del Templo. Cerca del altar donde serian sacrificados los corderos pascuales; cerca del sagrario al que solo tenia acceso el sumo sacerdote.

Supimos de la existencia del Templo desde que tuvimos edad para entender. Supimos de la existencia de la Ley de Moises antes incluso de saber nada mas. Jose, Alfeo y Cleofas nos la habian ensenado en casa, y luego el maestro en la escuela. Conociamos la Ley de memoria.

Senti una paz interior en medio de todo el bullicio de Jerusalen. La pequena Salome parecia sentirla tambien. Nos quedamos alli sin hablar ni movernos, y ni las risas ni las charlas ni los llantos de los bebes, ni la musica siquiera, nos afectaron durante un largo rato.

Despues, Jose vino a buscarnos y nos llevo de nuevo con la familia.

Las mujeres estaban regresando con comida que habian comprado. Era hora de reunirse todos y hora de rezar.

Por primera vez vi un gesto de preocupacion en Jose cuando miro a Cleofas, que seguia discutiendo con su esposa por el agua, negandose a beberia. Lo mire y supe que Cleofas no sabia lo que decia. Su cabeza no funcionaba bien.

– ?Ven a sentarte a mi lado! -me llamo.

Asi lo hice, a su derecha. Estabamos todos muy juntos. La pequena Salome se sento a su izquierda.

Cleofas estaba enfadado, pero no con ninguno de los presentes. De repente pregunto cuando llegariamos a Jerusalen. ?No se acordaba nadie de que ibamos a Jerusalen? Todo el mundo se asusto al oirlo.

Mi tia ya no pudo aguantar mas y levanto las manos al cielo. La pequena Salome se quedo muy callada, observando a su padre.

Cleofas miro en derredor y se dio cuenta de que habia dicho algo extrano.

Y al punto volvio a ser el de siempre. Cogio el vaso y bebio el agua. Inspiro hondo y luego miro a su esposa, que se le acerco. Mi madre fue con ella y la rodeo con el brazo. Mi tia necesitaba dormir, eso estaba claro, pero no podia hacerlo ahora.

La salsa, recien sacada del brasero, estaba muy caliente, lo mismo que el pan. Yo me moria de hambre.

Era el momento de la bendicion. La primera oracion que deciamos juntos en Jerusalen. Incline la cabeza. Zebedeo, que era el mayor de todos, dirigio la plegaria en nuestra lengua, y las palabras me sonaron un poco distintas.

Despues, mi primo Juan, hijo de Zacarias, me miro como si estuviera pensando algo muy importante, pero no dijo nada.

Por fin empezamos a mojar el pan. Estaba muy sabroso; no solo habia salsa sino un espeso potaje de lentejas y alubias cocidas con pimiento y especias. Y habia tambien higos secos para compensar su fuerte sabor, y a mi me encanto.

No pensaba en otra cosa que en la comida. Cleofas se habia animado a comer un poco, lo cual alegro a todos.

Era la primera cena buena desde que habiamos salido de Alejandria. Y era abundante. Comi hasta quedar ahito.

Despues, Cleofas quiso hablar conmigo e hizo que los demas se alejaran.

Tia Maria volvio a gesticular su desespero y se fue a descansar un rato, mientras tia Salome se ocupaba del pequeno Santiago y los otros ninos. La pequena Salome ayudaba con la recien nacida Esther y el pequeno Zoker, a quienes queria mucho.

Mi madre se acerco a Cleofas.

– ?Que quieres decirle? -le pregunto, sentandose a su izquierda, no muy pegada a el pero si cerca-. ?Por que

Вы читаете El Mesias
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×