defensa.

– ?Os importa que me una a vosotros? -dijo Diana. Sin esperar respuesta, cogio una silla plegable y se sento. Temblo dentro de su tunica-. ?Hace frio aqui fuera!

– Deja que el sol penetre un rato -dije.

– Y hay un tercer rumor -dijo Eco-. Algunos dicen que Milon esta tramando la revolucion y que el asesinato de Clodio era simplemente el primer paso. Dicen que ha almacenado armas por toda la ciudad (debio de ser el arsenal de flechas que tenia en su casa para repeler a la turba la pasada noche), y ahora esta recorriendo los campos para reunir tropas que desfilen en Roma.

– Convirtiendose en otro Catilina? -Levante una ceja.

– Solo por esta vez, los revolucionarios tendrian a hombres como Ciceron a su favor, y no en contra.

– Ciceron es el ultimo hombre que apoyaria algo remotamente parecido a una revolucion, ni aunque la dirigiera su buen amigo Milon. Pero ?quien sabe hoy en dia? Supongo que cualquier cosa es posible.

– Ah, y mas noticias, papa. Esto debio de ocurrir ayer, mientras la chusma se amotinaba en el Foro. Una comision patricia del Senado se reunio ayer aqui en alguna parte del Palatino. Designaron por fin a un interrex.

Diana parecia confusa.

– Eco, corrigeme si no lo explico correctamente -dije-. En los casos en que no hay consules, por ejemplo, si ambos murieran en un combate…

– O si durante un ano entero no se celebraran comicios… -anadio Eco.

Corrobore con un gesto de cabeza.

– En tal caso, cuando no hay magistrados al frente del Estado, el Senado designa un magistrado temporal denominado interrex, es decir, un regente, para dirigir el gobierno y celebrar nuevas elecciones. Cada interrex presta servicios durante solo cinco dias, transcurridos los cuales se designa otro; de esa manera no les da tiempo a acostumbrarse al cargo. Y asi sucesivamente hasta que uno de ellos logre que se elijan nuevos consules. El Senado deberia haber nombrado un interrex a principios de ano, ya que no habia nuevos consules cuando los antiguos dimitieron, pero los amigos de Ipseo y Escipion consiguieron paralizar el nombramiento al creer que Milon llevaba ventaja. Ni interrex, ni comicios. Bueno, quizas por fin haya elecciones y se acaben todas esas habladurias sin sentido sobre resolver la crisis con un dictador.

– Al menos hasta dentro de cinco dias -dijo Eco-. Has olvidado un detalle tecnico, papa: el primer interrex no puede celebrar las elecciones. Solo podra hacerlo el interrex que lo suceda.

– ?El primer interrex no? -pregunte.

– Durante un plazo de cinco dias se limitara a vigilar una especie de periodo de enfriamiento.

Diana asintio:

– Por lo menos ese tiempo tardara en enfriarse el Senado.

El primer interrex no tenia autoridad para celebrar comicios, segun habia apuntado Eco. Pero los seguidores de Escipion y de Ipseo, que tenian la impresion de que la candidatura de Milon estaba perdida, decidieron que habia llegado el momento de celebrarlos. Mientras Eco y yo hablabamos, aquellos rodeaban la casa de Marco Lepido, el recientemente nombrado interrex, en el Palatino. La esposa de Lepido, una dama de irreprochable caracter llamada Cornelia, estaba ocupada en la instalacion de telares ceremoniales en la entrada, siguiendo asi una antigua costumbre que debian observar las esposas de los regentes. (Nadie sabe el origen de esta costumbre; quizas tenga algo que ver con el papel del interrex de entretejer los hilos del futuro de la Republica.)

Cuando Lepido aparecio en la puerta, los lideres de la multitud le pidieron que celebrara comicios inmediatamente. Les explico que le era imposible hacerlo. Repitieron la demanda. Lepido, un patricio chapado a la antigua, les dijo exactamente donde se podian meter una idea tan radical, y con un lenguaje que habria enrojecido las orejas de cualquiera. Despues les cerro la puerta en las narices.

La multitud no estallo en una revuelta pero si estrecho el cerco alrededor de la casa para evitar que nadie entrara o saliera. Encendieron hogueras en la calle para no pasar frio. Para divertirse, se pasaban botas de vino y entonaban canturreos electoralistas, muchos de ellos eran poemas obscenos sobre Fausta, la esposa de Milon, celebre por sus infidelidades.

Cuando el vino hizo impronunciable la embrollada letra, recurrieron a un cantico mas sencillo: «?Al trote, al trote! ?Etrusco el que no vote!».

El interrex, cabeza visible del Imperio romano (al menos por unos dias), estaba prisionero en su propia casa.

Por supuesto, todo hombre esta prisionero en su propia casa cuando las calles son inseguras y las atrocidades tienen lugar incluso a la luz del dia. ?Que puede hacer un hombre? ?Encerrarse como un cobarde mudo y sordo? ?O meterse en la refriega y buscar por todos los medios poner fin a la violencia de su entorno?

Habia visto tiempos peores en Roma (la guerra civil que condujo a la dictadura de Sila, para empezar), pero yo entonces era joven. Me movi en medio de aquellas crisis siguiendo el instinto propio de los jovenes, que antepone el afan de aventura a la supervivencia. Ahora que miro retrospectivamente al pasado, me sorprende el poco respeto que he mostrado por los riesgos que corri. No era ni especialmente audaz ni imprudente, solo joven.

Pero ya no era joven. Era mucho mas consciente y respetuoso con la muerte y el dano fisico despues de haber visto y experimentado mucho de ambos durante los anos intermedios. Con cada ano que pasaba, el tejido de la existencia me parecia mas fragil. La vida parecia mas preciosa. Era menos capaz de arriesgar la propia vida o las vidas de los demas.

Sin embargo, me he encontrado en momentos que pedian tentar la suerte. La idea de encerrarme alejado de todo y rechazar toda responsabilidad no me ofrecia ninguna satisfaccion. Al igual que muchisimos hombres en Roma aquel invierno, la agitacion en las calles encendio otra agitacion en mi propio corazon.

La Republica estaba muy enferma, quizas enferma de muerte. Sus convulsivos espasmos presentaban un espectaculo cuya vision apenas podia soportar, pero encontre aun mas dificil apartar la mirada.

Algunos anos antes habia intentado retirarme por completo de la escena politica. Harto de enganos y falsas promesas, de la pomposa vanidad de los politicos y la boquiabierta credulidad de sus seguidores, de la arrogancia vengativa de los vencedores y de la miserable maledicencia de los vencidos, me dije que no iba a soportarlo mas. Me traslade a una granja en Etruria, decidido a olvidarme de Roma.

Aquel intento no me sento bien. Me vi mas profundamente envuelto en intrigas politicas de lo que nunca me habia podido imaginar. Era como el atormentado navegante que cubre largas distancias para evitar un remolino y se encuentra con que unicamente ha trazado un itinerario que va directamente al torbellino. El episodio de Catilina y su enigma me habian hecho reconocer la naturaleza inexorable del Destino.

Roma es mi destino. Y el destino de Roma se hallaba una vez mas en las manos de sus politicos.

De manera que, con una vision retrospectiva, justifico ante mi mismo la reaccion que tuve aquel dia despues de que Eco se hubiera ido a casa, cuando recibi una visita. Era un viejisimo conocido.

Tan viejo era que Belbo, que andaba atisbando por la mirilla de la puerta principal, no lo reconocio. Habia dicho a Belbo que no dejara entrar a nadie que no conociera de vista, de modo que, obedientemente, vino a buscarme a mi despacho para que echara un vistazo por mi mismo.

Vi a un hombre entre cuarenton y cincuenton, de constitucion normal, con un rostro hermoso y franco y un reflejo grisaceo en las sienes. Tenia los labios bien formados, la nariz recta y el pelo rizado de los griegos. Se movia casi con altanera presuncion, como lo haria un filosofo o un sabio. El infantil esclavo que habia conocido hacia treinta anos se habia convertido en un hombre de aspecto distinguido. Habia pasado mucho tiempo desde la ultima vez que lo habia tenido tan cerca. Generalmente, si alguna vez lo veia, era a cierta distancia, como la noche anterior, con la cabeza pegada a la de Ciceron en el tejado de la casa de este. Era casi la ultima persona de la que habria esperado que acudiera a mi.

Cerre la mirilla e indique a Belbo por senas que desatrancara la puerta.

– ?Tiron! -exclame.

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