que cometio Herodes. ?Como va a saber todo lo que sucede en el Imperio? Yo os digo que es preciso un ajuste de cuentas.

– Si -dijo el mas alto-, pero no en Jerusalen durante la Pascua, cuando acuden peregrinos de todas partes del Imperio.

– ?Por que no? -pregunto el otro-. ?Por que no cuando esta todo el mundo alli?, ?cuando al Cesar le llegue la noticia de que Herodes Arquelao no controla a quienes claman justicia por la sangre de los asesinados?

– Pero ?por que Herodes quemo vivos a los dos maestros de la Ley de Moises? -pregunte de improviso. Yo mismo me sorprendi.

Jose abandono sus cavilaciones, pese a que estaba lejos, y miro hacia mi y luego a los hombres.

Pero el alto, el mas sosegado, ya estaba respondiendo a mi pregunta.

– Porque descolgaron el aguila de oro que Herodes habia hecho colocar a la entrada del Templo, por eso. La Ley de Moises establece claramente que dentro de nuestro Templo no puede haber imagenes de seres vivos. Tu ya eres lo bastante mayor para saberlo. ?O no lo sabias? Que Herodes construyera el Templo no le autorizaba a poner la imagen de un ser vivo. ?Que sentido tenia llevar a cabo la reconstruccion de un templo majestuoso si lo que pretendia era transgredir la Ley de Moises y profanarlo con esa imagen?

Entendi lo que decia aunque sus palabras no eran faciles de entender. Me estremeci.

– Esos hombres eran fariseos, maestros de la Ley de Moises -prosiguio el alto, mirandome fijamente-. Fueron con sus alumnos a retirar el aguila. ?Y Herodes los mato por ello!

Jose estaba ahora a mi lado.

El tosco le dijo:

– No te lo lleves. Deja que aprenda. Asi conocera los nombres de Matias y Judas. Estos dos chicos deberian conocerlos -anadio senalandonos a Santiago y a mi-. Hicieron lo que era justo, aun sabiendo la clase de monstruo que era Herodes. Todo el mundo lo sabia. A vosotros, que estabais en Alejandria, ?que mas os daba? -Miro a mis tios-. Pero nosotros viviamos alli, teniamos que sufrir sus atrocidades. Las hubo de todas clases. Una vez, por un mero capricho de loco, temiendo que hubiera nacido un nuevo rey, un hijo de David, envio a sus soldados desde Jerusalen hasta el pueblo de Belen y…

– ?Basta! -ordeno Jose, aunque levanto la mano sonriendo gentilmente.

Me aparto de alli y me llevo con las mujeres. Dejo que Santiago se quedara con los demas.

El viento se llevaba sus palabras.

– Pero ?que paso en Belen? -pregunte.

– Oiras hablar de Herodes toda tu vida -respondio Jose con voz queda-. Recuerda lo que te dije: hay ciertas preguntas que no quiero que hagas.

– ?Iremos a Jerusalen a pesar de todo?

Jose no respondio.

– Ve a sentarte con tu madre y los ninos -dijo.

Obedeci.

El viento soplaba con fuerza y el barco se mecia. Me senti mareado y tenia frio.

La pequena Salome me esperaba con muchas preguntas. Me acurruque entre ella y mi madre. Alli se estaba calentito, y enseguida me encontre mejor.

Josias y Simeon estaban ya dormidos en su cama improvisada entre los fardos. Silas y Levi se habian ovillado con Eli, un sobrino de tia Maria y tio Cleofas que habia venido a vivir con nosotros. Senalaban hacia la vela y el aparejo.

– ?Que decian? -quiso saber Salome.

– En Jerusalen estan pasando cosas -respondi-. Espero que vayamos. Tengo ganas de conocer la ciudad. - Pense en todo lo que habia oido decir y anadi-: Imaginate, Salome, gente de todo el Imperio esta yendo a Jerusalen.

– Ya lo se. Debe de ser muy emocionante.

– Si -suspire-. Espero que Nazaret tambien sea un lugar bonito.

Mi madre dijo:

– Si, primero tienes que ver Jerusalen -dijo con cierta tristeza-. En cuanto a Nazaret, parece que eso es la voluntad de Dios.

– ?Es una ciudad grande? -pregunto Salome.

– Ni siquiera es una ciudad -dijo mi madre.

– ?No? -pregunte.

– Es un pueblo -dijo-, Pero una vez lo visito un angel.

– ?La gente dice eso? -pregunto la pequena Salome-. ?Que un angel bajo a Nazaret? ?Ocurrio de verdad?

– La gente no lo dice, pero yo lo se -contesto mi madre, y se quedo callada.

Ella era asi. Soltaba una cosita, y luego nada. Despues podia guardar silencio por mas que la cosieramos a preguntas.

Mi tio Cleofas volvio, tosiendo y enfermo, se tumbo y mi tia lo tapo y le dio unas palmaditas.

Nos oyo hablar de angeles en Nazaret (dijo que confiaba en que pudieramos verlos) y empezo a reirse para si de aquella manera suya.

– Mi madre dice que una vez un angel visito Nazaret -le explique. Eso quiza lo obligaria a comentar algo-. Mi madre asegura que lo sabe.

El siguio riendo mientras se acomodaba para dormir.

– ?Tu que harias, padre, si vieras un angel del Senor en Nazaret? -le pregunto Salome.

– Lo que hizo mi querida hermana. Obedecer al angel en todo cuanto el me dijese. Y reanudo su risita particular.

Mi madre monto en colera y miro cenuda a su hermano. Mi tia meneo la cabeza dandole a entender que no hiciera caso. No era la primera vez, tratandose de su esposo. Normalmente, mi madre hacia lo mismo, ignorar a su hermano.

La pequena Salome reparo en la furia de mi madre. Yo no supe a que atenerme, pues me extranaba mucho. Alce los ojos y vi que Jose estaba alli, observando, y comprendi que lo habia oido. Me supo muy mal. No sabia que hacer. Pero Jose se mantuvo al margen, absorto en sus pensamientos.

Entonces cai en la cuenta de algo que no habia notado antes. Era que Jose aguantaba al tio Cleofas pero de hecho nunca le respondia. Por el habia decidido hacer este viaje en barco en vez de por tierra. Y por el iria a Jerusalen, con todas las dificultades que eso suponia. Pero nunca le decia nada. Nunca reaccionaba a las risas de Cleofas.

Y Cleofas reia por todo. En la Casa de Oracion, se reia cuando las historias de los profetas le parecian graciosas. Empezaba a reir por lo bajo, y luego los ninos, como yo mismo, lo imitabamos. Asi lo habia hecho con la historia de Elias. Y cuando el maestro se enfado, Cleofas se mantuvo en sus trece, asegurando que algunos pasajes eran graciosos. Y que sin duda el maestro lo sabia. Entonces los mayores se pusieron a discutir con el maestro sobre la historia de Elias.

Mi madre se sosego y siguio con sus remiendos, esta vez con un trozo de buen algodon egipcio. Parecia que nada hubiera ocurrido.

El capitan del barco gritaba a su tripulacion. Al parecer, los marineros no podian descansar nunca.

Supe que era mejor no decir nada mas.

El mar centelleaba mientras el barco cabeceaba, transportandonos suavemente. Otras familias estaban cantando, y como sabiamos las letras nos unimos entonando con fervor…

Que mas daban los secretos, ibamos camino de Jerusalen.

4

Hasta la pequena Salome y yo estabamos cansados de los bandazos del barco cuando por fin arribamos al pequeno puerto de Jamnia. Era un puerto que solo utilizaban entonces los peregrinos y los barcos de carga lentos, y tuvimos que anclar lejos debido a los bajios y los escollos.

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