La expresion de su rostro se endurecio.

– Gordiano, ayer te vi observando los incendios del Foro desde tu tejado. ?Que pensabas de todo aquello? Estabas horrorizado, claro. Pero no lo estaba todo el mundo. Los que andaban detras de toda aquella destruccion estaban encantados. Di lo que quieras de Ciceron, pero cuando se trata de asuntos fundamentales, tu y el estais en el mismo bando. ?Sabias que anoche intentaron quemar la casa de Milon?

– Si, algo he oido.

– Semejante incendio podria haberse extendido por todo el Palatino. Esta habitacion en la que estamos ahora sentados podria haber sido esta manana un monton de escombros humeantes. Te das cuenta de eso, ?verdad?

Me quede mirandole un rato y suspire:

– Ciertamente, ya no eres ningun esclavo, ?eh, Tiron? Hablas como un hombre libre. Hasta sabes intimidar con palabras como un romano.

Se le crispo el rostro. Trataba de no sonreir.

– Soy romano ahora, en todo el sentido de la palabra. Tan romano como tu, Gordiano.

– ?Tan romano como Ciceron?

Rio:

– Quizas no tanto.

– ?Que quiere de mi?

– Hay un incendio, Gordiano. No, no el incendio del Foro; uno mayor que amenaza con consumir todo aquello por lo que vale la pena luchar. Ciceron quiere que ayudes a pasar los cubos de agua, por asi decirlo. -Se inclino hacia mi con mirada seria-. Existen hombres que prenden fuego. Otros lo apagan. Creo que sabemos a que grupo perteneces tu. ?Realmente importa si te gusta o no el ciudadano que esta a tu lado pasandote cubos? Lo que interesa es apagar el fuego. Vamos, deja que Ciceron hable contigo.

Permaneci un momento sentado observando las llamas en el brasero. Hice un gesto con la mano a Belbo, que estaba en un rincon de la habitacion, en silencio.

– Traele el manto a Tiron -dije. Las llamas bailaron y se agitaron-. Y trae tambien uno para mi. Di a Bethesda que salgo un momento.

Tiron sonrio.

El paseo fue corto; el aire, fortalecedor. Los guardaespaldas eran quizas innecesarios; no nos cruzamos con nadie en la calle. Todas las casas del camino estaban cerradas a cal y canto.

Nunca habia estado en la casa que habia mandado construir recientemente Ciceron. Algunos anos antes, cuando Clodio consiguio que desterraran de Roma a Ciceron, la chusma clodiana habia celebrado su triunfo quemando la casa de Ciceron; habia observado las llamas desde mi balcon. Cuando el Senado revoco el exilio de Ciceron, dieciseis meses despues, este se puso a reconstruirla. Clodio le seguia a cada paso que daba obstaculizandole el avance con maniobras legales. La propiedad habia sido confiscada por el Estado y consagrada a uso religioso, reclamaba. Ciceron contraatacaba manifestando que la confiscacion era ilegal y que sus derechos como ciudadano romano habian sido violados de una forma totalmente rastrera. Habia sido uno de los intercambios de peor gusto y mas energicos que habian tenido.

Ciceron habia ganado el caso. La casa se habia reconstruido. «Bueno -pense mientras atravesabamos el umbral-, Clodio no volvera a amenazar mas esta casa.»

Tiron me condujo a traves del vestibulo hacia el atrio, que estaba al otro lado. El cuarto estaba helado. Se habian acumulado nubes altas que no dejaban pasar el calor del sol.

– Espera aqui un momento -dijo Tiron y salio por mi izquierda. Tras una breve pausa, oi voces por el corredor a mi derecha.

La primera voz se oia amortiguada y confusa, pero la segunda voz la reconoci en el acto. Era la de Ciceron.

– Bueno -iba diciendo-, ?y que si decimos a la gente que fue Clodio el que preparo la emboscada, y no al reves?

Tambien reconoci la tercera voz. Era de Marco Celio, el apuesto y orgulloso protegido de Ciceron:

– ?Por las pelotas de Jupiter! ?Quien se lo iba a creer, dadas las circunstancias? Quizas sea mejor decir que…

Los tres hombres entraron en el atrio. Celio me vio y se callo.

En aquel instante, Tiron regresaba en direccion contraria. Se percato de la situacion y parecio desilusionado. Ciceron le dirigio una mirada breve y afilada con la que le reprochaba haber dejado a un visitante desatendido. ?Habria oido yo algo que no debia?

– Gordiano ha aceptado hacerte una visita -dijo Tiron rapidamente-. He ido al despacho para anunciarle, pero…

– Pero yo no estaba alli -dijo Ciceron. Su profunda voz de orador lleno el atrio. Una sonrisa dulzona ilumino su cara rechoncha-. Tiendo a pensar mejor cuando camino. Cuanto mas expansivos sean los pensamientos, tanto mas grande ha de ser el circuito… ?El despacho no podia contenerme! Hemos andado una milla desde que te marchaste, Tiron, dando vueltas por la casa. Y bien, Gordiano… -Se adelanto unos pasos-. Me honras con tu presencia en mi casa una vez mas. Conoces a Marco Celio, ?verdad?

Claro que lo conocia. Celio se cruzo de brazos y me lanzo una mirada burlona. Era una criatura variable; siempre lo habia sido. Habia empezado como discipulo de Ciceron. Despues se alio, o asi lo parecio, con Catilina, el enemigo acerrimo de Ciceron; asi fue como lo conoci. Finalmente, se arrastro hasta el grupo de Clodio y a los brazos (algunos dicen «las garras») de Clodia. Su caida en desgracia ante estos dos lo puso en un serio apuro, un juicio por asesinato para el que ayude a reunir pruebas para los acusadores. Habia sido rescatado por Ciceron, que fue en defensa de su errante discipulo con un discurso conmovedor. Ahora, por lo visto, Celio volvia a ser su fiel protegido. No parecia guardarme ningun rencor por haber ayudado en el juicio a la parte contraria; su ambicion carecia de principios y en ella no habia lugar para los rencores. Era famoso por su lengua afilada, pero igualmente famoso por su encanto y por su extraordinaria belleza. Entonces servia como tribuno durante un tiempo, lo que significaba que era uno de los pocos empleados del Estado en activo.

– Pero no estoy seguro de que conozcas a mi otro amigo -dijo Ciceron. Hizo un gesto hacia el tercer hombre, que se mantenia apartado mientras me acechaba con desconfianza. El tipo era bajo y rechoncho como un tonel; enfundado en su toga parecia aun mas grueso. Sus dedos eran cortos y romos, como su nariz. Su cara era redonda y su boca pequena, y tenia los ojos hundidos bajo las espesas cejas. La sombra de la barba era tan profunda, que le daba a la mandibula un aspecto grasiento y oscuro. No me sorprendia que hubiera sido el enemigo natural del agil, esbelto y elegante Clodio. No podia haber dos hombres mas opuestos fisicamente.

Milon habia vuelto a la ciudad, despues de todo.

Capitulo 6

– Por supuesto que reconozco a Tito Anio Milon -dije-. Pero tienes razon, Ciceron. Nunca nos han presentado.

– Bueno, entonces ya va siendo hora. Milon, te presento a Gordiano, llamado el Sabueso, un hombre de gran ingenio. Nos hicimos amigos hace muchos anos, cuando lleve mi primer caso de asesinato. Habras leido la defensa que hice de Sexto Roscio, claro esta; todos lo han hecho. Pero no mucha gente conoce el papel que represento Gordiano. ?Hace treinta anos!

– Nuestros caminos se han cruzado de cuando en cuando desde entonces -dije secamente.

– Y nuestra relacion siempre ha sido… -El gran orador busco una palabra.

?Interesante? -sugeri.

– Exactamente. Venga, vayamos al despacho. Hace frio aqui en el atrio.

Nos retiramos a una sala pequena y caldeada de la parte posterior de la casa. El paseo por el pasillo y el jardin central me dio la oportunidad de observar con detalle el entorno. Mobiliario, cortinajes, pinturas y mosaicos, todo era de lo mas refinado; no habia visto nada tan impresionante ni siquiera en la casa de Clodio. Las

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